VI

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—Estoy feliz —finalizó con la botella de whisky vacía entre sus manos—; porque al fin tengo una familia —no pensando en nada más que en su monólogo, Lady apoyó su cabeza junto al hombro de Vergil sin pensar que él podría darle un golpe y quitarla de encima.

Sólo su comodidad fue importante para Lady. Ni siquiera se interesó en el tiempo que llevaban hablando; o el tiempo que sólo ella llevaba destapando su pasado.

—Aunque no corra la misma sangre por nuestras venas —musitó adormeciéndose—, yo daría mi vida... por cada uno de ustedes. Incluso por ti —le dio una palmada a su pierna—, maldito idiota.

Cerró los ojos sin recibir una respuesta, no la necesitaba. Sabía que aunque Vergil pudiese ser un tonto con aires de grandeza, al final iba a poder madurar y aceptar a los cuatro vientos que su propia fuerza era más que suficiente para poder vivir y proteger a los que estaba empezando a querer.

El que no le replicase por su golpe le daba esperanzas a Lady.

Ella no lo supo, pero Vergil no era tan resistente al alcohol como su hermano. Así que apenas Lady se quedó dormida, él usó su poder demoníaco lo mejor que pudo para mover con una débil telequinesis la botella y dejarla con cuidado sobre el escritorio encima del periódico.

Meditando en más cosas de las que quería, Vergil cerró los ojos apoyando su cabeza sobre lo más cercano que tenía y eso era precisamente la cabeza de Lady.

No calcularon cuánto tiempo permanecieron así. 

𝑺𝒐𝒄𝒊𝒐𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒉𝒐𝒚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora