Segunda grieta en mi alma

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20 de Febrero del 2006

Mi querido abuelo, mi segundo padre.

Como dedicarte palabras, cuando aún sigues tan presente

¿Por qué todas las malas noticias llegan siempre por teléfono?

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¿Por qué todas las malas noticias llegan siempre por teléfono?

No había tenido un buen día en la oficina, mi vida no iba como quería.

Tenía problemas en mi casa, las cosas cada vez se ponían más difíciles.

Cada día era un suplicio tener que levantarme para ir al trabajo, no tenía ganas de nada si les digo la verdad.

Ya no era lo mismo, llevaba años trabajando, mis compañeros eran los mejores, ellos se convirtieron en mis amigos con el paso de los años.

Pero mi jefe tenía una gran obsesión conmigo, y todo por culpa de una supervisora que no tenía escrúpulos con los empleados, con nosotros.

Era un martirio, una tortura tener que ir al trabajo.

Pero no quiero perder el tiempo hablando de ella, ésta no es su historia, nunca la tendrá por mi parte.

Solo os diré que en mi vida he conocido personas buenas, muy buenas, pero por desgracia, también malas, y ella era una de ellas.

Aquel día salí como siempre hacía, pero algo en mi pecho no se sentía nada bien.

Conducía pensando que algo malo iba a pasar, lo presentía.

Sabía que mi querido abuelo estaba grave, realmente mal, pero no quería ver la realidad, no quería sufrir.

Tenía miedo de que mi alma volviese a pasar por ese dolor.

Vi una llamada, no conocía el número, eran las 19:00 de la tarde.

Descolgué con los dedos temblorosos, era mi madre quien llamaba de una cabina.

—Tienes que venir al hospital, papá no se encuentra bien, tienes que venir a despedirte de él.

Las palabras de mi madre me dejaron helada, me quedé paralizada en esos momentos.

El frío se instaló en mi cuerpo, hacía tiempo que no sabía lo que era sentir el calor, me sentía perdida, estaba agotada de no dormir bien por culpa de mis malditos problemas.

Así que sin perder tiempo salí, me dirigí al hospital.

No quería perder un minuto más, recé para que Dios me ayudara, para que me diera fuerzas, las iba a necesitar en ese momento.

Entré en la habitación, observé que estaba rodeado de sus hijos.

Todos mis tíos estaban a su lado.

No recuerdo el color de la habitación, no recuerdo como subí las escaleras.

Mi mente estaba nublada, no podía creer lo que estaba sintiendo.

Miedo, mucho miedo.

Me acerqué a él lentamente, yacía en la cama, no me gustó lo que mis ojos me estaban enseñando.

Mi abuelo, mi querido segundo padre, agonizaba entre la vida y la muerte.

Parpadeé varias veces porque las lágrimas no me dejaban ver con claridad, la cruda realidad de que lo estaba perdiendo.

Se iba... no lo tendría, lo perdía.

Uno de mis tíos hacia como que no pasaba nada, colocaba las cosas de mi abuelo una y otra vez.

Sabía que él tampoco quería ver lo que estaba pasando, iba a perder a su padre, no estaba preparado.

Nadie lo estaba, nadie te prepara para ver partir a un ser querido.

Oía como la máquina no dejaba de pitar, y ahí, ahí fue cuando vi la realidad.

Se iba, ya no podía estar más con nosotros.

Mi hermana le hablaba acostada a su lado.

Le decía lo mucho que lo quería, mientras todos esperábamos a que se fuera en paz.

Porque ya no quería verlo sufrir más, no podía soportarlo, no quería ver a la gran persona que fue pasar por esa agonía.

No se lo merecía, nadie se lo merece.

Mi corazón no se sentía bien, mi alma volvió a agrietarse.

Pero esta vez fue mucho peor de lo que creía.

Sentí como me desgarraba, como la tristeza invadía cada poro de piel.

No volvería a verlo tocar su hermoso piano, sabía que las mañanas ya no iban a ser lo mismo sin esas melodías.

¡Oh Dios, como me enfadaba porque me despertabas con tus clases, con tu bendita rutina!

Sabía que no volvería a despertarme temprano con su música.

Sin su compañía, ya no la tendría, no sería lo mismo sin él.

Las navidades no serían hermosas sin su presencia, el verano tampoco volvería a ser lo mismo.

Él era el rey de las fiestas, de las alegrías, de su casa, de la familia... de nuestras vidas.

Cada mañana subía a la azotea a tomarme una cerveza junto a él, el sol del verano nos daba calor, y yo me sentaba a su lado para escuchar sus hermosas historias, de como fue a la guerra siendo tan joven.

De como mi abuela lo esperó, de cuando se conocieron y ella se enamoró de él.

Ya no volvería a escuchar esa hermosa voz, nunca más lo haría.

Me sentí perdida por mucho tiempo, no dormía, no comía.

Estaba en la oscuridad, no tenía un día de luz, de paz.

Tomé antidepresivos, muchos, para poder avanzar, para poder llevar esa pena que me estaba llevando hacia las profundidades de mi ser.

Los días eran peor de lo que había imaginado, para mi eran un infierno.

Dicen que el tiempo te ayuda a superarlo, pero yo no me sentía de esa manera.

Cada día era peor, porque le tenía miedo a la noche, a cuando tenía que irme a la cama.

No quería pensar, no quería saber que no iba a estar junto a mi.

Sigo pensando en él, sigo teniendo mi alma rasgada, dejó esa huella en mi, jamás podré curar la herida tan grande que dejó.

Te quiero, te quiero demasiado para dejarte ir... da igual lo lejos que estemos, da igual los años que hayan pasado, no olvido un solo día, una sonrisa, el buen humor que tenías, tu fragancia.

Todas las cosas que me enseñaste, todas las charlas que tuvimos.

Gracias por estar ahí, por darnos todo ese cariño, por enseñarme a valorar las cosas, a las personas, a la familia.

Por ser quien soy, por amar a los animales tanto como tú, a la música, a la vida.

Nada podrá hacer que te olvide, porque ni tu muerte pudo hacerlo, ella no ganó esta batalla.

Lo hiciste, tú la ganaste, jamás habrá nadie tan fuerte y lleno de amor como tú.

Jamás...

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