VII. FINAL

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Esa misma noche, cuando Nero arribó luego de un largo camino a DNC y entró con fastidio al local con deseos de patear a su tío por no pagarle a tiempo el préstamo que le hizo a escondidas de Vergil, se paró en seco y parpadeó con un tic en el ojo derecho varias veces.

¿Y cómo no hacerlo?

Su padre. Un demonio que no tuvo miramientos en cortarlo y golpearlo más de una vez. Un sádico enfermo que apenas estaba rehabilitándose para vivir en sociedad humana... estaba acostado sobre un sofá... con Lady encima de él.

No estaban abrazados, Vergil estaba tendido sobre el sofá y Lady estaba tendida sobre él; la cabeza de la mujer estaba sobre el pectoral izquierdo y las manos y pies que sobresalían estaban rozando o de plano, besando el piso.

Ambos respiraban tranquilos como si no estuviesen durmiendo en una posición que cualquiera podría malinterpretar.

Luego de tallarse los ojos, Nero pensó que el mundo estaba volviéndose loco o quizás no debió haber viajado por la noche y ahora por el desvelo estaba alucinando.

Sea como sea, no hizo ruido pero tampoco quitó su expresión de sorpresa. Sólo dio media vuelta y decidió regresar más tarde.

Cuando el chico volvió por la mañana algo temeroso se encontró con la confirmación de que él no era el que se estaba volviendo loco sino todos los viejos a su alrededor.

Para empezar Dante se hizo el desentendido con su dinero. Ya más tarde Nero le haría recordarlo.

Por suerte esta vez el joven semi-demonio fue recibido por una imagen más común, los cuatro mayores de DNC estaban desayunando. Pero Nero, al sentarse en la mesa no pudo evitar mirar a Lady que se quejaba de su cabeza y a Dante que se quejaba porque la cazadora se tomó todo su whisky importado desde Irlanda.

—Yo te compraré otro sólo si cierras esa enorme boca de una buena vez —refunfuñaba Vergil apoyando su cabeza sobre su mano derecha. Como si estuviese pasando por una jaqueca.

«Claro que tiene una» pensó Nero acusadoramente.

Lo que al chico le sorprendió demasiado fue que por primera vez desde que se volvieron a ver, su padre le dijese "buenos días".

En definitiva, el mundo y todos en él estaban volviéndose locos.

—¿Acaso tú también eres cómplice? —dramatizó Dante.

Nero se mantuvo callado junto a Trish con la misma cara de amargura, notando al unísono reacción que hizo Vergil ante esa acusación. El demonio se puso incómodo, pero por suerte Dante fue el único que no lo notó.

—Sólo dices tonterías, Dante —se inmiscuyó Lady aún con la cara pegada a la mesa y sus brazos haciendo de protección alrededor para evitar la luz solar que se colaba por las ventanas de la cocina le cayese en sus sensibles ojos.

—Haces que me duela la cabeza, idiota. Has estado gritando desde hace horas —se defendió Vergil, tomando una taza de café sin azúcar—. Cállate ya.

Mientras Nero y Trish continuaban viendo a Dante haciendo rabietas, en sus cabezas pasó la misma idea al darse cuenta que Vergil también procuraba eludir los rayos del sol: "estos dos ocultan algo".

El qué podría ser, sería un misterio.

—FIN—

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