Capítulo uno: Nuevamente.

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Alexa

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Alexa.

— ¡¿Dónde dejaste mis zapatos, renacuajo?! —escuché el grito de mi hermana.

Ruedo los ojos e ignoro el griterío que hay fuera de mi habitación. Realmente no me sorprende, todas las mañanas empiezan con gritos o con llantos. Desde que nací que estos acontecimientos ocurren dentro de mi hermoso -griterío- hogar. Eso pasa cuando tienes cuatro hermanos menores a dieciséis años viviendo en la misma casa.

Termino de colocarme la remera blanca con la palabra "Save" en negro, agarro mi mochila y salgo de mi la habitación para ir a la cocina que se encuentra en la planta baja. Al llegar saludo a mi madre que está tratando de que coma mi hermano menor de seis años, Oliver. El niño es un ángel, el único dentro de la casa.

Espero que duré unos años más y que el tonto de Liam, mi hermano de once años, no lo corrompa a tan temprana edad.

— ¿Vendrán por ti? —preguntó mamá después de darse por vencida con Oliver que comió la mitad de su plato, un récord debo aclarar.

—Sí.

La habitación no se queda en silencio, ya que mis hermanos entran gritándose entre ellos. Rió al ver la cara de enojo que tiene mi hermana.

—Mamá, ¿podes decirle al tonto de Liam que dejé de tocar mis cosas? —le dice con un puchero en los labios, Harper.

—Liam... —alargó mamá sin mirarlo.

Él rueda los ojos y se sienta a mi lado con su cara de pocos amigos.

—Como sea —contesta y sin que mamá lo miré, le saca la lengua a Harper que abre la boca indignada. Sonrío divertida.

Esto es mejor que las películas de comedia que miro.

—Me voy, adiós —digo cuando escucho la bocina fuera de casa.

Saludo a mis hermanos y de mi padrastro que estaba en la sala arreglando su saco. Cuando salgo, mi mejor amigo me mira desde la ventanilla. Abro la puerta de copiloto y lo saludo con un beso en la mejilla.

—Tarde —dice empezando a manejar.

—Simón, para ti siempre es tarde —contesto riendo.

En el camino cantamos canciones que pasaban por la radio y riendo de mi mala voz, ya que él sí tiene una gran voz para presumir. Llegamos y nos acercamos a la entrada donde está mi mejor amiga desde el jardín de infantes, Nora.

— ¡Al fin, llegan! —gritó dramáticamente haciendo que muchos alumnos nos vieran. Me sonroje un poco, las miradas en mí me ponen nerviosa.

— ¿Era necesario que grites? ¡Todos nos estaban mirando! —le dije mientras entrábamos al colegio para empezar, nuevamente, las clases.

Era lunes y el fin de semana había pasado volando como una ráfaga de viento.

—Como sea —dijo ignorando lo que dije, rodé los ojos. Abrí mi casillero y guarde el libro de biología para sacar el de historia—Hoy entraré al club de teatro, ¿vienes? —cerré el casillero y la miré a Nora seriamente, que me miraba con un puchero en sus labios.

Tres razones. PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora