III- Lluvia.

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12 de abril del 2019

Hay algo en los días de lluvía que me dan mala espina. Mi hermana María siempre dice que son maravillosos y que ayuda a que se limpie el cielo y la cabeza, bueno, mas concretamente dice ''así se te limpian las malas ideas y te ahorras malos ratos''. Pero no sé yo eh, si alguien fuese un día encapotado pues nunca me acercaría; no me resulta fiable. A los días nublados y lluviosos les pega mucho eso de descolocarte la vida, romperte las rutinas y traer cosas inesperadas con ellos. Un día lluvioso es como esa tía segunda que vive al otro lado del país y te visita inesperadamente con ansias de que la lleves a ver esto y aquello.

Y este no es un pensamiento raro o inusual en mí, para nada. Tengo la firme convicción de que el clima influye en nuestras vidas de forma más directa de lo que podemos llegar a imaginar y de lo que los sociólogos y científicos dicen. Por ejemplo, María e Ignacio llevan convenciéndome toda la semana para que salga por ahí con ellos esta noche y así celebrar que tengo casa oficial, ya que la visita a aquel estudio fue mejor de lo esperado –y soñado-. No soy mucho de salir y liarme por ahí como este par, eso supone un tras pies en mi rutina... así que como no podría ser de otra manera, llueve y el frio se te mete en los huesos. Si es que es como si el tiempo intentara convencerme de que me bajase del plan a última hora y me quedase en casa viendo esa nueva serie que he empezado en Netflix. El destino o algo me está hablando... estoy convencida de ello; pero claro, no, no le haré caso porque María ha estado muy pesada y llevo sin ver a algunos de sus amigos y amigas mucho tiempo.

Opto por la comodidad a la hora de elegir lo que ponerme porque tengo en cuenta que el temporal no va a dar tregua en toda la noche: un traje de chaqueta gris con camisa divertida y unas botas militares que me compré para tener todo el rollazo del mundo, son mi elección definitiva. El pelo me da igual y lo dejo alborotado sin más, un toque de pintalabios bien rojo, el abrigo, la cartera, el móvil, las llaves... y ya estaría. En menos de quince minutos ya estoy preparada y de camino al metro. Me divierte pensar en la diferencia que hay entre María y yo también en esto. Ella pasa horas preparándose para salir y pelea contra el clima y contra todo para ir lo más divina posible, y ojo, siempre con un maquillaje de escándalo que le enmarca la mirada. No podría haber sido de otra forma, ella debía tener el talento y carisma de la familia. Mientras tanto otras, como yo, somos más del día a día, más distraídas, con talentos menos glamurosos y con la suficiente elegancia para no ir arrastrándonos por los suelos.

''Pero Luisi, mujer, hazte una coleta o algo que en los días húmedos cuanto más recogido mejor y así no se te encrespa ni nada'' es lo primero que escucho por parte de ella, María, que ya me espera impoluta y resplandeciente en la puerta del bar en el que habíamos quedado. Ignacio, a su lado, apaga el cigarrillo y nos abre la puerta en un gesto cortés mientras suelta un ''buenas noches, por cierto'' en modo de regaño tanto para su esposa como para aquí una servidora.

-¿Buscamos mesa? –pregunto dentro del bar mientras me quito el abrigo.

-No. –María me mira regañándome con la mirada. –si ya estamos sentados y sentadas, te estábamos esperando.

Tiene una cara tremenda la tía, se cree que soy tonta, y al ver como mi cuñado hace una mueca evitando soltar una risa pues no me lo pienso dos veces. –claro, claro, porque seguro que lleváis mucho rato esperándome.

-No, si yo acabo de llegar. –dice toda digna.

-Entonces no estás sentada ni esperándome.

-A todo le sacas punta Luisi.

Pero después de esa interacción pinchándonos no tardamos nada en compartir un guiño cómplice y avanzar por el bar llegando a la mesa en la que ya esperan los amigos y amigas. A partir de entonces todo es bastante típico y entro en el bucle de siempre cada vez que nos vemos: que qué tal el trabajo, que cómo es eso de que me independizo, que dónde me he dejado al novio, que si estoy segura de querer irme a vivir sola, que por qué he dejado de hacer castings, que comparta de una vez el número de tinte, que dónde me meto los fines de semana porque no me ven el pelo, que qué series estoy siguiendo últimamente, que menudo flipe eso y aquello de Marvel; son gente genial con la que antes me solía reír muchísimo pero al cabo de una media hora pues no puedo evitar sentirme un poco saturada y empiezo a añorar mi sofá, mi cuenta de Netflix y mi mantita. Para ser franca, el mero pensamiento de tener que meterme ahora en una discoteca llena de gente y cumplir con el ritual del bailoteo... me hace querer esfumarme en el aire. Es que no estaría nada mal.

EL TEATRO, QUE BAILADonde viven las historias. Descúbrelo ahora