III

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P.O.V Inés

Esa pregunta ocupaba mi cabeza. Pero lo que más me asustaba no era la pregunta sino la respuesta, la cual, tenía bastante clara.

Unos pasos sobre nosotras nos sacaron de la nube en la que estábamos. Alguien bajaba las escaleras. Escuchamos como se acercaba al portal, pero, de pronto, un perro ladró.

- Vamos, Scooby –escuchamos la voz de un chico.

Irene y yo nos encontrábamos a punto de estallar de la risa. De los nervios, de la situación y por Scooby.

- Scooby, venga chico. Vamos a la calle –el chico seguía insistiendo.

El perro seguía ladrando y nosotras no podíamos aguantar más la risa. Volví a coger la mano de Irene por tercera vez en el día y salimos de ahí corriendo.

- Vosotras sois... -el chico estaba atónito. No daba crédito.

Corrimos hacia la puerta del portal y la abrimos para salir corriendo.

- Adiós, Scooby –escuché como decía Irene antes de que se cerrase el portal tras nosotras.

Empezamos a correr entre risas por las calles de Barcelona a las cinco de la mañana. Por ese barrio aún no había mucho tránsito de coches. Llegamos al parking en el que había dejado el coche pero no era nuestra noche.

- ¿En serio, Inés? –me dijo Irene- ¿No te fijaste en si el parking era o no era 24 horas?

- Pues ya has visto que no.

Empezamos a reírnos de nuevo. Allí estábamos. Empapadas. Sin coche, sin taxis, sin nada. Sin embargo, me sentía más arropada que nunca.

-Vamos a mi casa. Es un buen trayecto a pie pero tenemos que secarnos.

-Madre mía, salir contigo es toda una aventura –me dijo Irene mientras empezábamos a andar.

- No tengo yo culpa de que el tiempo se haya puesto en mi contra –o de mi parte, pensé para mí.

Después de andar casi 45 minutos y ver como empezaba a amanecer llegamos a mi casa.

- Ven –le dije a Irene.

Fuimos al baño, abrí el armario y le di una toalla a ella para que se secara lo mayor. No dejaba de mirar y ella a mí igual. Le quité su toalla de las manos para secarle la cara que aún estaba empapada y, de nuevo, nos perdimos la una en la otra.

- Bueno, salgo y te dejo que te des una ducha. Ahora te traigo un pijama y te dejaré ropa seca para que te cambies –le decía mientras me mantenía en la puerta del baño para salir.

- Perfecto. Muchas gracias, Inés –me respondió con una sonrisa.

Cerré la puerta y me apoyé en ella para respirar hondo. ¿Qué me pasaba? Escuché el agua y miles de imágenes se vinieron a mi mente. Agité mi cabeza como si eso fuese a funcionar para evadirlas.

Rebusqué en varios cajones de mi habitación y, finalmente, di con un pijama y algo de ropa para que pudiese ponerse dentro de unas horas. Toqué la puerta y abrí lentamente. Aún escuchaba el agua así que supuse que estaría dentro de la ducha. Al abrir pude ver su contorno dibujado en la mampara translucida de la ducha. Me di la vuelta y dejé la ropa en el lavabo.

Aproveché para ducharme en el baño de mi habitación e intentar despejarme un poco. Fue una ducha rápida. Al salir, tropecé con Irene saliendo también del baño. Tenía el pijama que le había dejado puesto. Que bien le quedaba

- Millones de gracias, Inés. Eres un ángel.

- No tienes nada que agradecer, mujer –la encaminé al salón- Haría lo que fuese necesario.

- Aun así, gracias –me miró y me traspasó- ¿Yo duermo aquí? –dijo señalando el sofá.

- No, no. Ni de broma. Tú duermes en mi cama. Yo dormiré aquí.

- ¿Tienes una cama grande, ¿verdad?

- Sí, claro –dije con cierto temor.

- Pues no se hable más –esta vez fue ella la que me cogió de la mano a mí- Vamos para allá.

Me guió a la puerta de la que me había visto salir antes dando por supuesto que allí se encontraba mi habitación. Nos metimos en la cama. Yo estaba tensísima. Quizá ella también. No lo sé. Estaba demasiado nerviosa para fijarme. ¿Qué me pasaba? La conocía solo del día de hoy. Bueno, más o menos. Había coincidido muchísimas veces, pero solo intercambiamos palabras en charlas grupales. Y ahí estaba, en mi cama. Y ahí estaba yo, nerviosa perdida.

Me giré hacía el lado de la cama en el que estaba ella y ahí estaba. Mirándome. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

- Hoy estabas muy guapa –me dijo de repente.

- ¿Toda mojada? –reí.

- Sí, todo el día. Seca y mojada –su tono era bajo. Íntimo.

- Puedo decir lo mismo. Estabas preciosa –dejé de reír y me puse seria. Hablaba muy en serio.

- ¿Preciosa? Iba como siempre.

- Por eso.

Volvió a depositar su mano en mi mejilla y cerré los ojos al sentir el contacto. Luego sentí que llevaba su dedo por mis facciones. Barbilla, mejillas, frente, nariz. Abrí los ojos cuando noté el roce de su índice en mis labios.

Me incorporé rápidamente.

- Voy a por agua –dije acelerada mientras me levantaba de la cama- ¿Quieres algo?

- No, nada.

Salí casi corriendo del cuarto y me dirigí a la cocina. Cogí un vaso y me serví un poco de agua. Le di un trago y comprobé que estaba temblando. Escuché un ruido y, al girarme, Irene se lanzó a mis labios, dejándome apoyada en la encimera y provocando que el vaso cayera al suelo para romperse en mil pedazos. Al igual que yo en ese instante.


Hoy me sentía generosa.

Una cosa sí os digo, disfrutad mientras podáis :)

Sin pactosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora