diecinueve

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Me desperté apenas el despertador comenzó a sonar.

Arrastrando mis pies me dirigí al baño y luego a la cocina. Moría de hambre.

Sentí pasos detrás de mí, era Valentín. 

—Buenos días –saludó.

—Buenos días –contesté cortante.

—Bombón, sé que estás enojada y te quería pedir perdón. En serio, no se que me pasó pero volví a caer y me siento para la mierda porque te fallé.

Me abrazó fuerte y me tensé un poco.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Zam.

—Anoche dijiste algo muy fuerte antes de dormir.

Noté como su ceño se iba frunciendo lentamente.

—¿Qué dije?

Estaba en duda si decirlo. ¿Y si se enojaba?

—Dale amor, ¿Qué dije?

—Algo sobre tu hermana.

Quedó sin expresión en la cara. Cada vez se ponía más pálido y sus ojos se aguaban.

Quedamos en silencio unos minutos. Los minutos más largos de mí vida.

No iba a insistir por lo que me dispuse a seguir haciendo tostadas.

Acomodé la mesa y me senté a desayunar. Él copió mí acción.

Seguíamos en silencio, y era muy incómodo.

—Algún día te tenía que contar.

—No hace falta.

—Tengo que hacerlo.

Suspiró y conectó sus ojos con los míos.

—Fue hace tres años, yo tenía 18, mí hermana 15. Estaba ebrio y drogado, la tenía que ir a buscar a una fiesta de 15 y la vi chapando con un amigo. Me enojé y estuvimos todo el viaje discutiendo, no vi que el semáforo estaba en rojo y cuando pasé, alguien nos chocó de costado –una lágrima se le escapó –Justo del lado del copiloto. Yo tuve algunas heridas, ella no logró sobrevivir.

Lágrimas y lágrimas salían de sus ojos. Rápidamente me levanté y me senté en su regazo sacando todo resto de agua que haya en sus mejillas.

—Por eso mis viejos no me hablan, dicen que fue mí culpa por ir drogado. Me odian.

Lo abracé fuerte.

—Desde ese momento me refugio en el alcohol. Maté a mí hermana, mis viejos me odian y me echaron de mí casa.

—Vos no la mataste. No te eches la culpa.

—Si lo hice.

—A ver –le agarré la cara con mis dos manos para que me mirara –No te eches todo el peso Valen, fue un accidente, a cualquiera le puede pasar, ¿Sí? A cualquiera.

Valentín me abrazó y largó un llanto desconsolado. Estaba mal, quebrado, triste, no lo podía dejar así solo.

Con la mano que tenía libre agarré mí celular y llamé a José.

—Hey, buenos días.

—Buenos días Zam.

—Hoy no voy a poder ir, tengo a mí abuela enferma.

—Dale, está bien, que se mejore. Después te mando el papelerio a tu casa.

—Esta bien, nos vemos.

Corté y volví a dejar el celular en la mesa.

—No tenés que faltar por mí.

—Ya lo hice. No te puedo dejar solo.

Él rodeó los ojos y volvió a abrazarme.

—Vamos a desayunar en la cama, ¿Querés?

Asintió con la cabeza y me levanté para colocar todo lo de la mesa en una bandeja.

—No tengo mucha hambre igual.

—Come un poquito por lo menos.

Le tendí una tostada con mermelada y la comió de dos bocados.

—¿Me vas a acompañar al cementerio? Hoy se cumplen tres años.

—Si, obvio.

—Gracias.

—Quiero que dejes de pensar que fue tu culpa. Fue un accidente, vos no la mataste.

El ojiazul me miró con los ojos llorosos y me besó.

—Gracias por no echarme la culpa vos también.

Lo miré con el ceño fruncido. Él suspiró.

—Mí ex me echaba la culpa.

—Tu ex es una tonta.

Después de tanto llanto soltó una carcajada.

—Te amo –dijo rápido.

Me sorprendí, pero no iba a negar que sentía lo mismo.

—También te amo Valen.

Podría ser muy precipitado que en cuatro meses admitiera que lo amaba, pero así lo sentía.

Lo amaba de pies a cabeza. Amaba sus ojos, su rostros, su pelo, su forma de ser, sus rima, cada uno de sus lunares. Lo amaba a más no poder porque nadie más me hizo sentir lo que siento por él y también amaba eso.

bombón; wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora