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La puerta fue golpeada tres veces y le tomó al rededor de un minuto salir de su letargo, apartar el desastre que tenía encima y caminar hacía la puerta. No había nadie afuera. Ni en el pasillo, se sentía como si lo fuese imaginado. Pero no, en realidad sí había estado alguien allí, ese sobre en la entrada lo confirmaba. Se inclinó para recogerlo y lo miró. Frunció el ceño, enojado "Habitación 09" ¡Era el colmo! ¿Cómo alguien podía ser tan despistado? Ahora él, Shuuya Gouenji, hijo de un reconocido doctor, ¿debía hacer de cartero? Era sencillamente inaceptable y se lo diría a ese chico. Caminó marcando el paso, hacía la puerta nueve.

Después de tres semanas, volvía estar ante su puerta.
Tocó un par de veces y esperó. Una silla chillando, pasos tranquilos. La cerradura moviéndose. Y finalmente, la aparición de un joven hermoso.
El corazón le dio un tumbo en el pecho, porque esa es la reacción que causan las personas bonitas. No obstante, la belleza de ese hombre no le hizo olvidar que estaba irritado. Después de un saludo un tanto confianzudo "Hola, Ruiseñor" por parte del menor, Gouenji le extendió el sobre, sin dejar de mirarlo.
–Quiero pedirte algo.– inició.
–Dime, Ruiseñor. – preguntó, sonriendo.
–¿Por qué me dices así?– inquirió confundido.
–No sé tu nombre.

Qué respuesta. Gouenji agitó la cabeza.
–¿Podrías buscar una manera de que esas cartas te lleguen exclusivamente a ti? No soy tu sirviente.– señaló con desdén. Quizás había sido un poco rudo, a sus oídos, sonó como un niño caprichoso.
Pero el chico no parecía inmutarse en lo absoluto por sus palabras que evocaban descortesía.
–No te pedí que fueras mi... Cartero.– dijo, pensando muy bien sus palabras. –Bien podías deshacerte de las cartas e ignorarlas.– señaló con una sonrisa irónica.
¿Podía? ¡Claro que podía! ¿Por qué no lo pensó antes? Era demasiado bueno para simplemente ignorarlo. Se sentía como un imbécil.
–¿Por qué estás tan seguro de que son para mí? Yo podría estar enviándolas a ti.– Y sonrió.

Shuuya Gouenji no sabía qué responder, esa posibilidad jamás se le había cruzado por la cabeza, ¿cómo podría?
–Es broma, sí son para mí. – comentó, riendo. –Ni siquiera la has abierto.– Le quitó la pega de la solapa y sacó la hoja de papel doblada estratégicamente.
–Entonces me voy.– anunció, disponiéndose a marcharse. Ya había cumplido con su buena obra del día y le había dejado las cosas claras a ese muchacho.
–Me dejaste solo el otro día, en el comedor.– soltó, evitando que su compañero se marchara. –Fue muy descortés de tu parte.– Esbozó una sonrisa tranquila.

Mientras más lo miraba, más bonito le parecía. Tenía las pestañas largas, demasiado para tratarse de un chico. Y las uñas, perfectamente cortadas y limpias. Era un niño precioso. ¿Cómo podía serlo tanto? Quizás eso era lo que más le había llamado la atención; el potencial que tenía para ser modelo de su admiración. Su rostro era, sin dudas, un deleite.
–Lo siento.– dijo, obligándose a salir de sus pensamientos. –He estado muy ocupado. Con mi mis exámenes y todo eso.– excusó. Lo que no era cierto, hasta ese momento no había sacado los libros de anatomía.

–Te perdono.– musitó, como un niño. –Sólo porque yo también estoy ocupado con mi proyecto y sé como te sientes.– señaló.

La inquietud de la curiosidad surgió en él.
–¿Qué estudias?– preguntó, con cierta cautela.
El albino esbozó una sonrisa ladina.
–Artes.– respondió. Y con la misma cautela que había utilizado Gouenji, le preguntó. –¿Quieres ver?

El chico le permitió acceder a su territorio y no hizo más que mirar todo lo que sus ojos alcanzaban a ver. Las habitaciones en sí, no eran demasiado grande, tenían una sala, un baño y un cuarto. Todo estaba divido con paredes de hormigón. Completamente blancas, al igual que sus muebles y marcos. No se le permitía a los alumnos colgar cosas que pudiesen dañar la pintura de las paredes. Ni tampoco, pintar los muebles de otro color. Emanaba de lugar, un agradable aroma a vainilla. Finalmente, el muchacho divisó la pintura a medio hacer ubicada cerca de la ventana y caminó rápido hacia ella. Estaba maravillado. En su rostro, un brillo lo iluminaba. Intercalaba su mirada entre el campus real y el que estaba hecho de acrílicos y no podía creerlo. ¿Cómo existía alguien con tanto talento? Estaba incluso enamorado.
De pronto se había convertido en un niño pequeño.

UN AMANTE BAJO LA LLUVIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora