Querida y amada abuela, mi madre, mi todo...

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¿Qué quieres que te diga?, ¿qué puedo decir para aliviar la pena que has dejado?

Me sentí por mucho tiempo dolida, me dejaste sola, me sentí abandonada.

Lo sé, no fue tú decisión, otra vez Dios se llevó parte de mi alma contigo, otra vez mi alma se volvió a rasgar en miles de pedazos.

Volvió el dolor a mi vida, volvió la rabia y la ira porque me enfadé, me enfadé mucho, lo siento... no pude controlar a todas mis malditas emociones.

No pude controlar lo destrozado que estaba mi corazón, no entendía nada, no quería entenderlo.

Y dejé que ellas se instalaran dentro de mi cuando me llegó esa mala noticia.

Te había dejado tan bien en el hospital, a pesar de mi agotamiento, de no dormir toda esa semana que estuve a tu lado.

Dios, pensé que estabas mejorando, me despedí de ti con un beso en la frente... creyendo que te volvería a ver al día siguiente, pero para mi desgracia, no fue así.

Me dijiste que no me quedara esa noche, que descansara y me fui, me fui creyendo que era lo mejor para las dos.

Perdóname, perdóname por sentir que odiaba a todo lo que me rodeaba, estaba realmente enfadada con mi familia, con tu partida, con tu despedida.

Pero con el tiempo lo supe, y ya no te culpo, ya no culpo a nadie de que te hayas ido, de que me hayas dejado.

Sé que todos tenemos que irnos, pero me sentí desamparada, sin tu amparo y sin la protección de la persona que más me ha querido.

Perdí mi apoyo, mi amor, mi compañía, mi refugio cuando más lo necesitaba.

Mi todo... tú lo eras todo para mi.

Siempre lo has sabido, me criaste, y no sabes lo orgullosa que estoy por ello. Por poder disfrutar más que nadie de ti, por tener esos hermosos recuerdos, por querer siempre estar a tu vera como mi hermana y mi prima Mari Nieves.

No eras nuestra abuela, eras nuestra madre...

A veces me levanto y quiero llamarte, saber como te encuentras, pero me doy cuenta de que ya no estás aquí.

Y duele, duele como el mismo infierno porque no podré escuchar tu voz, tus consejos.

Nada que alivie mi dolor, nada que alivie mi vacío.

Recuerdo que cuando era pequeña, le decía a mi amiga que si te pasaba algo, o si te perdiera, no lo podría resistir. Incluso tenía esas pesadillas siendo una niña, y a mitad de la noche me despertaba y estaba a tu lado, en tu cama. Te miraba respirar y volvía a quedarme dormida diciéndome que solo era un mal sueño.

Que me moriría si llegase ese día le repetía a mi amiga siempre que me venían esas imágenes a la cabeza.

Pero no fue así, ese día llegó y me quedé aquí, sola.

No pude ir a tu entierro, no tuve el valor de hacerlo.

No quería ver cómo te metían en ese agujero, ya sabía lo duro que era porque lo viví con abuelo, no podría resistirlo. Me iba a quedar sin mis mejores pilares de la vida, me iban a dejar para siempre.

¿Fui una cobarde por no poder despedirte como realmente merecías?, sabes que no, he sido muy valiente, me has enseñado tanto... pero te olvidaste de lo más importante, el poder vivir sin tu presencia, el poder vivir sin ustedes.

Ni siquiera me lo llegaste a preguntar, ¿por qué no me preparaste para el infierno que iba a vivir?

Anhelo tantas cosas... tu olor, tu voz.

¿Sabes?, aún sigo albergando un poco de esa rabia, solo una fina línea, no puedo mentirte. Y es que me haces mucha falta cuando me siento mal, cuando la pena me invade.

Desearía poder volver a tenerte, decirte tantas cosas como un simple te quiero.

Me duele de solo recordar que nunca te dijera esas simples palabras, dos palabras tan hermosas y que muchos repiten en el día.

Me arrepiento de no poder darte el último adiós... no quería que me dejaras, no quería sentir nada.

Cuentan que me habían dado varías pastillas en tu tanatorio, que yo estaba ida. Que no reaccionaba, que no lloraba. Que estaba con la mirada perdida en el mismo vacío.

Pero no es verdad, mi alma estaba muerta, mi alma se había ido contigo aquella noche. Todo mi dolor fue silencioso como tu partida. Él invadió cada poro de mi ser, se instaló dentro de mi corazón.

Él me mortificó durante muchas noches, muchos días, muchos años.

Viste como quedé rota con la pérdida de abuelo, lo viviste conmigo cuando iba a ponerle flores. Veías como me iba marchitando igual que las rosas rojas que le ponía en tu nombre, siempre le decía que eran en tu nombre.

Él sabía perfectamente que no podías ir a verlo allí encerrado.

Hace tiempo que perdí parte de mi forma de ser, ya no soy tan alegre, apenas queda nada de mi.

Es verdad que la vida te enseña a ser dura, a ser distante.

A temerla, porque después de todo lo que he vivido, le temo, pero es por el dolor que crea en mi interior.

Que crea a mi alma, ¿qué va a quedar de ella cuando me toque partir a mi, si cada año pierdo a alguien a quién quiero?

¿Te acordarás de mi cuando vuelva a verte?, ¿recordarás quién soy cuando llegue al cielo?

Iba a decirte lo mucho que te quiero, pero ahora no... ya no me sirve de nada hacerlo si no lo hago a la cara.

¿Por qué todos los que estaban en tú tanatorio no sentían el mismo odio que yo?, ¿acaso no sabían lo especial que eras?

¿No sabían qué ya no ibas a estar con nosotros?, ¿qué perdíamos a lo más importante?

Si, sé lo que me dirías en estos momentos, tu consejo sería que nadie siente igual, que cada uno siente a su manera.

Que algunos lloran y lo demuestran de esa forma, que otros por no hacerlo no implica que no sufran hasta incluso más que yo.

Pero yo no lo veía así, porque la rabia se había apoderado de mi corazón... no quería recordar tus consejos, solo quería que sufrieran la mitad de lo que me estaba pasando, de lo que estaba sintiendo.

Te ibas, te fuiste... lo más que amaba, mi refugio, mi seguridad.

Siempre serás lo mejor que haya pasado en mi vida, moriría mil veces y jamás podría olvidarte, ¿y sabes por qué?, porque estoy hecha de pedacitos de vosotros.

Llevo parte de vuestra esencia, de vuestro carácter conmigo, dentro de mis venas, dentro de mis entrañas.

Los llevo conmigo... los mejores abuelos, mejores padres, mejores personas que haya conocido en la vida, en mi vida.

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