Prólogo

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Los dioses, esas entidades legendarias de quienes se cuentan centenares de historias, seres de grandes poderes que lo controlan todo. El Imperio Griego había sucumbido al poder de los romanos, un gran centenar de historias se perdieron en la inmensidad del tiempo con el cierre de la Academia de Atenas y la llegada del Cristianismo.

La Evangelización, con sus brutales cruzadas que bañaban las tierras de un tinte carmín, poco a poco se fue expandiendo por el nuevo mundo, dominando cada territorio que sus fieros caballeros saquearon. Los mitos griegos no fueron los únicos que sufrieron un desplazamiento hacia el olvido, pues con la educación de un Dios único y el castigo de la Santa Inquisición, el temor por un castigo divino privaba a las personas de un libre pensamiento que, a paso lento, cesó la vida de cientos de culturas. En cada parte del mundo, los antiguos seres divinos caían en la desmemoria perpetua, sus fieles sucumbían ante los letales filos de la nueva creencia, y cada hazaña se volvía un cuento para dormir.

La preocupación no se hizo esperar ante los seres más poderosos del mundo, algunos proponían la intervención en el mundo terrenal, obligando a los mortales a liberarse del yugo cristiano para rendirle culto a quienes se proclamaban como verdaderos dioses del mundo. Los preparativos comenzaron, terminar con los sacerdotes traería de vuelta a los adeptos perdidos en la Evangelización.

Sin embargo, con el pasar del tiempo, los dioses notaron una anomalía que de inmediato captó el interés de todos, sus cuerpos y poderes permanecían intactos aún con el fin de los rezos a su nombre. Todo ser celestial corroboró si el planteamiento era acertado, su plan de penetrar en el mundo se suspendió indefinidamente. Tras cincuenta años inactivos, cada dios pudo confirmar que la hipótesis era cierta, tras siglos de recibir las alabanzas de sus fieles y alimentarse de sus rezos y ofrendas, acumularon un poder inimaginable; su alegría por dicha noticia era incontenible, cada panteón realizó su propia celebración pues, a diferencia de lo que muchos creyeron en el pasado, las divinidades siempre envidiaron la vida de los humanos, la simpleza de su existir era encantadora.

Fue de ese modo que cada religión antigua acordó cesar sus planes de reconquista, ahora eran libres de sus responsabilidades, podían disfrutar de los placeres humanos siempre que lo desearan, ya no había restricciones para ellos, rompieron las cadenas que los ataban a sus siervos. Evidentemente esto no fue bien recibido por todos los dioses, algunos afirmaban que sus funciones eran vitales para la supervivencia tanto propia como de los humanos y demás criaturas que pertenecen a todos los planos de la existencia.

Esto desembocó en una polarización de la sociedad celestial, la gran mayoría de divinidades dejó todo atrás para gozar de una vida mucho más fácil y pacífica, el reducido puñado de dioses que negaron dicho estilo de vida continuaron con sus actividades regulares, sin embargo, con el pasar del tiempo notarían que ya no son necesarios pues un proceso natural podía cumplir con sus funciones sin la intervención de ninguna criatura. Finalmente todos renunciarían al sometimiento de sus causas y se embarcarían en la búsqueda de una mejor vida.

A cada día nuevo, las deidades se acoplaban al estilo de vida mundano, se mimetizaban con nuestras costumbres y poco a poco se llevaba a cabo un proceso de sincretismo en el que toda su vida se asemejaría casi con exactitud a la de un ser humano común y corriente. Claro que, con sus habilidades sobrenaturales y distintiva belleza, cada uno resaltó notablemente en la sociedad. Algunos eligieron dedicarse a la vida pública, mientras que otros mantuvieron un perfil bajo durante siglos enteros. La inmortalidad de cada ser debía ser bien pensada para no revelarle a los humanos de su existencia, pues eso comprometería con sus planes de vivir en paz, aunque esto, claramente, no fue seguido estrictamente por todos, he de ahí las historias que muchas culturas relataban sobre humanos inmortales.

Los sucesos de la historia humana se desarrollaron con tranquilidad, ningún ser divino interfirió de manera directa o significativa en el desarrollo de sus antiguos siervos, pudieron ser felices durante tantos años, hasta que la realidad los alcanzó, cientos de años después de su salida de su respectivo panteón. Prácticamente ningún dios accedió nuevamente a sus antiguos cuerpos, la inmortalidad de sus recipientes humanos era suficiente para ellos, sin embargo, cuando quisieron redimir sus errores, era demasiado tarde para ellos, su poder poco a poco se desvanecía.

La catástrofe se cernía sobre cada uno, la incertidumbre los carcomía desde dentro, hasta llegar a u punto en que sus cuerpos terrenales no pudieron ser sostenidos y cada deidad cayó sin vida en el plano terrenal. La decadencia de los dioses estaba ocurriendo, no había nada que ellos y sus miserables cuerpos pudieran hacer para remediar sus equivocaciones de antaño, sucumbir a la desgana y mediocridad parecía ser la única posibilidad en dicho suceso, aunque no todos se dejarían llevar por la inseguridad de un próspero futuro, harían todo lo que estuviera en sus manos para salvar sus vidas y las de todos los demás dioses. Nadie estaba dispuesto a rendirse, pero pocos se atrevían a tomar cartas en el asunto.

Crónicas Divinas: Rosas y Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora