VII

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P.O.V Irene

- Largo de mi casa ya mismo –le dije desde la puerta.

- Estás me las vas a pagar –le dijo a Inés mientras la apuntaba con el dedo.

Se acercó hasta a mí y me observo de arriba abajo con gesto desagradable. Cruzo la puerta y cerré rápidamente. Me acerqué a Inés.

- Siento mucho el espectáculo –me dijo avergonzada.

- No te preocupes. Es un troglodita, eh.

- No lo conoces bien.

- Tengo un plan –dije mientras le colocaba un mechón detrás de la oreja- Voy a traer esas cervezas y las aceitunas al sofá y vamos a dejar de trabajar por ahora. ¿Te parece bien?

Me miro con una sonrisa en su rostro. Me derretía cada vez que sonreía.

- Me parece perfecto.

Llevábamos horas hablando de todo. Películas, libros, música... Inés era una caja de sorpresas y me encantaba. Yo también se lo parecía a ella. También me hablo de su familia. De sus hermanos y de cómo ser la pequeña la marcó para siempre. Poco a poco fuimos pasando de su vida a la mía.

- ¿Y cómo están los pequeños? –me preguntó.

- Cada día más grandes. Parece que pegan estirones a cada segundo.

- Me imagino –me miró con una sonrisa- Tienen que ser tan bonitos.

- ¿Te gustaría conocerlos?

Inés paró el trago que les estaba dando a su cerveza en seco y me miró fijamente.

- ¿En serio quieres que conozca a tus hijos?

- Claro. Esta tarde Pablo me los trae. ¿No quieres?

- No, no. Me encantaría.

En su cara había algo que no me cuadraba pero no sabía bien que era.

- Inés, si no quieres no pasa nada. Entiendo que esto te parezca muy apresurado.

- Estoy deseando conocerlos. Seguro que son tan encantadores y guapos como su madre.

Me puse roja, lo pude notar y no era de las cervezas que llevábamos ya encima. Cada vez que Inés me decía algo me ardían las mejillas. Me acerqué a ella y le quité el botellín de su mano. Lo puse en la pequeña mesa junto al mío. La bese muy despacio, dándolo espacio y tiempo para parar siempre que quisiera. Para mi sorpresa no fue así. Se acercó mucho más a mí y pude notar como bajaban y subían nuestros pechos al mismo compás. Enterró sus dedos en mi pelo y subió la intensidad del beso. Qué bien besaba.

- Vamos al cuarto –me dijo pegada a mi boca.

Me levanté y le di la mano para que me siguiera. Una vez allí volvimos a besarnos y ella se dejó caer en la cama. Caí encima. Los besos no paraban. Decidí bajarlos a su barbilla, luego a su cuello. Me incorporé quedando a horcajadas sobre ella. Me acomodé mi pelo a un lado y la miré desde arriba. Era preciosa.

- Eres preciosa –le hice saber mis pensamientos pero no del todo.

- Ven aquí –dijo cogiéndome por la camiseta y volviéndome a besar.

Me despojé primero de mi camiseta. No quería que empezase ella ya que era consciente de que estaba nerviosa. Era su primera vez con una mujer y no quería presionarla a nada. Observé como se quedó mirando mi torso en el que solo llevaba un sujetador blanco. Quería llevar sus manos a mi cintura pero estaba asustada. Se las tomé y delicadamente las posé sobre mi piel. Me estremecí al sentir su tacto. Ella continuo acariciándome. Le sonreí. Paró en seco y se cubrió su cara con las manos.

- Debo parecerte idiota.

Salí de encima de ella y me puse a un lado. Me senté en la cama y la tomé a ella por los brazos para incorporarla también.

- Mírame Inés –eso hizo- No me pareces idiota. No pasa nada si no quieres hacerlo ahora. No tengo prisa. Quiero que te sientas bien y cómoda.

- Uf, es que de verdad que quiero. Te lo prometo. Me pones muchísimo, Irene.

La mire sorprendida. Me había gustado aquello. Mucho. Aun así, decidí bromear porque no quería aumentar sus nervios.

- Vaya, vaya. Señorita Arrimadas es usted muy atrevida –dije mientras hacía cosquillas en su costado.

Ahora su risa llenaba toda la estancia y mi corazón al completo.

- Para Irene... Por... favor... para –le costaba hablar entra carcajadas.

Frené mi guerra de cosquillas y me tumbé a su lado mirando al techo de la habitación. Estuvimos así un rato.

- Quedaría bien un espejo en el techo –dijo de repente.

La miré con cara de interrogación.

- Ya claro. Y un colchón de agua también.

Nos miramos y reímos. Me incorporé y me puse la camiseta. Ella se puso de rodillas detrás de mí y me rodeó.

- ¿Dónde vas? –preguntó muy cerca de mi oído.

- A recoger un poco que los niños estarán a punto de llegar.

- Te acompaño.

Empezamos a recoger un poco el salón que era lo que más desastroso estaba. En menos de quince minutos ya estaba todo listo. Cuando terminamos ambas nos sentamos en el sofá.

- Estoy muy nerviosa –me confesó Inés.

- Les vas a caer genial. Es imposible que no les encantes.

- No sé yo. Son los hijos de una podemita al fin y al cabo.

- Idiota –me reí y la besé.

Nos separamos cuando oí mi móvil. Me levanté para cogerlo. Era Pablo.

- ¿Ya vienes?

- Ya estoy –escuchaba mucho alboroto del otro lado.

- ¿Estás dónde? No te oigo bien

- Irene... creo que tenemos un problema –me dijo Inés desde la terraza de mi piso.

La miré atónita. Ya no escuchaba a Pablo por la otra línea. Solo se oían una multitud de voces.



No es muy largo, lo sé. No me peguéis porfa. Bueno se va acercando el drama y yo lo siento mucho pero es lo que hay porque sino esto no tiene chicha ninguna.

PD: Por cierto, si alguien pilla la referencia del espejo en el techo y el colchón de agua me caso.

Venga, un besi pa todas :)

Sin pactosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora