Epílogo

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—¡Apúrense que tenemos que llegar a tiempo! —exclamó mi madre al entrar a mi habitación—. Se demoran la eternidad, pásame las maletas.

Mi hermana, quien terminó de atarse sus zapatillas, le pasó las dos maletas que ambas habíamos traído. Sostuvo su casaca y se retiró junto con mi madre, no sin antes decirme que me fije que no olvidaba nada y que no me demorara.
Observé la habitación vacía, las camas bien tendidas, el ropero cerrado y la puerta del baño abierta. Entre mis manos tenía la fotografía de mi amado, con el que había bailado la noche anterior, noche en la que no pude dormir, pues había cumplido una de mis fantasías. Guardé la fotografía en mi bolso y salí de la habitación.

Mi padre acomodaba las maletas en un auto más grande que el viejo Renault rojo que mi tía tenía, vi como mis abuelos se despedían de mis hermanos y de mi madre con mucho cariño. Me acerqué y rodeé mis brazos sobre el cuerpo de mi abuela, la iba a echar de menos. Lo mismo hice con mi abuelo, quien siempre se ponía emotivo con las despedidas, era triste verlo de esa manera, pero tenía motivos. Solo lo veía una vez al año y de ahí solo escuchaba su voz por las llamadas a larga distancia, y notaba su caligrafía temblorosa que reflejaba tristeza cada vez que recibíamos una carta suya. Lastimosamente los pasajes de avión no eran los más baratos, esa era la razón de nuestra corta visita. Pero aún así la distancia no impedirían que nuestro lazo se rompiera.

—Cuídense mucho ¿sí? —dijo mi abuela.

Agradecía que hayan vivido en Inglaterra un buen tiempo, así era más fácil el comunicarnos en lugar de hablar francés, cosa que se me dificultaba por la falta de visitas al país, pero que mi padre moderaba siempre en casa, enseñándonos el idioma para no perder nuestras raíces.

Subimos al auto, mi tía conducía el vehículo de color negro, espacioso y acogedor. Mi padre iba en el asiento del copiloto y mi madre en el asiento trasero, cargaba a Noel de una manera incómoda. Lorraine quien se sentaba en el medio, empezó a leer una revista de chismes locales y yo me senté pegada a la ventana derecha, viendo la fachada del hotel esperando a que Roger apareciera, pero nunca lo hizo.

Después de ver a mis abuelos alzar sus brazos haciendo el afán de despedirse, el auto desapareció por las calles hasta que terminamos en Place du Châtelet, como era domingo no habían autos, lo cual facilitó el tránsito. Joe Dassin, un músico francés, sonaba en la radio local y su música era mucho de mi agrado, tanto que cuando disfrutaba a algún artista, siempre lo escuchaba atentamente. No obstante, ese día lo ignoré.
Mientras el auto avanzaba me percaté que mi rubio se encontraba caminando por el camino largo de regreso al hotel.

—¡Detén el auto! —grité haciendo que de un fuerte sacudón, mi tía parara el vehículo.

—¿Ahora qué? ¿Olvidaste algo? —preguntó de mala gana mi hermano.

—¿Todo está bien? —preguntó mi mamá un poco preocupada.

—Ya vuelvo —dije.

Bajé del vehículo y corrí tras el rubio, quien se había detenido por el fuerte freno ocasionado por mi tía. Me acerqué a él, quien traía el mismo saco de la noche anterior sujetado por una mano, vi su camisa y pantalón negro, sus zapatos rojizos oscuros y la sorpresa que me mostraba al verme era notoria. Sin dudarlo estiré mis brazos, rodeé su cuello y junté mis labios con los de él.

Fue mi primer beso y definitivamente no fue el primero de él, pero no me importó. Había cumplido una fantasía más, pero era la más importante, pues ambos fuimos uno solo por unos segundos.

—Ve y recupera tu banda —dije al separarme de él y rápidamente volví a caminar hacia el auto.

En lugar de haberle dicho: "cásate conmigo" o "eres el amor de mi vida", aquel "ve y recupera tu banda" era mi forma de decir "te amo". Recuperar su banda era lo que él más deseaba y se lo hice saber o mas bien, se lo recordé. Sé que quizá no lo habrá entendido en ese momento, pero estoy segura que si lo llega a realizar, sabrá a que me refería.

—A la próxima —dijo haciendo que me detuviera, me encontraba aún cerca de él así que volteé—, solo toca la puerta de mi dormitorio y no te escondas bajo la cama —me sonrió.

¡Qué vergüenza! Entonces, todo este tiempo lo supo. Y si lo sabía ¿por qué simplemente no me lo dijo ayer en lugar de decirlo y luego "cubrirlo" con la simple mentira que era una confusión? Esa duda iba a ser algo que se va a quedar en mi mente por siempre. Le sonreí tímidamente y corrí hacia el auto.

Al girar pude ver la sorpresa en la cara de mis hermanos, mi tía y mi madre quienes habían bajado del vehículo, mi padre estaba pálido y solo se contuvo porque mi hermana lo estaba sujetando de los hombros. Cuando abrí la puerta del auto simplemente entré y no dije ni una sola palabra, todos entraron al vehículo y hubo un pequeño silencio. Mi hermana soltó una carcajada y me abrazó, mi hermano aplaudió, mi papá lo calló y mi mamá no entendía la actitud que yo había mostrado, mientras que mi tía volvió a subir el volumen de la radio y con la música de Serge Gainsbourg de fondo, le dijimos adiós a Paris.
Volteé y a través de la ventana trasera lo vi parado con su cuerpo hacia mi dirección, tímidamente alzó la mano en señal de despedida y yo solo repetí su acto.

Tenía dieciocho años ¿qué puedo decir? Nunca me había enamorado, pensaba que todo ese intenso acoso, todas esas descabelladas fantasías eran parte del proceso, pero con el pasar de los años me di cuenta que mi comportamiento no era el adecuado. Obviamente mis padres me regañaron por aquel acto, mi hermana apenas llegó a Londres, se lo contó a nuestros amigos mutuos y yo solo reía por aquel "logro".

Aunque él vivía en Inglaterra y yo igual, nunca nos volvimos a encontrar, ni siquiera en Francia porque después de ese evento, solo íbamos en invierno. Roger Taylor fue la única persona con la que he sentido esa montaña rusa de emociones, me gustaría saber que hace, si se ha casado, si tiene hijos, si llegó a reunirse con sus amigos y formar esa banda, si se volvió a enamorar, si me considera algo para él o si sigue vivo. Jamás lo sabré y prefiero que se quede así. Ya no soy la jovencita que solía ser, ahora que tengo treinta y dos años, no llegué a casarme ni a tener hijos, pero sé que todo lo vivido en tan solo siete días de aquel verano de 1979 nada lo va a superar.

Esa fantasía que tenía la forma de un inglés de tez blanca, cabellos rubios en donde enterré mi rostro, aquella fragancia varonil, esos ojos con color del mar de caribe, la nariz respingada, aquella voz simpática, esas manos gruesas que a veces traían anillos o esa manera tan elegante de vestir, va a quedar por siempre conmigo.

Fantasy.

Fantasy «Roger Taylor»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora