Violet

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Hubo un momento de silencio. Claudia, que también estaba sorprendido, intento hablar con Violet pero simplemente no pudo pronunciar palabra alguna.

El silencio se prolongó más, lo que provocó que el ambiente se volviera un poco incómodo.

—Entiendo —susurró Violet—. Gracias por su ayuda. Vamos, jefe.

Claudia, aun aturdido, no dijo nada y empezó a seguir a Violet.

— ¡Espere, señorita!

Violet se volvió hacia los recién rescatados soldados.

— ¿Si?

—Gracias por habernos salvado. Además... Por su expresión deduzco que conoce al mayor Gilbert, ¿cierto?

—En efecto —se adelantó Claudia—. Lo conocemos.

—Pues bien, entonces se alegraran escuchar que el mayor se encuentra a salvo. Nos separamos hace unas semanas, pero él fue en esta misma dirección —dijo señalando con el dedo oeste—. Si no me equivoco, por ahí hay un pueblo, lo más probables es que haya ido a parar allí.

Violet pensó un momento.

—Se lo agradecemos, adiós.

Y sin decir una palabra más, Violet y Claudia siguieron con su camino.

Faltaba relativamente poco para llegar a su destino. Ocho leguas exactas era lo que separaba a los viajeros del pueblo. Si mantienen su ritmo, lo más probable es que lleguen al medio día.

Ahora estaban caminando por una pendiente ligeramente inclinada. Ya se podía observar algunas casitas, de las cuales salía humo de sus chimeneas.

A Claudia le encantaría resguardarse del frío en cualquier morada que les ofreciera cobijo, pero de seguro Violet no lo aceptaría, así que se ahorró el trabajo de preguntar.

Después de pensar un poco, Claudia se dio cuenta que, desde que abandonaron el tren, no había probado bocado alguno. ¡Grrr! Tan solo con pensarlo, Claudia se dio cuenta el hambre que tenía.

Pero no tenía que decirlo, él era "fuerte" y tenía que mostrar fortaleza ante un dama, pero...

¡Queeee!

Violet, que caminaba en su delante, se estaba deleitando con unas galletas de aguar con sabor a miel.

—Jefe —dijo Violet inesperadamente—. Ahora que recuerdo, usted no ha comido nada desde que salimos ¿no? Si sigue así se desmayará y no será útil.

—Jeje —Claudia se rascó la cabeza—. Es que no puedo dejar que una dama coma primero que yo. Después de tantos días sin comer también debes estar hambrienta. Así que come, Violet, yo comeré después.

—De acuerdo. Pero, en cuanto a eso, yo no he dejado de comer, Jefe. Usted es el único que no ha comido en estos días.

Claudia se vio patético, realmente patético.

— ¡¿Y por qué no me dijiste nada?! —Claudia perdió los estribos.

—Usted nunca preguntó —respondió Violet.

—Serás...

Y milagrosamente, Violet soltó una risita.

—Tenga, tenga —Violet le ofreció una bolsita llena de galletas.

—Gracias —dijo Claudia, que podía ver a través de la cara falsa de Violet—. No te pongas triste, te aseguro que lo encontraremos.

La sonrisa de Violet desapareció.

— ¿Usted que sabe? —dijo la otra cara de la moneda, amargada.

—No puedo saberlo —dijo Claudia—. Es un presentimiento, nada más. Normalmente todos mis presentimientos han sido buenos, ¿no?

—Me basta con saber que está a salvo y... y... —unas pequeñas lágrimas brotaron de sus ojos.

Claudia no dijo nada y solo siguieron caminando en silencio.

De repente, comenzó a llover.

—Traes tu paraguas, ¿no?

Violet solo se lo tendió y no dijo nada más.

Claudia lo abrió y, acercándose ligeramente a Violet, se cubrieron los dos.

También empezó a aparecer un poco de neblina y empezaba a ponerse un poco espesa

Violet seguía sollozando, y el cielo también. Tenían que apresurarse a llegar, no había necesidad de volver el día más triste.

Violet Evergarden: La casa de coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora