VIII

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P.O.V Irene

Me acerqué a la terraza. A la altura de Inés. Estaba en el lugar indicado para ver sin ser vista. Fuera había una multitud de periodista y, a lo lejos, pude ver un coche que reconocí como el de Pablo. Aun lo tenía al teléfono.

- Pablo, por favor, ¿puedes dar la vuelta y llevarte a los niños? Porque van a empezar a hacer preguntas

- Por supuesto, sabes que no hay problema.

- Muchas gracias –me disponía a colgar cuando escuché que decía mi nombre.

- Irene, una única cosa. Tened cuidado, por favor.

- Lo tendremos. Muchas gracias por todo.

Colgué el teléfono y entré dentro de la casa. Lancé el móvil en el sofá y me quedé de pie pensando en qué podíamos hacer. Los pasos de Inés acercándose me sacaron de mi mundo. Colocó su mano sobre mi hombre e, instintivamente, yo puse la mía encima.

- Lo siento mucho. Todo esto es por mi culpa.

- ¿Qué dices? –me giré para mirarla a los ojos.

Suspiró y se sentó en el sofá de mi casa.

- Sí. Está claro que fue Albert quien los llamo y por eso están aquí. Albert me odia y quiere hacerme la vida imposible hasta que tome una decisión.

Me senté a su lado y puse mi mano sobre su rodilla. Sentí como en mi pecho crecía un nudo. Me trastocaba por completo la mujer que tenía a mi lado y, por las reacciones de ella, podían intuir que a ella le pasaba lo mismo conmigo. Sin embargo, ahora el tema era otro.

- ¿Y qué decisión es esa?

- Acostarme con él o dejar el partido –la miré mientras mi ceja se alzaba- Y no pienso ceder a ninguna de las dos, obviamente.

Respiré algo más aliviada. Sabía perfectamente que Inés nunca se acostaría con él, pero el simple hecho de pensar que podría dejar el partido hacía que se encogiese mi estómago. Estos años trabajando en política me habían servido para conocerla y sabía que, aunque nunca se planteó acabar en esto, ahora no podría vivir sin ello. Era parte de ella.

- Bueno, la verdad que dejándolo me ahorrarías trabajo –dije bromeando para aliviar la tensión.

- Pues no te caerá esa breva, querida –su sonrisa era pura luz.

- Vaya por Dios. Yo que ya estaba más relajada pensando que había derrotado a un enemigo.

- Imbécil –dijo riendo y golpeándome con un cojín.

- ¡Qué salvaje! Muy poco pija estás siendo. Te estás volviendo una rebelde.

- Yo. No. Soy. Pija –dijo dándome un pequeño golpe con el cojín entre palabra y palabra

- ¿Chica burguesa?

Esa pregunta solo me valió para llevarme otro cojinazo pero, esta vez, se lo quité de las manos y empecé a golpearla yo. Entre risas y golpes con el cojín se empezó a escuchar barullo fuera. Volvimos de repente a la realidad. Los periodistas.

- Irene, ¿qué vamos a hacer? –me preguntó mientras se acomodaba de nuevo.

La imité. Dejé el cojín a un lado y me arreglé el pelo.

- No lo sé –era la verdad, estaba perdida.

- Yo no quiero poner en juego tu carrera política y tampoco la mía.

- Lo sé. Yo tampoco. De hecho, lo que menos quiero es cualquier cosa que pueda causarte algún problema.

Un silencio se instaló entre nosotras durante unos minutos. Era un silencio de cortesía. Ambas sabíamos que iba a pasar después de eso. No éramos unas crías y nuestra decisión la tomaría nuestra cabeza. Decidí no ponérselo difícil. No dejarla como el poli malo. Bastante tenía ya con ser de derechas para que se comiese otro marrón.

- ¿Amigas entonces?

Vi como su mirada era un cumulo de emociones. Se apreciaba cierto brillo que supuse que era por el peso que le quité de encima al pronunciar yo esas palabras pero también se veía tristeza. Esta última no me hizo falta suponer a que se debía. Lo sabía bien porque yo también la estaba sintiendo.

3 meses después

Estábamos en la calle. Era tarde. Había cierto alboroto entra la gente que estaba allí presente. Pablo se disponía a dar su discurso post elecciones. Dentro de lo que cabe, no había sido un resultado nefasto pero podría haber sido peor.

La gente aplaudía. Me encontraba mal porque llevaba todo el día nerviosa y apenas había comido así que me aparté a una sala yo sola. Saqué el móvil y empecé a leer todo lo que iba saliendo. Entonces la vi. Ahí estaba.

Después de aquel día que la prensa se presentó en mi casa y dijimos de quedar como amigas así había sido. Habíamos intercambiado mensaje pero, sobre todo, eran sobre mis hijos y, cuando me enteré que se venía a Madrid, le ofrecí mi ayuda por si la necesitaba para instalarse.

La echaba de menos.

Lo había reconocido hacia cosa de una semana, cuando empezó toda la campaña. Lo dije en alto y sí, la extrañaba. Mucho.

De pronto, la puerta abriéndose, me provocó un sobresalto.

- ¡Joder, Pablo! –me respondió con una risa.

- Lo siento. No pensaba asustarte.

- Nada. Estaba concentrada y no te esperaba.

Pablo debió ver mucho naranja en mi móvil y ató cabos.

- ¿La echas de menos?

Lo miré. Note como mis ojos comenzaban a ponerse vidriosos y no podía dar marcha atrás a las lágrimas que amenazaban con salir. Me limité a asentir porque las palabras no me salían. Pablo se sentó a mi lado y me pasó un brazo por encima.

- Llámala y felicítala –me dijo.

- Hoy no –dije como pude- Mucha gente lo estará haciendo ya.

Hablaba mientras no levantaba la vista de la foto en la que se la veía a ella.

- Está muy guapa –dijo Pablo mirando la imagen en cuestión.

No puede evitar sonreír y asentir.

- Es muy guapa –le contesté.

Pablo dio un apretón en mi hombro y se levantó. Antes de salir me dijo una última palabra como despedida.

- Llámala.

En cuanto salió por la puerta miré la hora. Era bastante tarde. Probablemente ya habrían acabado hacía rato así que me armé de valor y empezaron a sonar los pitidos que iban al ritmo de mis pulsaciones.

- Irene –escucharla decirmi nombre, al otro lado de la línea, me paralizó hasta las pestañas.



Siento muchísimo la demora pero he estado con los finales, etc. Prometo que, poco a poco, iré cogiendo ritmo y os daré mucho, mucho amor :)

Sin pactosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora