UNA PERDIDA DOLOROSA

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NARRA ALEX

Pese a que la noche había sido la mejor de toda mi vida, hasta el momento, no ocurrió lo mismo al despertarme. En seguida mi madre se me vino a la mente, y una sensación de miedo corrió por mis venas. Miedo a verme sin ella, a no tenerla Pero sobre todo, miedo al modo en que me la encontraría. Mi padre me había avisado, estaba mucho más delgada y con una tez de piel muy diferente a la que ella tenía. No quería imaginarme nada, pero a la vez quería hacerme a la idea de cómo la encontraría.

Piper se encargó de todo esa mañana. De hacer las maletas, de tomar mi teléfono y hablar con Jaime, incluso de los boletos. Y se lo agradecí, porque yo solo podía pensar en mi madre.

Fuimos directo al hospital. Nada más aterrizar el avión, el auto de alquiler ya estaba estacionado en el aeropuerto. Así que solo tuve que pedirle la ubicación a mi padre y el número de habitación. En tan solo quince minutos llegamos al edificio blanco. Le pedí a Piper que me dejara en el auto sola, al menos un minuto, necesitaba concienciarme de lo que iba a pasar. Mi madre iba a morir.

Lloré y me lamenté sola. No estaba preparada para la ausencia de mi madre, y lo sabía. Respiré veinte veces intentando tranquilizarme, pero no lo conseguí. Y fue entonces, cuando Piper abrió la puerta, me sacó del auto y me abrazó.

- No estás sola - me susurró - No quiero que pases nada de esto sola, apóyate en mí, Alex.

Así que lo hice. Me apoyé en ella, lloré el doble en su hombro; mientras ella me acariciaba la espalda y me dejaba algún que otro beso en la mejilla. Y no fue pasados veinte minutos, cuando logré tranquilizarme lo suficiente como para no parecer que me estaba dando un ataque de ansiedad.

- ¿Mejor? - asentí - Serénate. Que tu madre te vea fuerte, ¿sí?

Ni siquiera sabía que podía, pero lo intentaría. Me agarró la mano tras haber cerrado el auto y fuimos hacia la fatídica habitación. Quise huir, correr y escapar; pero no podía. Mi madre me quería ver, mi padre me necesitaba y yo solo quería quedarme con ella.

Intentó soltarme la mano al llegar a la habitación, pero no se lo impedí. Ella tenía que entrar. Llamé a la puerta y abrí. En seguida divisé a mi padre sentado en el sillón. Con el rostro cansado, mirando hacia la puerta y una mente, en pausa. Mi tía Ana, la hermana de mi madre, también estaba. Y finalmente, una vez que mi padre se levantó y mi tía se apartó; Piper me soltó la mano porque yo fui directo hacia la cama. Enganchada a una máscara de oxígeno, con unas manos tan delgadas como su propio esqueleto, un pañuelo en la cabeza y una mirada, demasiado débil.

- Mamá - sonreí levemente sentándome - Hola.

- Jeyki - susurró - Mi niña.

No hablaba mucho, ya me lo había advertido mi padre. Incapaz de contener las lágrimas, me incliné para dejarla un beso en la frente. Lo único que sentí fue un ligero apretón en mi mano proveniente de la de mi madre; apenas perceptible, apenas sin vida.

- Ya estoy aquí - susurré mirándola de frente - Contigo.

- Estoy feliz, entonces.

- ¿Cómo estás? - elevó un hombro como pudo para después inclinar la cabeza hacia delante - Yo estoy bien, y aunque no quieras, no pienso hablarte del trabajo - sonreí llorando.

- ¿Te vas?

- No me voy.

- ¿Conmigo?

- Contigo - tragué saliva - Hasta que tú quieras.

- ¿Y Piper? - me moví ligeramente para que la viera y vi una tímida sonrisa en su cara - ¿La crisis?

- Preocúpate por ti, mamá. Estamos bien, ¿sí? - asintió - Estoy bien.

Mirada de PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora