Los seres humanos son sociales por naturaleza. Ya lo afirmaba Aristóteles y siguieron
afirmándolo sus seguidores hasta el día de hoy. El aislamiento acaba llevando a cualquier
persona a la más profunda locura, es por eso que es un método de tortura frecuente -tal vez
de los más crueles-. A todo el mundo le gusta pasar un tiempo a solas, pero cuando ese
momento dura varios años es distinto.
Nunca encajé en ningún lado. En clase, en la calle, ni siquiera en mi propia familia. No
llegaba a sentirme acogida por nadie, estaba tan sola. Todos me ignoraban. Pasaba por
delante de ellos y no reaccionaban, les hablaba y se hacían los sordos. No entendía por qué
hacían eso. Yo no era mala persona, no creía que mereciese que me trataran con tanto
desdén.
Los únicos que me hacían caso eran los animales. Adoraba que los perros se acercasen a
mí y dejasen que los acariciara, era uno de los pocos motivos que me hacían sonreir en
aquella época.
Un día me harté de que a nadie le importara mi presencia. Llegué a casa después del
instituto, estaba llorando. Mis padres se encontraban en mi habitación moviendo cajas de un
lado para otro con expresión melancólica. Estaba confusa, ¿Por qué se llevaban mis cosas?
-Mamá- dije mirándola, observando por escasos segundos sus ojos cristalizados-¿Qué
pasa? ¿Adónde lleváis eso?
Como siempre, no hubo respuesta. No pude soportarlo más y golpeé la pared con tanta
fuerza que el sonidó retumbó por toda la casa. Mis progenitores detuvieron lo que estaban
haciendo y se miraron entre ellos, pálidos, asustados. Tras el momento de susto inicial se
calmaron y volvieron a sus asuntos, como si no hubiese pasado nada. Era tan frustrante.
Se dirigieron a la entrada principal con las cajas y se las entregaron a unos hombres que las
llevaron a un camión y después se fueron. No podía creerlo, además de ignorarme me
quitaban todas mis pertenencias.
En cuanto cerraron la puerta mamá se echó a llorar.
-La echo tanto de menos- susurró.
Papá la tomó entre sus brazos y acarició suavemente su cabello, al parecer tratando de
consolarla. Él también lloraba.
-Lo sé, yo también.
Papá, mamá, no me echéis de menos. Estoy aquí, delante vuestro. No me he ido a ningún
lado. Por favor, hacedme caso.Llevan pasando de mí desde aquella mañana en la que
mamá me llamó tantas veces para despertarme y luego vino a mi cuarto y se puso a llorar.
Nada tuvo demasiado sentido, y seguía sin tenerlo. ¿Qué hice ese día que fuera tan malo
como para no hablarme nunca más?