"El Libro Dorado"
Es el destino quien elige minuciosamente cada situación, cada paso, cada momento en la que te vez envuelto. Y sabes que algo extraordinario va a pasar porque tu día comienza de la manera más rara posible. De un momento a otro te encuentras con situaciones ajenas a tu vida cotidiana, has salido de tu zona de confort y te estás enfrentando a cosas que ni en tus mejores sueños podrías imaginar.
No les pasa a todos, claro está, porque el destino ya sabe qué personas son las correctas para las misiones que tiene preparadas. No puedes huir ni tampoco cambiar lo que está decidido, solo te queda aceptar lo que está por venir y enfrentarlo.
Yo por ejemplo, tenía dieciocho años cuando el destino decidió jugarme una muy buena broma.
Recuerdo que eran vacaciones de verano y ya solo faltaba un semestre para acabar la preparatoria. No tenía más problemas salvo el no tener pareja para el baile o perderme un capítulo de The Walking Dead. En resumen, era una chica normal con expectativas normales y planes para un futuro normal.
Pero ese preciso día me sentía de todo menos eso.
Debí percatarme en un principio que mi padre no estaba en casa como todos los domingos. Teníamos una regla estricta acerca de desayunar juntos al menos una vez a la semana ya que su trabajo y mi escuela nos mantenían ocupados la mayor parte del tiempo. Él era director en un antiguo museo de la cuidad, por lo que sus horarios tendían a ser poco convencionales para ambos
Eran las seis de la mañana cuando bajé a la cocina por un vaso de agua, yo debí saber que algo le había ocurrido a mi progenitor.
Él solía levantarse a las cinco y a las siete en punto estaba saliendo de casa en su destartalado pero inseparable auto. Siempre dejaba para mí el desayuno preparado y las luces de la sala encendidas; él sabía de mi miedo a la oscuridad así que agradecía en secreto su pequeño detalle.
Pero ese día no era lunes o martes. Era domingo, él debía estar allí, bailando una ridícula canción, con su ridículo pijama de Star Wars mientras hacía el desayuno. En cambio, la puerta de la casa estaba medio abierta y las luces de la cocina no estaban encendidas. Mi cerebro adormilado no captaba en ese momento que no era normal dentro de la rutina de mi padre, por lo que ignoré completamente la situación y fui directamente a tomar mi tan ansiada agua.
Después de un rato subí las escaleras rumbo a mi habitación, de dos en dos como solía hacer cuando era niña, saltándome el último escalón antes del descanso. Iba contándolos entretenida hasta que acabaron y seguí mis pasos hacia la tercera puerta blanca del pasillo.
Para mi sorpresa, no había ingresado a la desordenada pocilga que se hacía llamar mi recámara. No, me encontraba parada en medio de la biblioteca personal y privada de mi padre.
Arrugué las cejas, pareciendo bastante confundida de encontrarme en tal lugar. Pensé que obviamente seguía medio dormida y no le hice mucho caso. Igual, hace mucho que no venía aquí. En parte porque mi padre era muy estricto respecto a sus libros y en parte porque mi interés por la lectura había decaído en los últimos tres meses.
Solía ser fanática de la literatura, pero la escuela y amigos habían reducido mi tiempo libre al mínimo y junto con ello la cantidad de libros en mi lista de compra. Lo último que recuerdo haber leído fue Viaje al centro de la tierra de Julio Verne. Después de eso ni el mísero periódico local había tocado.
Sacudiendo la cabeza, dejé el vaso con agua en el escritorio de mi padre y me dispuse a echar un vistazo al pequeño librero que me pertenecía. Si ya estaba ahí, bien podría tomar un libro y pasar la mañana leyendo.
-Veamos, ¿qué tenemos por aquí?
Sonreí inconscientemente mientras me acercaba y pasaba mis dedos por el lomo de Harry Potter y la Orden del Fénix. De la saga era mi favorito y junto con Cuentos de Beddle el Bardo constituían gran parte de mi infancia, brindada por las palabras escritas de J. K. Rowling.
Mis ojos viajaron más abajo de la que era mi estantería y me encontré con Ángel Mecánico de Cassandra Clare y a su lado Sangre de tinta, escrito por una de mis autoras favoritas llamada Cornelia Funke.
Me era extraño que todos estuvieran revueltos, yo en verdad podía ser un desorden con mi recámara y mi vida entera, pero mis libros eran cosa aparte. Si no estaban en orden alfabético, estaban por colores. Tal vez yo podría no leer como antes lo hacía, pero eso no significaba que descuidara mis pequeños tesoros de manera tan cruel.
Pero como todo lo inusual que pasaba esa mañana, lo dejé pasar.
Ya estaba por irme, Viajes de Gulliver en mi mano, cuando un ruido seco me hizo girar rápidamente en mi eje. Me quedé un poco paralizada en el lugar, mis ojos viajando por toda la habitación a la espera del horrible fantasma que haría acto de presencia y con sus huesudas manos me arrancaría el corazón.
Pero después de unos aterradores segundos nada sucedió y me prometí a mí misma que no miraría más películas de terror a partir de ese momento.
El objeto del anterior susto era solamente un libro dorado muy antiguo que no supe reconocer, pero que al parecer se había caído del escritorio de papá, víctima de mi descuido al dejar el vaso de agua muy cerca de él y de seguro empujarlo con éste.
Mi corazón latía rápidamente por el susto, así que con manos temblorosas recogí el libro para devolverlo a su lugar. Un fuerte suspiro salió de mis labios en el proceso y tuve que cerrar mis ojos un momento para recuperarme, sosteniendo en mi pecho el libro dorado de papá.
Fue entonces cuando sucedió.
El libro en mis manos pareció cobrar vida cuando sus páginas se iluminaron en un resplandor dorado, moviéndose de izquierda a derecha y susurrando frases inconexamente incomprensibles que en algún lugar debían tener sentido, o al menos mi corazón lo sentía.
Miedo invadió mi pequeño cuerpo y con todas mis fuerzas traté de aventar el libro lejos de mí, pero parecía que éste estaba pegado. Algunos murmullos empezaron a escucharse alrededor mío, pero no podía reconocer ninguna de las voces, eran tantas y todas hablan al mismo tiempo.
Estaba tan asustada que no noté cuando mis pies empezaron a desvanecerse en pequeños granitos de lo que parecía ser arena luminosa, hasta que de pronto todo mi cuerpo entero estuvo volando por la habitación.
Había dejado se ser carne y huesos y ahora parecía un torbellino de arena que intentaba buscar la ventana más próxima para salir. Grité el nombre de mi padre por ayuda, agitándome en el aire como un huracán furioso que arrasaba con la biblioteca entera, tirando abajo todo aquello que se encontraba en la habitación.
El libro dorado tembló con violencia en el suelo donde había caído, sus páginas brillaron más fuerte y una fuerza invisible empezó a empujarme hacia él.
Grité otra vez, pero de nada sirvió cuando aquella cosa maldita me tragó por completo entre sus páginas y se cerró herméticamente para impedirme salir.
El día uno de la aventura no hizo más que empezar.
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Crónicas Literarias©
أدب الهواةDonde el mundo de los personajes literarios está siendo acechado por un terrible hechizo, que amenaza con destruirlos a todos. "Los personajes desaparecen todos los días, Anne. Primero Clary, después Hermione y hoy no hemos visto a Bilbo. ¡Tienes qu...