Capítulo 1

4.8K 351 15
                                    

Germán miró a su alrededor no sorprendiéndole la cantidad de gente que le rodeaba. Simón había sido un buen hombre y mejor soldado, y un cementerio lleno de gente presentándole sus respectos era lo mínimo que se merecía.

Y no era por obligación, como pasaba muchas veces.

Allí estaban todos sus amigos, gente a la que Germán conocía y mucha a la que no, y desde el primero al último lamentaban su perdida.

Ignorando el dolor que sentía a la altura de su ingle derecha y que le revolvía el estómago se secó el sudor de la frente y avanzó hasta estar más cerca del féretro cerrado. Tenía los analgésicos en su bolsillo y sabía que en cuanto se los tomara se sentiría mejor, pero adormilado. Y no era un día para sentirse adormilado. Era un día para sentir dolor.

Después de que los superiores de Simón le dieran el pésame a su madre María, se hizo una larga cola donde uno por uno recibió las condolencias de gente que estaba seguro que ella veía por primera vez.

Simón no es que fuera especialmente risueño pero siempre podías contar con él, y eso al fin y al cabo era lo importante, sobre todo cuando trabajabas para el ejército y tu vida dependía de la gente que te rodeaba.

Germán miró el ataúd donde ahora descansaba su amigo y sintió que un trozo de su vida se quedaba allí con él.

"Tú me mantenías seguro, eras la voz de mi conciencia y hacías que tuviera los pies en el suelo... ¿Quién me va a avisar ahora cuando diga alguna tontería demasiado grande?"

Germán se puso a la cola para dar sus condolencias y tal y como se acercaba vio que María estaba rodeada por los brazos de un hombre que le daba su apoyo y evitaba que la mujer se desmoronara. Germán estudió su cara intentándolo reconocerlo, pero no tuvo suerte.

Estaba seguro de que era un soldado a pesar de que no llevara uniforme en ese momento y aunque Germán recordaba las caras muy fácilmente, no podía ponerle nombre.

Con sus facciones fuertes, su pelo recortado al estilo militar, su espalda ancha y su altura podría haberse perdido fácilmente entre todos los soldados que le rodeaban, si no fuera por su mirada intensa que le decía que había estado en combate y había visto cosas que nadie debería ver. Solo alguien que había estado allí podía reconocer a otro guerrero.

Cuando llegó a su lado abrazó a María, la mujer que había formado parte de su vida desde que era un crío, y se lamentó en sus brazos sujetando sus lágrimas con gran esfuerzo.

-No pude salvarlo... Yo... Lo siento... Lo siento.

-Germán, no estabas allí. Quizá si hubieras estado...

-Yo hubiera dado mi vida por la suya.

-Lo sé.

María tomó aire un par de veces antes de hablar.

-No es que me queje de que estés aquí, pero ¿Tú no deberías estar convaleciente todavía en el hospital?

-Una tonta apéndice reventada no podía frenarme.

-Si sigues haciendo ese tipo de cosas, enfadarás a Simón. – Dijo María, recordando como su hijo llamaba la atención a Germán por no cuidarse a si mismo cuando estaba enfermo o herido.

-Espero con ansias sus regaños.

Intentado recomponerse miró al hombre al lado de María y vio que lágrimas amargas salían de sus ojos rojos sin control.

Germán tuvo la necesidad de discutir con María y decirle que era su culpa que Simón no estuviera allí y que si quería desquitarse, ese era un buen momento. Dijera lo que dijera, era su culpa no haber estado para salvarlo, pero no lo hizo porque sabía que decirlo en voz alta solo serviría para hacer sufrir a la pobre mujer.

-¿Está Cris aquí? Quería darle mi pésame. –dijo Germán mirando a su alrededor buscándola.

-¿Simón te habló de Cris? – dijo María con una pequeña sonrisa.

-Hablaba de ella a todas horas y quería presentármela en cuanto volviera de esta última misión.

-¿De ella? No sé...

Entonces el hombre que la sujetaba la interrumpió.

-Cris no ha podido venir. Cuando se enteró de su muerte le dio un ataque de ansiedad y la tuvieron que sedar.

En ese momento María rompió a llorar y el hombre la abrazó escondiendo su cara en su pecho.

-Cuando esté mejor, le daré el pésame de tu parte.

-Podrías decirle también que me llame. Sé que Simón querría que le contara... Cris lo hacía muy feliz y quiero que sepa que siempre pensaba en ella. María tiene mi número, por favor, házselo llegar.

Germán vio como el soldado apretó los dientes intentado que las lágrimas dejaran de caer pero no lo consiguió.

-Se lo diré. Estoy seguro de que ella agradecerá su ofrecimiento

El Secreto de SimónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora