II

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P.O.V Inés

Llevábamos encima más de una caña y otras cosas un poco más fuertes así que cuando notamos que del local empezaba a salir más gente de la que entraba decidimos que era momento de irse. Vi que Irene abría su mochila dispuesta a sacar la cartera. Le agarré la muñeca y vi como ella miraba sorprendida mi gesto al igual que yo misma hacía.

- Ni se te ocurre –dije cuando ya había conseguido retirar mi mirada de mi mano en su muñeca- Invito yo.

- Bueno, pero con una condición.

- A ver, sorpréndeme –dije riendo.

- Que a la próxima invite yo.

- ¿Pero va a haber una próxima? –la sonrisa no se iba de mi cara.

Notaba que no paraba de sonreír y reír y que, además, mi cara estaba acalorada y supuse que estaría roja. Imagino que sería a causa del alcohol.

- Sí. Siempre que tú quieres, está claro –me dijo ella mientras miraba fijamente a mis ojos.

-Por supuesto. Nada me gustaría más.

Nos quedamos mirando fijamente. Me perdía en su mirada. Tenía los ojos más profundos que había visto en mi vida. Y la risa era una maravilla. Le salían unos hoyuelos cuando se reía, lo cual, pasaba muy a menudo. Era una mujer risueña, divertida e inteligente. No me extrañaba para nada que Pablo se enamorase de ella porque es imposible no hacerlo. Es decir, para quien le guste obviamente.

Seguíamos manteniendo la mirada. Decidí que era suficiente.

- Me refiero a que nada me gustaría más que, después de una dura entrevista, poder compartir de nuevo unas cañas contigo.

Pagamos a la camarera y salimos de allí. Cuando cruzamos la puerta el frío se apoderó de nosotras e, instintivamente, ambas cruzamos nuestros brazos bajo el pecho.

-Madre mía, menudo frío –dijo Irene.

-Y lo que nos queda. Tenemos que ir a buscar el coche –le dije yo.

Empezamos a andar y, de pronto, nos pareció escuchar un ruido estrepitoso.

-No puede ser –susurré.

De pronto noté como una gota caía en mi cabeza y, al mirar a Irene, otra había caído en su mejilla.

- ¡Corre! –le dije contundente y cogiéndola de la mano para salir corriendo.

Esas gotas se convirtieron en súper gotas y empezaron a caer a una velocidad increíble. Nosotras seguíamos corriendo. Y las manos agarradas. Cada vez me costaba más correr porque la ropa me pesaba más. Vislumbré el porche de un edificio a lo lejos y corrí lo más rápido que pude hacia a él.

- Menuda empapada –dijo Irene ya debajo del porche.

Yo estaba apoyada en una de las columnas y ella delante de mí, en la pared. Teníamos la mano sobre el pecho. Ambas intentábamos recuperar el aliento. Se acercó a mí.

- ¿Estás bien? Tengo agua, ¿quieres un poco? Has estado tirando de mí todo el camino –dijo con una risilla.

-No te preocupes. Estoy bien. Muchas gracias.

- ¿Qué vamos a hacer ahora? Porque no tiene pinta de que vaya a parar

Me giré y miré a la calle y, como Irene decía, a cada segundo que pasaba iba a más y más.

- ¿Y si llamo a... -cortó su frase a la mitad mientras buscaba en sus bolsillos- ...un taxi?

La miraba como rebuscaba ahora en su mochila y por todos lados.

- ¿Todo bien?

- No, no, ¡no! ¡Mierda! Me he dejado el móvil en el pub, ¡joder! Tengo todo ahí dentro. Las fotos de mis niños.

Me agaché a su lado y le puse la mano en el hombro.

- No te preocupes, seguro que lo han guardado. No quedaba nadie cuando nos hemos ido. Tranquila, ¿vale? Llamaré yo al taxi.

Saqué mi móvil del bolsillo y, cuando lo fui a desbloquear, no pasó lo que esperaba.

- Mierda. Sin batería –lo guarde de nuevo-

Irene resopló y se quedó sentada en el suelo, apoyada en la pared. Yo hice igual y me puse a su lado. Estuvimos unos minutos calladas. Solo se escuchaba el sonido de la lluvia, por la calle no había ni un coche y, solo de vez en cuando, algún perro ladraba o gatos maullaban a lo lejos. La miré mientras mantenía su cabeza gacha y jugaba con sus dedos. Todo lo que había pensado de ella antes lo seguía manteniendo porque estando mojada, con el poco maquillaje que tenía corrido y sentada allí, en el suelo, seguía estando resplandeciente. De tanto mirarla pude percibir como tiritaba. La verdad que hacía bastante frío.

- ¿Estás bien? Estás temblando.

- Sí, es solo que empiezo a tener frío. A ver si para ya la lluvia.

-No quiero desanimarte, pero no tiene pinta eh.

- Me desanimas Inés, me desanimas –dijo riendo.

- Lo siento –reí yo también.

- No te preocupes. Gracias a ti por lo menos no nos estamos empapando.

Miré a mi izquierda y se me ocurrió algo un poco descabellado.

- Ven, levántate –le extendí mi mano para que ella también se reincorporara.

Tiré de ella y noté como ahogó un grito al no esperárselo. Me acerqué a un portal y recé con todas mis fuerzas para que la puerta estuviera abierta. Bingo. Nos metimos dentro y fuimos al hueco que quedaba debajo de las escaleras para que nadie nos viera si entraban o salían.

- Inés, estás loquísima –dijo Irene susurrando cuando ya estábamos debajo de la escalera.

- Por lo menos aquí estaremos más calentitas en lo que esperamos.

Las dos echamos a reír. Poco a poco nuestra risa fue disminuyendo. Cuando se hizo el silencio vi como Irene miraba nuestras manos. Seguían juntas. Devolvió su vista al frente y se topó con la mía. Retiró, con su otra mano, un mechón de pelo mojado que estaba cerca de mi cara. Incliné mi cabeza buscando el calor de su mano en mi rostro. Lo entendió y, antes de quitarla, dejó una caricia en él. A mi cabeza se vino una pregunta.

¿Estaba deseando besar a Irene Montero?


Holaaa, ¿pensáis que va todo muy rápido, verdad? Pues tranquilas que no me conocéis JAJAJAJAJAJA. La vida no es tan fácil ni tan bonita así de primeras así que no os confiéis que os vais a llevar una hostia.

Espero que estáis disfrutando la historia igual o más de lo que yo disfruto escribiéndolo.

Y ya, os dejo muchos besos y abrazos 🖤

Sin pactosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora