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10
Cuando Shuuya Gouenji se había graduado y no volvió a asomar sus narices por la universidad, no podía mentir, estaba enojado. Tanto que ya ni siquiera se podía permitir tener amigos o alguna pareja. Se había cerrado completamente a las oportunidades sociales.
Pasaron los años y el personaje "Shuuya" había sido desplazado por preocupaciones más acordes a esa etapa de su vida. No obstante, él aún se negaba a compartir su vida con alguien más. Se negaba a amar.
Porque ya amaba a alguien.
Admitirlo en ese entonces era estúpido. Pero ahora, que lo había dicho en voz alta y más aún,delante de Shuuya Gouenji, sentía que podía descansar. Ya no era un idiota.
Ah, si tan sólo la vida les fuese permitido pasar más tiempo juntos.
Incluso la hermanita menor; Yuuka Gouenji, le había escrito para preguntarle si era cierto. Fubuki por supuesto, lo confirmó.
–Mi padre está tan decepcionado.– dijo, a través de la vídeo llamada. Se le veía abatida y parecía que no había conciliado el sueño en varias noches.
–No fue su culpa, en serio.– respondió, pero ni él mismo estaba seguro.
–Entonces, ¿por qué, Shirou?
No tenía una respuesta amable para esa pregunta.Las personas son más complejas de lo que habría imaginado.
Mienten, les roban a otros y se resisten. Aún así, aman sin medidas y quieren ser amadas de regreso.
En esos meses no fue a visitarlo. No quería ver su realidad detrás de una celda, demasiado triste y demasiado miserable. No quería guardar una imagen así de él. Por eso, aunque se sentía mal por no saber noticias, se abstenía. Era por su bien.
Por otro lado, Gouenji no lo comprendía, sólo sabía que todos lo habían abandonado... Incluyendo a ese hermoso chico que le había confesado su amor.
En su cabeza se había formado la posibilidad de que Shirou le visitara con regularidad.
Por supuesto, ninguno de los dos pensó en el otro. Las personas también suelen hacer eso, muy a menudo, sólo piensan en su bienestar. Y eso está bien.
Y fue hasta entonces, que Fubuki Shirou se sintió preparado, que le obsequió un acto de bondad al hombre que tanto había amado.Aquella mañana el cielo estaba encapotado.
Shirou se atavío en una gabardina y caminó con pasos decididos hasta la cárcel municipal, donde se encontraba Shuuya Gouenji.
A esas alturas, ni siquiera le importaba si alguien lo reconocía como el chico que había abogado a favor de su demandante. Más allá de la valla de seguridad no había vuelta atrás. El suelo de tierra estaba lodoso. La instalación, gris y lúgubre. El frío que surcaba y hacia silbar a las paredes, espectral. Lo hicieron esperar, hasta que Gouenji apareció en la entrada. No estaba esposado y en su rostro, una serenidad impropia de quien ha perdurado dos años en prisión y en cuando advirtió su presencia, una sonrisa cálida iluminó su rostro. Estaba más pálido y un poco más delgado, pero seguía siendo guapo como lo recordaba. Se acercó, escoltado por un policía y se sentó en la silla frente a él.
–Treinta minutos.– dijo el uniformado.
Entonces, Gouenji se giró para mirarlo y con una voz suave le dijo:
–Vamos, Rody, no lo veo desde hace dos años.
Y Fubuki sintió una corriente eléctrica azotarle la columna.
El hombre lo miró, como quien mira a un niño caprichoso.
–Cuarenta minutos, pero no más.
Y se retiró.
Ellos se vieron solos, en una pequeña mesa de metal, aunque en realidad, a su alrededor habían más personas. Cada quién con algún ser querido o, por defecto, algún abogado.
–Veo que los policías te tratan bastante bien, es una preocupación menos.– comentó el albino, rompiendo el silencio.
–No te creas, hay quienes me odian.– respondió y soltó una risa. –Pero en su mayoría, son bastante amables.
Shirou miró a su compañero y lo sintió como un desconocido. Había cambiado. Lo percibía en su aura. Más tranquilo, más sereno, incluso más pacífico. Parecía que había envejecido, pero sólo en su interior y de una manera sabia. Fubuki se sintió bien en su presencia. Extrajo lo que había estado guardando en el bolsillo de su gabardina y lo dejó sobre la mesa, bajo la atenta mirada oscura de Gouenji.
–Yuuka me ha pedido que te lo dé, dijo que te haría sentir mejor.– explicó. –Quería venir pero, por su edad no la han dejado pasar.
Gouenji estiró el brazo y descanso la mano sobre la mano del muchacho albino.
