XIII

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P.O.V Inés

Me giré en la cama y noté como la cabeza parecía darme vueltas. Abrí los ojos lentamente y la única luz que entraba en el cuarto era la de las farolas de la calle que se colaba por las pequeñas rendijas de la persiana. Noté que desprendía cierto olor a alcohol que se mezclaba con un suave aroma cítrico. Me acomodé mirando hacia el otro lado y vi como Irene dormía. Pude distinguir que aún tenía el pelo medio mojado. Dormía tranquila, su respiración era calmada. Se removió un poco cambiando su posición e introdujo una mano bajo la almohada. Sonreí automáticamente al imaginarme su cara apacible mientras Morfeo la acogía.

Cogí mi móvil de la mesilla de noche y lo desbloqueé. La luz me cegó por un momento y luego pude distinguir la hora. A punto de dar las tres de la mañana. Solté el móvil y me llevé ambas manos a la cabeza. Estaba demasiado cansada para levantarme y tomarme una aspirina así que rechacé la idea.

Cuando estaba a punto de caer otra vez en el más profundo de los sueños unos flashbacks de la noche anterior llegaron a mi mente. Yo borracha. Yo intentando andar recta. Irene ayudándome a no hacer un mayor ridículo. Yo vacilándole. Yo pidiéndole que me besara.

- ¡Idiota! –dije más alto de lo normal.

Irene volvió a agitarse y me tapé la boca con ambas manos como si eso fuese a evitar si se despertara. Con suerte no se despertó. Solté un suspiro de alivio e intenté volver a dormirme, pero antes me martiricé una media hora con las últimas palabras que habían salido de mi boca hacia ella.



Volví a abrir los ojos y esta vez la habitación estaba inundada por la claridad. Me incorporé poco a poco hasta apoyarme en el cabecero de la cama. Miré hacía mi lado derecho e Irene no estaba en su cama. De hecho, estaba medio hecha. En el sillón que descansaba delante de las camas estaba bien colocado el vestido de Irene y, a su lado, el mío. No recordaba haberlo colocado ahí anoche así que supuse que lo haría ella. Me moría de vergüenza por momentos y seguiría haciéndolo si Irene mencionaba algo relacionado con mi lengua tan larga.

Escuché como se abría la puerta de la habitación y me cubrí como acto reflejo a pesar de tener pijama puesto. Más bien quería tapar la vergüenza que sentía. La voz de Irene llenó la habitación. Su tono era moderado ya que pensaría que estaba dormida.

-Si yo también tengo que contarte algo –cerró la puerta- No, no tiene nada que ver con el partido –se había quedado en la puerta supuse- Sí, es muy serio, pero no está relacionado con el partido.

Mi curiosidad se convirtió en la protagonista por unos segundos, pero decidí olvidarme de ello de inmediato. No tenía derecho a meterme en su vida

- De acuerdo. Intentaré estar ahí lo antes posible. Ahora no puedo ha... -sus pasos avanzaron hacia el centro del cuarto y me vio despierta- Luego te llamo, ¿vale? Adiós.

Colgó sin quitar su preciosa sonrisa del rosto para acercarse a la ventana y abrirla.

- Buenos días, dormilona. O buenas tardes.

Se acercó a mi cama y se sentó a los pies de esta por lo que yo, instintivamente, recogí aún más mis piernas.

- ¿Has dormido bien? ¿Has podido recuperarte de la cogorza de ayer?

- ¿Cogorza? –dije entre risas- Sí, señora. He paliado mi cogorza con un descanso reponedor.

- Imbécil –me dijo con una sonrisa entre dientes y dándome un manotazo en la pierna.

Nos quedamos unos segundos calladas. Escuchando el silencio. Albert estaría orgulloso. Una risa se escapó de mis labios ante mi propio pensamiento a lo que Irene me miró interrogante y con una mueca graciosa al no entender de que me reía.

- ¿Qué? –me preguntó.

- Nada, nada.

- De acuerdo –dijo no muy convencida- Por cierto, me encantaría poder quedarme más tiempo, pero Pablo me ha llamado porque quiere reunir al partido rápidamente para tratar un asunto.

- Asunto que no me dirás porque soy una facha.

- Asunto que no te diré por qué ni yo misma lo sé –dijo imitándome- Aunque una facha sí eres.

- Muy bien. Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos –me levanté y cogí mis cosas- Ahora esta facha se va a dar una ducha.

- Sí, que falta te hace.

Le propiné un golpe en el hombro haciéndola caer en la cama mientras oía como se reía.



Estábamos ya sentadas en el avión a la espera de que despegara a Madrid. Andaba sumergida en mi iPad revisando algunas cosas del partido. Irene iba sentada a mi lado, pegada a la ventanilla. Su brazo derecho descansaba en esta y el izquierdo lo tenía con el codo apoyado en la mesa plegable sobre la que tenía un libro y su cabeza descansaba en su puño cerrado. Hice una foto mental de aquel momento que me pareció de lo más bonito.

- ¿Qué? –me preguntó risueña sin levantar la vista del libro.

- Nada –dije volviendo mi vista al aparato.

- Me estabas mirando –me dijo mientras pasaba la página del libro sin levantar la vista de este.

- Quería saber que leías –me inventé.

- Me mirabas a mí, no al libro. Pero dejémoslo estar.

Suspiré internamente aliviada de que no siguiera haciéndome preguntas.

- Además –siguió hablando- No te iba a gustar.

- ¿Y qué sabes? Si coincidimos en música puede que también lo hagamos en literatura.

- Puede ser que sí –no levantaba su cabeza del libro mientras me hablaba- Pero ya te digo que este en concreto no.

La miré mientras alzaba una de mis cejas preguntándome que cómo podía sacar aquella conclusión. Me levantó el libro poniéndome la portada delante de mis narices. "El capital, Karl Marx". Cuando supuso que ya había tenido tiempo suficiente para leerlo lo volvió a colocar donde estaba y volvió a él. La miré estupefaciente y escuché que se reía. Cerró el libro manteniendo su dedo dentro como marcador para no perder la página.

- Vamos, Inesita. No me mires así. Ya me conoces lo suficiente y sabes como soy.

- Ya pero no me lo esperaba. ¿No tienes alguna lectura más amena para traerte a un avión?

- ¿Qué quieres decir con "amena"? –dijo haciendo comillas con sus dedos.

- Más vacía de ideología. No sé, por ejemplo...

- El programa electoral de Ciudadanos –me interrumpió.

Se ganó otro de mis golpes en el hombro que solo nos causó risa a ambas.

- Es que sois un poquito yenka –me dijo.

- ¿Yenka?

- Izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante, detrás. Un, dos, tres –dijo cantando la canción.

- Eres una imbécil –dije volviendo a mis cosas en la tablet.

La voz de la azafata por megafonía nos avisó de que plegásemos las mesas, apagásemos dispositivos y nos pusiésemos los cinturones. El avión ya había arrancado y en cuestión de segundos estábamos despegando. La voz de Irene volvió a sonar en ese momento.

- Pues anoche bien que querías que esta imbécil te besara –lo dijo en un susurro casi imperceptible.

Mis manos se aferraron aún más fuerte a los reposabrazos y mis piernas se tensaron muchísimo más. Ya no solo por el despegue.


Bueno, pues vuelven a casa porque pasan cosas. A saber qué será

Besitos para todas :)

Sin pactosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora