El recuerdo de Celeste está latente, pero ¿qué hago yo? ¿dejaré que este maldito deseo me haga sentir un esclavo? basta con mi estúpido trabajo, prefiero ir a pie que tomar el bus e ir al supermercado, a lo que caminaba por las veredas de mi antigua universidad, era domingo y muy pocas personas andaban por ahí, la gente estaba deprisa, los perros que siempre los abandonaban, los borrachos caminando hacía sus casas y otros buscando un basurero para la cena, había un vagabundo que me llamó la atención, llevaba puesta una boina negra con una barba bien larga, llevaba un cartón en sus manos y un perro que le seguía, al verlo caminar me recordó a la tristeza que tiene este lugar y que nada ha cambiado, caminaba lento para no perderle de vista, se sentó en una esquina, muy pocos carros pasaban, el tipo cruzó la calle y su perro atrás suyo. Al llegar al otro extremo de la avenida, me gritó "¿qué ves, gil?", seguí con mi camino, hice como si no le escuchara encendí mi tabaco e iba con mi paso lento, los ambulantes seguían vendiendo sus carnes asadas, sus artesanías, libros y pinturas.
Un conglomerado de gente me detuvo el paso y me quedé en el ruedo, tenían un juego de cartas y estaban apostando, a mi espalda se encontraban unos viejitos jugando canicas y unos jóvenes con la pelota y en los árboles los enamorados. Nada cambia aquí, todo sigue igual. Al ver la sonrisa de un señor cuando ganó el juego de cartas y se llevó todo lo que había ahí, se acercó una hermosa señorita a él y se le sentó en las piernas, era puta, las conozco muy bien. Cuando salía del parque de la Patria, solo esperaba no toparme con un amigo o conocido, no quería hablar con nadie, así que presentí que alguien me estaba viendo y aceleré mi paso con mi tabaco.
Llegué al supermercado, tomé mi carrito para las compras, fui a lo necesario para mi y no morir y puse: pasta, arroz, frutas, huevos, verduras, gaseosas, pan, galletas y un vino rojo. Me acerqué a la cajera de turno, no vi su rostro fijamente, la cajera me reconoció, era Sofía, la chica que conocí en la universidad y tuvimos un ligero romance, le saludé apaciblemente, tenía ganas de ir al baño y dormir.
- ¿Cómo estás Miguelito, cómo te ha ido?
- Todo bien, lo mismo de siempre, comprar para vivir. Y muchas gracias por preguntar.
- Me alegro mucho escuchar de ti, sería bueno de encontrarnos en otro lugar, dame tu número.
- Sí, yo también me alegro de verte, acabé de llegar hacía unos días y no tengo celular, me robaron. Sería bueno que me des tu número y apenas yo tenga uno, te escribo.
- Está bien Miguel, espero verte pronto, ya mucho tiempo que no sé nada de ti.
- Cuídate Sofía, chao.
Salí del supermercado, e iba de regreso a mi casa, encendí otro tabaco. No sé que le pasa a Sofía, hacía mucho tiempo que no quería saber nada de mi, me odiaba y estaba en lo justo. Bueno, ya pasó, guardé su numero en mi billetera, de regreso pasaba lo mismo, nada que contar, nada cambia, nada.
Llegué a mi habitación, tuve que lidiar con mi vecina porque se había olvidado sus llaves, me ofrecí en ayudarle, me lastimé el dedo pero estoy bien. Después de todo, un gracias de ella fue reconfortante al final del día, tomaré café e iré dormir.
YOU ARE READING
"Las siete maravillas de Celeste"
ActionElla estaba sentada frente a mi, le ofrecí de pronto un cigarrillo, me rechazó, tal vez no debo recordar esa parte, pero fue justamente ahí, donde ocurrió un desplome de esperanza y un arcoíris de soledad. Esta novela te invita a recordar un amor...