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Aún recordaba su graduación. Era un acontecimiento que tenía grabado a fuego vivo en su pecho. Los pétalos de cerezo. El primer anuncio de la primavera. Sus compañeros riendo y llorando con entusiasmo. Prometiéndose un "Hasta pronto" que, no sabían ellos en ese momento, jamás se cumpliría. El birrete y las fotos que sólo servirían para testificar la veracidad de ese momento. Los adiós entremezclados con alegría y tristeza. Todos apostaban por un futuro brillante. Algunos ya tenían lugar en alguna universidad del país, otros no pretendían ir pero sabían exactamente qué querían hacer con sus vidas.

Shuuya Gouenji sabía muy bien cuál era el sueño que su padre había creado para él: estudiar medicina en el extranjero. Se había encargado de inculcarle el amor por la anatomía y las enfermedades. ¿Lo había conseguido? Aparentemente sí, porque se había esforzado por ser el mejor promedio de su generación y se matriculó en una prestigiosa universidad en Alemania. También, había invertido gran parte de su adolescencia en academias de inglés. Como cualquiera podía ver, sólo un futuro comprometedor lo esperaba. Como Gouenji Shuuya lo veía: una vida monótona.

Pero Gouenji no se permitía a sí mismo lamentarse porque, de alguna manera u otra, era la vida que ÉL había escogido. Por ello, no lloró cuando tuvo que despedir a su hermana y padre en el aeropuerto.

-¡Vamos!- Le dijo su padre. -Los sueños grandes, son de soñadores valientes. ¡Eres valiente! ¿Verdad?

Y claro que lo era, cuando había enviado su solicitud de ingreso a una universidad en otro continente, se tenía que ser muy osado para realizar una hazaña de esa magnitud. Intentaba convencerse a sí mismo que no estaba nervioso. Que no sentía miedo en absoluto. Pero tenía las manos congeladas y un nudo en su estómago que era difícil ignorar. Era mejor aceptarlo. Todo saldría bien.

La primera vez, lo recibió un edificio antiguo que se alzaba con soberbia por sobre todo lo que le rodeaba; casas, edificios, árboles... ¡Todo! Y Shuuya se sintió intimidado ante tal majestuosidad. Los edificios de Europa, eran viejos y muy hermosos. Eran la personalidad misma del país; sobrio, elegante, frío. Los primeros días, todo conseguía sorprenderlo. Los salones, las tiendas, la comida y las chicas. Sobre todo las chicas, rubias o castañas, de tez muy pálida y ojos almendrados. Eran una belleza que no abundaba en Japón. Se sentía como un quinceañero, porque todas le gustaban. Se reía de sí mismo. Pero todos estos sentimientos infantiles, sólo eran la emoción de lo desconocido. Una vez que se había integrado a la ciudad, se había hecho con un grupo de amigos y había salido con unas cuantas chicas, todo había caído en monotonía.
Era el promedio perfecto de la promoción y también, tenía muy buena posición de jerarquía entre los estudiantes de todos los cursos. Los profesores tampoco eran muy feroces, había aprendido a ganarse su afecto y confianza.

Pero todo era aburrido. Demasiado para su gusto.

No se trataba de que su padre hubiese conseguido su cometido inicial. No era que de repente le tomó un amor desproporcionado a su carrera. Sencillamente no tenía nada más por lo cual apasionarse. Le gustaba caminar por las calles de la ciudad y adentrarse en los museos. Visitar la biblioteca pública y comer salchichas ahumadas. Pero no había nadie con quién compartir esos hobbies. Su actual novia, era la hija del director de un hospital reconocido que le daría trabajo una vez graduado. Pero con ella no compartía muchos gustos en común. Ninguno en realidad. No obstante, podían entenderse en todo lo demás. Ella era buena, amable y un poco niña.

Pero la tarde que se topó con aquel chico, había optado por tomar un taxi de regreso a las habitaciones de la facultad. Era difícil mantener un seguimiento del clima en aquella ciudad, aunque los días soldados no eran frecuentes, más que en verano y el resto del año permanecía nublado. Nunca era capaz de presagiar cuándo comenzaría a llover. Aquella tarde, cayó tanta agua del cielo, que pensó en una posible inundación. El chico estaba caminando apresurado por la acera. Tenía los brazos cruzados en el pecho y estaba empapado de pies a cabeza. Gouenji sintió compasión por esa pobre criatura pálida y famélica, le pidió al chofer que se orillara y le tendió un paraguas al muchacho, que lo aceptó muy consternado. Ni siquiera se quedó a esperar un gracias. No era necesario. Miró por la ventana, el chico seguía allí, de pie, vigilando el auto que se alejaba.

No conseguimos demasiados gestos de bondad en el mundo. No como deberíamos.

De regreso a su habitación, recibió una videollamada de su hermana menor, quién solía escribirle con frecuencia y a él le encantaba, porque adoraba a esa chica. En el tiempo que había pasado, la chica dejo de usar sus dos trenzas características y había optado por una coleta alta; había comenzado a admirar a Ariana Grande. Incluso, se había implantado extensiones de pestañas. Se veía aún más hermosa que como la había dejado.

-¿Y cómo es todo allá?- preguntó su hermana menor. Eran los mismos diálogos siempre que hablaban por Skype.
-Se ha vuelto aburrido. Como si toda mi vida hubiese estado aquí.- Se quejó.
La mujer al otro lado de la pantalla, se rió. -Deberías salir con tus amigos en vacaciones, ya sabes, a la ciudad vecina.- propuso con tranquilidad.
-Es difícil ponerse de acuerdo para una salida, pero lo tomaré en cuenta.- respondió con una sonrisa. Adoraba a su hermana.
-Y... ¿Ya te has enamorado de alguien?- preguntó, haciendo un baile de cejas.

Enamorado. Él no había experimentado aquel sentimiento en ningún momento de su estadía allí. Ni por novia , a quien sólo estimaba. Ni por las chicas que había tenido de amantes. Nada. Era un cascarón vacío.

-Aún no ha llegado la persona indicada... Creo.- respondió nervioso.

Yuuka Gouenji no torturar más a su hermano y optó por preguntarle sus planes a futuro. Este terreno sí lo manejaba muy bien.

-¿Qué harás cuando te gradúes? Ya faltan sólo dos años ¿no?- inquirió, apoyando su cabeza en el soporte de su mano.
-Trabajaré un tiempo aquí.- respondió. -Ya tengo un puesto y un apartamento asegurado. En vacaciones podrías venir a visitarme, hay muy buenos lugares aquí.- dijo.

Los ojos de la chica se iluminaron, casi hasta podía percibir el tono miel en ellos. La noticia le había sentado de maravilla. Sin pensarlo siquiera, aceptó la invitación de su hermano, a quien había estado añorando cada día.

-Pero vas a dejar de escribirme cada día, ¿verdad?- señaló con una mirada y una sonrisa divertida.
-¡Claro que no!- negó riendo. -¿Entonces quién alegraría tus días?

Shuuya Gouenji rió. Ella tenía razón, ¿entonces quién?

UN AMANTE BAJO LA LLUVIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora