Me duele la cabeza. Suena típico, pero no lo es tanto. No es algo pasajero, lo sé desde hace años, cuando empezó.
En aquel momento no le di importancia, solo tomé una pastilla y esperé a que terminase. Pero no lo hizo. Cada vez lo sentía con más intensidad, era como si alguien me estuviese golpeando con un martillo en el cráneo constantemente. Era indescriptiblemente doloroso, pero terminé por acostumbrarme. No podía hacer otra cosa, ni siquiera los médicos sabían a qué se debía mi repentina enfermedad, no podían recetarme nada para aliviar aquel dolor aunque fuera por un rato.
Para mi se había convertido en algo habitual despertar con punzadas en la cabeza, hasta que dejaron de ser solo eso. Las voces habían empezado a aparecer. Al principio solo eran murmullos sin sentido que no decían nada en concreto, mas con el transcurso de los días lo que escuchaba dentro de mi mente se convirtió en palabras , luego en frases y, finalmente, podía oir horas y horas de aquellas voces hablando sobre lo mucho que odiaban a toda la gente a mi alrededor. Contaban detalladamente como les gustaría ver morir a esas personas de las maneras más crueles y dolorosas que nadie jamás podría imaginar. Escuchaba aquello todos los días a todas horas. Ya no podía más.
Yo quería librarme de las voces, ellas querían escapar. Sólo había una manera de conseguir la solución para los dos. Tal vez si había espacio para que saliesen lo harían. Tal vez es precipitado, pero estoy decidida. Incluso tengo el cuchillo en la mano.