1- Porqué... Morrins

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Las maletas ya estaban preparadas, los objetos empacados. El camión delante de mi casa y mi madre en el coche.
Cerré con llave después de mirar durante diez minutos la casa sin muebles, sin nada. Despidiéndome de mi infancia y de todo lo ocurrido en esa casa.
Di un beso al aire en dirección a la casa y solo me quedaba dar un paso, un paso que para mí sería enorme. Un paso para entrar al coche y no mirar atrás.

-¿Has encontrado lo que buscabas?- Me preguntó mi madre poniendo el coche en marcha. Cuando ya me senté a su lado.

-Sí. Pero no me lo puedo llevar.

-¿Porqué no?- Paró en un semáforo.

-Porque...- Una lágrima cayó por mi mejilla. -Es mi infancia, ahí está toda mi vida, en recuerdos-. Limpié la lágrima con mi dedo pulgar. -Y solo recuerdo las cosas mirando la casa. Diecisiete años ahí para tener que despedirnos-. Siguió conduciendo.

-Algún día tendrías que hacerlo. Y no, dieciséis, estuviste un año con tu padre cuando aún seguíamos juntos en Jacksonville.

-¿Por qué nos vamos?- Se sobresaltó cuando formulé esa pregunta. -¿Que ocurre mamá?- Le pregunté con miedo a una respuesta que no me gustara.

-Te...- Apretó sus labios y bufo. -lo diré cuando lleguemos-. Le dolía lo que tenía pensado hacer, le costaba hablar, como si tuviera miedo a perderme.

***

Por desgracia ya llegamos a Jacksonville, pasamos por el centro de la ciudad, dejándolo atrás. Acercándonos a la parte de las casas ricas de esa ciudad. Llegamos al final de una calle y paramos delante de una de las casas más grande.
Era de tres pisos, enorme, con ballas negras rodeando el jardín que estaba alrededor de la casa. Desde la puerta de la valla había un camino de piedra que rodeaba una fuente hermosa y blanca, seguía recto hasta unas escaleras -de cinco escalones exactamente - que se encontraban en la entrada de la casa. Las paredes eran de color beige y blanco, con columnas de piedra decoradas y también blancas. El camino de piedra giraba hacia la derecha hasta finalmente terminar en el garaje enorme, en el que mi madre metió el coche.
En ese garaje habían dos motos: yamaha -negra y verde- y kawasaki -negra con llamas de fuego; un coche -también negro- ferrari. Mientras que el nuestro era un hundai plateado.

Salimos del garaje y lo cerramos dirigiéndonos a la puerta de entrada. Subí las escaleras detrás de mi madre, ella sacó su llavero con nuevas llaves y metió una en la cerradura, abriendo la puerta. Un mayordomo alto, delgado y de unos cincuenta años, apareció con el brazo izquierdo debajo de las costillas doblado y con el puño cerrado. Sus ojos azules se fijaron en mí, pero su rostro iba en dirección a mi madre.

-Sña. Hamilton, el sñ. Morrins te espera en su despacho-. Informó el hombre. -Señorita, siéntese en el salón-. Se dirigió el hombre a mí, mi madre se fue a un cuarto en la otra parte de donde nos encontrábamos.

Al entrar en la casa, a la parte izquierda de la puerta hay una mesita donde se dejan las llaves, guantes... Al otro lado de la puerta un perchero con las chaquetas -donde yo dejé la mía- negra y de piel. Enseguida, sin pasillo y sin nada hay un espacio grande con dibujos perfectos en el suelo, que al mismo tiempo hacen un circulo y al frente de la puerta pero al otro lado de la sala hay una escaleras, que un poco más arriba se parte en dos para dirigirse a cada lado de la casa.
En donde estoy, a la derecha hay una hueco donde tendría que haber una puerta, pero en su lugar hay un arco que nos lleva al salón, donde ahora mismo estoy hiendo.
Los sofás eran de color sangre y suaves que miraban hacia el lado contrario de la puerta, había una mesita rectangular y de cristal en medio y en la pared una chimenea de piedra. Toda la casa era hermosa.

Buscando Lo Bueno #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora