En los mágicos días de primavera me vi desesperado buscando mi porción de cosas bonitas en lo profundo de la existencia, sintiendo que no me ha correspondido nada de lo bueno que definimos para vivir bien o conformes, quizás no me han encontrado o no me he dejado encontrar porque estoy caminando por donde no debo caminar.
Esperar no es quedarte quieto, esperar es quedarte sentado en la silla de la esquina mientras pasa el autobús que te llevará a tu destino mientras disfrutas el tour por la ciudad, esperar es también caminar a casa, mirar el reloj mientras te echas unas cuantas cucharadas de cereal en la boca por la mañana, confundirse un poco, odiarlos, odiarte, visitar los tíos lejanos, decidir sobre cuál sexo te gusta más; el de la mañana o el de la noche, ser independiente; y llamar a mamá a la 1 de la mañana llorando mientras le cuentas cuánto te duele, y lo mucho que esperas un abrazo para el frío de lo cruel que se vuelve a veces existir después de haber decidido no rendirte mientras lo fuerte que pretendes ser te cansa, te asusta, y sólo un poquito al final te emociona y es lo que te hace volver a surgir despacio, lento, en silencio.
Esperarte en el último beso que di, en el horrible canto de la vecina de la casa de atrás que se escurre por los huecos de la vieja madera, esperarte después del suspiro que doy cuando veo cuánto sufren las miradas sinceras que encuentro en la calle, esperarte aunque no quiera, mientras olvido que existo, mientras espero un texto de mamá anunciando su regreso a casa, esperarte en el éxito de otros, en el sonido de las olas golpeando las rocas fuertes del mar, esperarte mientras me canso o me muero haciéndolo.
En las tormentas nocturnas, en las hojas muertas, te esperé acompañado y después solo, sin salida, cantando en las tardes oscuras de los días lluviosos, buscando como loco el pequeño detalle que hace recordar un sueño completo, en aquellos eternos días sin amor, sin pasión, sin ganas de estar, de besar, de comer, de olvidar el último café dulce en casa porque ya no había azúcar, en los raros abrazos de la nada de mamá, en los silencios incómodos del corazón de todos aquellos reunidos en la mesa de la abuela olvidada.
Ese día sufrí tanto esperando mi oportunidad que al final no me deshice de esperar sino de imaginar que no la hubiese.
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