–Es mejor así. – dijo.
Desenvolvió el presente, se trataba de varios mochis, colocados prolijamente uno al lado del otro. Sonrió, enternecido. Durante todos esos años, había anhelado con locura su tierra natal. Los dejó en el medio de la mesa y miró a su compañero.
–¿Has comido de estos antes? Son muy buenos, anda, te invito.– señaló, sonriendo.
En un principio y si no fuese sido tan agradable, Fubuki habría rechazado esa oferta. No quería salir de allí con sentimientos del pasado. No quería regar esa plantita que ya se estaba secando pero no terminaba por morir nunca.
No pudo decir que no. Se inclinó y alcanzó uno. Tenía una textura suave, como de malvavisco, pero estaba relleno de algo. Algo de un dulzor tenue.
–¿Qué es?– preguntó, curioso.
–Son mochis.– respondió, en un acento extraño. –Están hechos con harina de arroz y están rellenos de frijoles dulces. Aunque también los hay de chocolate, fresa y matcha.
Todo era muy interesante, y los dulces en cuestión, eran deliciosos.
–¿Cómo has estado aquí?– preguntó, tomando otro dulce.
–Me estoy esforzando, ya sabes, para ser un buen sujeto.– respondió. –Pero no te mentiré, es bastante aburrido y ves cada cosa.
Quizás ya era momento de darle aquella información. Quizás era momento de decirle toda la verdad. Fubuki apretó el mochi entre sus dedos y se lo llevó a la boca con rapidez.
–Tu abogado era bastante incompetente. – inició. –Y lo siento.– Pero Shuuya sólo le dio la razón y sonrió. Sonreía mucho. –Pero ahora, lo estoy asesorando, para que puedan sacarte de aquí antes de lo acordado.– señaló.
Shirou estaba esperando una sonrisa sarcástica, una mirada afilada y un comentario amargo. Pero nada de eso llegó, Shuuya sólo quería escucharlo. Así que prosiguió.
–Estamos al tanto de tu comportamiento aquí.– confesó. –Sabemos lo que haces, lo que dices y cómo te llevas con todos aquí.– Se aclaró la garganta. –El juez, ha considerado acortar tu sentencia por buen comportamiento.
–Vaya, qué consuelo.– expresó, sarcástico.
Fubuki se echó a reír. Sus carcajadas llamaron la atención de algunas personas. Él había vuelto. No, nunca se había marchado. Seguía allí. Como siempre.
–Es genial.– admitió. –Aunque ya me estaba acostumbrando a la horrible comida que sirven aquí.– señaló con gracia.
–Bueno, quizás debería decirle al juez que no quieres irte por la comida.– respondió, arqueando una ceja.
–¡No! ¡No hagas eso! En serio es horrible.
Y ambos se echaron a reír.
–¿Qué harás cuando salgas de aquí?– preguntó.
Gouenji ni siquiera necesitaba pensarlo.
–Apenas salga de aquí, quiero ir a un cafebook. Comer pastel de chocolate, tomar un café tan dulce como te gustan a ti. Leer un buen libro y ver el atardecer en la costa.– Fubuki lo escuchaba atento. –Ya pensaré qué haré después.
Fubuki sonrió y sólo permanecieron así por algunos segundos. Mirándose. Comprendiendo que aún sentía algo por el otro. Sorprendiéndose por unos sentimientos que habían perdurado tanto. Con el corazón latiendo en su pecho, como un tambor.
–Dame la receta de los mochis, te traeré más cuando vuelva a visitarte.
Gouenji sintió hermosa aquellas palabras. Alcanzó la libreta y el bolígrafo que le ofrecía y comenzó a escribir. Él volvería. Vendría otra vez para charlar y reír. Estaba tan feliz que las lágrimas le saltaron de sus ojos y no le dio tiempo para conterlas.
–¿Qué pasa? ¿Estás bien?– preguntó, preocupado.
–Sí, es que.– La voz se le rompía en fracciones. Aceptó el pañuelo que Fubuki le ofrecía y se limpió las mejillas. –Cuando pasas tanto tiempo solo, te vuelves como... Más llorón, no lo sé. – Y se rió. –Lo siento. Es tan vergonzoso.
Fubuki le alcanzó una mano y le besó los nudillos, una acción que avergonzó aún más al moreno.
–Volveré la próxima semana. Es una promesa.Desde ese momento, ellos habrían creado un nuevo ritual.
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UN AMANTE BAJO LA LLUVIA
FanfictionEllos eran sólo unos amantes efímeros, que se encontraban al final del día y se acercaban, pero no podían permanecer juntos... O quizás sí.