7: Blue Jeans

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Nathaniel


Solté un gemido enorme cuando Castiel me azotó en el culo, corriéndose en mi interior, sin dejar de embestirme de forma agresiva mientras sus dientes mordían mi hombro sin medir un poco su fuerza.

Grité al sentir su miembro saliendo de mí, el semen escurriendo de mi ano, y jadeé con cansancio. Era la tercera vez que se corría dentro de mí en lo que llevaba de la noche.

Miré el techo del viejo remolque, calmando mi respiración, cuando las manos de Castiel me tomaron de la cintura y me giraron con facilidad, poniéndome boca abajo. Antes de hacerlo, sí, vi sus pupilas dilatadas, e hice una mueca furiosa. Estaba ebrio como una cuba y lleno de droga en su cuerpo, lo que explicaría su nulo cansancio ante toda la actividad sexual que llevaba.

Sin embargo, yo no estaba en sus mismas condiciones, y mi ano ya dolía de todas las brutales embestidas que me había dado esa noche.

No era mi jodida culpa que el puto de su hermano me hubiera chantajeado de esa forma.

—¡Ya, basta! —le grité cuando se inclinó y sentí su miembro contra mis muslos.

Gruñó unas palabras inentendibles, pero lo empujé, soltándome de su agarre, y tomé unas mantas del suelo para envolverme en ellas.

—¿Así le dijiste a Kentin cuando folló tu boca? —me preguntó tomándome del brazo.

—Fue una puta mamada, Castiel, nada más —le escupí rabioso.

Si hubiera sabido que nuestra junta luego de pasar dos semanas sin vernos sería así, lo habría pensado dos veces antes de volver a contactarlo. En especial porque además llevaba dos semanas sin una pizca de droga en mi interior, y estaba desesperado por conseguir algo de ella en mi cuerpo. Castiel me pasó un papelillo que fumé rápidamente antes de que me pusiera en cuatro y me follara.

—No me gusta que otros toquen lo que es mío —gruñó volteando mi rostro para mirarnos a los ojos.

Fruncí el ceño, alejándolo de mi cuerpo.

Había pensado que cuando volviéramos a vernos nos diríamos un montón de mierda cursi para luego follar como locos. Hasta el momento, sólo habíamos hecho lo segundo, nada más, y ni siquiera nos dijimos algo. Castiel llegó al remolque, me besó y comenzó toda esa sesión de sexo rudo.

Y, siendo sincero, por primera vez desde que lo conocía, no quería eso.

Porque la situación en mi casa era horrible. Porque mamá me tenía bajo su ojo, vigilándome, luego de haberme gritado un montón de cosas sobre lo asqueroso que fuera homosexual y que ella no quería un hijo enfermo para luego auto-convencerse a sí misma de que quizás se debía a que papá y ella no pasaban mucho tiempo en casa y quería llamar la atención, que era sólo un momento de confusión, que alguien pudo haber mal influenciado mi mente.

Por supuesto, mamá no le dijo nada a papá, porque si papá llegaba a enterarse de que su hijo era maricón...

Así que mamá había estado haciendo esas dos semanas reuniones con sus amigos y socios, que tenían lindas y bonitas hijas, presentándomelas y hablando de ellas conmigo, diciendo todo lo bueno que tenían esas mocosas mimadas.
Pero eso no era lo peor, ¿saben? Lo peor fue de lo que me enteré después, cuando mamá me estaba gritando una vez más luego de que le dijera que nunca me habían atraído las mujeres.

El motivo por el que Castiel estuvo en mi casa ese día fue porque mis papás supuestamente no iban a estar ya que tenían reuniones importantes seguidas de una cena con sus socios, así que, ¿cómo fue que mamá llegó mucho antes y entró directo a mi cuarto?

Claro, alguien tuvo que haberles dicho.

Llevaba dos semanas también sin hablarle a Melody.

—¡Que no quiero follar, idiota! —le grité a Castiel cuando me tomó de la muñeca y me empujó contra las mantas en el suelo.

Volvió a gruñir algo inentendible, pero estaba harto.

Lo empujé, echándolo a un lado, y busqué mi pantalón en medio de la oscuridad.

—¡Pues entonces que te folle Kentin, imbécil! —gritó de vuelta Castiel con furia—. ¡No eres más que un puto, eh!
Me puse de pie, sintiendo la ira corriendo por mis venas.

Esa fue la primera pelea.

La primera gran pelea.

El primer dominó que derribó los siguientes.

¿Cómo no nos dimos cuenta de eso, Castiel?

—¡Bueno, si tú puedes follar con Debrah, yo puedo follar con quién se me dé la gana, imbécil! —contesté buscando ahora mi camisa.

Castiel también se puso de pie, hecho una furia, y me empujó sin fuerza.

—¡Anda, ni que tu culo fuera tan bueno! —escupió Castiel con desprecio.

Solté un bufido.

—Ni que tu polla fuera tan grande —contesté presumido.

Castiel me miró con rabia mal contenida.

Antes de darme cuenta, Castiel me tomó del cuello y me besó ferozmente.
Si hubiera estado lúcido, me gusta pensar a veces, quizás lo habría alejado. Quizás me habría dado cuenta de que, más que querernos, nos hacíamos daño el uno al otro, y le habría hecho a un lado para luego despedirme.

En lugar de hacer lo más sensato, me acerqué un poco más al precipicio que siempre estuvo a nuestro lado.

Le contesté el beso, por supuesto, para luego follar de una forma agresiva, carente de amor, brutal y sin cariño entre ambos.

Sólo la lujuria, el odio, el deseo, la rabia, fluyendo entre nuestros cuerpos.

En cada embestida, Castiel sobre mí, me miraba con ojos entrecerrados, diciéndome palabras sucias al oído.

—Pedazo de mierda —le gruñí en un momento, antes de que tocara mi próstata.

Él se limitó a reírse, sin dejar de penetrarme.

Luego, cuando nos cansamos y eran las tres de la mañana, yacía recostado sobre su pecho, medio dormido, sintiendo su mano acariciando mi cabello.

—Te odio —le dije seriamente.

Castiel volvió a reír.

—Yo igual te odio, príncipe —contestó como si nada.

Un pequeño silencio antes de que volviera a hablar:

—Tus padres no nos dejarán estar juntos nunca, ¿eh? —preguntó con mofa. No fue necesario que yo contestara, por supuesto—. Supongo que esta fue nuestra última follada, ¿no?

Tuve que aceptarlo, Castiel. Aceptar en ese momento que nunca más nos veríamos, que hasta ahí llegaría todo.

Pero no pude hacerlo. Me gustabas, me volvías loco, inyectabas adrenalina en mi cuerpo de una forma inexplicable con sólo una mirada. Me hice adicto a ti.

Quería pensar que, quizás, yo nací para conocerte y tú naciste para conocerme.

Sin embargo, nacimos para morir, ¿no es así? Para dejar que el otro nos consumiera de la forma más tóxica posible.

—No me importa —te dije decidido, sin saber lo que estaba haciendo—, no me importan ellos —te besé, tus besos llevándome al cielo mismo—. Cuando termine la preparatoria, me vendré contigo. Arreglaremos este remolque asqueroso y viviremos juntos aquí, sin que nadie pueda alejarnos.

Todavía tenía tiempo para echarme atrás, para arrepentirme.

¿Sabes por qué no lo hice, Castiel?

Porque entonces me sonreíste, y me enamoré de ti en ese momento. Al ver como tus ojos desaparecían con tu sonrisa, al ver algo parecido a esperanza y salvación en tus ojos, no pude evitar enamorarme de ti.

—Claro que sí, Nath —dijiste auto-convenciéndote también—. Viviremos juntos y nadie nos separará.

Por supuesto que nadie nos iba a separar.

Pero, Castiel, ¿la muerte es una persona?

Born To Die || Casthaniel. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora