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Shirou Fubuki pensó que no sería tan difícil, como siempre, se equivocó.
No lloraba por las noches, ni se volvió más melancólico de lo que era.
Él vivía su dolor de una manera diferente.
Había dejado de visitar la biblioteca porque, las pocas veces que lo hacía, juraba ver a Gouenji ocupando alguna de las mesas. Con un libro de anatomía abierto de par en par y el absorto en su lectura. Tan impenetrable.
Tampoco volvió a dibujar personas.
Pero leía, ocasionalmente, porque los libros lo hacían sentir como en casa. Remontándolo a aquellas tardes donde tomaba un baño en la tina. Leía en la cama y tenían sexo.
De alguna manera, se había anestesiado. Había dormido una parte de él que no sabía que existía.
De alguna manera, sólo Dios sabe cómo, los años pasaron.
Y ambos sobrevivieron. A su manera.
Gouenji se había sumergido en su trabajo. Quizás demasiado. Y había hecho cosas. Cosas malas.
Fubuki había culminado su carrera. Ya estaba listo para abrirse camino en el campo laboral.
No se habían olvidado, por supuesto que no, sólo se habían ignorado.
Lo confirmaron cuando volvieron a encontrarse.

Se encontró con Shuuya Gouenji en el estrado. Justamente el primer día de trabajo oficial.
Él estaría abogando por una mujer que acusa al hospital y a uno de sus médicos por negligencia.
Shuuya Gouenji, después de tres largos años ejerciendo, ha sido acusado por negligencia médica.
El corazón les dio un tumbo en el pecho cuando se encontraron cara a cara.
Habían cambiado, esos cinco años no pasaron en vano, sin embargo, algo de la esencia que ellos conocían del otro había perdurado.
Ambos vestían trajes; Fubuki llevaba uno blanco. Gouenji, uno bermellón.

La vida tenía un sentido del humor extraño, pensaron, porque si quería unirlos nuevamente ¿por qué había escogido un escenario tan morboso? Esbozaron sonrisas cínicas, conteniendo las risas ácidas que querían soltar y que rebotaran por todos lados.
El juez, un hombre maduro y con una expresión severa, los invitó a acercarse para dar inicio al juicio. 
Le leyeron todos sus derechos y, por siguiente, los cargos por los cuales se le acusaba.
La mujer que Fubuki Shirou defendía, alegaba que el neurocirujano Gouenji Shuuya se había negado a operar a su esposo, quien había llegado antes que el diputado, a quien atendieron de inmediato. Por consiguiente, el señor Jenkins está muerto.
–Usted ingresó al hospital en el 2018, ¿no es así?– preguntó el juez, leyendo un historial.
–Es correcto.– asintió el acusado, pese a que no tenía la necesidad de hablar.
–Y, usted fue promovido por el director de la institución, quien es también, el padre de su esposa. ¿No es verdad, Shuuya Gouenji?– inquirió, con un tono de picardía, como quien revela un  secreto obsceno.
–Ese detalle carece de relevancia, su señoría.– Ahora, había hablando su abogado, quien ni siquiera le había dado tiempo a su defendido de pensar una respuesta.
Luego, pasaron a preguntarle la hora en que había sido ingresado el señor Jenkins y la hora que había ingresado el diputado. Comparando la diferencia de horas en las que habían sido atendidos. Fubuki Shirou tenía las manos fuertemente apretadas, no había manera, Shuuya había asegurado tener bajo su cuidado al diputado y no al señor Jenkins, como debió haber sido.
–Entonces, admite usted haber dado prioridad al diputado, quien llego claramente, una hora después del señor Jenkins, ¿es así?
–Su señoría, yo no tenía ni idea de la presencia del señor Jenkins, se me había dado la orden de atender al diputado Miller y...
–Señor Gouenji, no respondió a la pregunta. ¿Atendió primero al diputado?
Shuuya bajó la cabeza.
–Sí, señor.
El juez arrugo la nariz, recogió los papeles con algo de violencia y los dejó a un lado. Luego, procedió a dirigir la mirada a Fubuki Shirou.
–¿Por qué cree usted que ocurrió esto, señor Shirou Fubuki?
El aludido reaccionó de inmediato.
–Conveniencia, su Señoría.– dijo, sin pensarlo demasiado. –Una conveniencia sin causa pues, ¿no iban ambos caballeros a pagar para que sus vidas fueran salvadas?
Shuuya le miró con sorpresa, era tan mordaz como lo recordaba.
Cada vez que el albino hablaba le recordaba aquella tarde cuando le surco el rostro con el cinturón de cuero. La mejilla le escocía, entonces.

Había entrado casi a trompicones y cerrado la puerta del baño con más fuerza de la necesaria. Los hilos de sudor le surcaban el rostro moreno. Su estómago se había cerrado y, para ese momento, los nervios los tenía disparados. ¿Habría alguna manera de salvar su juicio? ¿Podría salir ileso de aquella situación tan estrecha? Gouenji comenzaba a pensar, casi a una velocidad monstruosa. No podía terminar así. Sencillamente no podía. Él era inocente. Una víctima también.
Lo utilizaron.
La puerta del baño se abrió y, con pasos sigilosos y suaves, entró su pasado.
El hombre levantó la mirada y le obsequió una sonrisa triste. Más bien, nostálgica
–Nunca te lo dije.– inició. –No estudiaba en el departamento de artes. Lo siento.
–No te preocupes.– negó. –Lo sabía desde siempre. Vi tus apuntes.
Fubuki soltó una risa y miró a su compañero con ternura.
Todos los recuerdos que había confinado en su memoria se arremolinaron como pétalos de cerezo en primavera. Y sin poder contenerse más, se acercó a largas zancadas y con un paso marcado. Estando frente al albino, lo sostuvo del rostro y lo besó.
Shirou correspondió de inmediato. Saciando la sed que no sabía que tenía. Respiró su perfume costoso.
Por un misero momento, lo olvidaron todo. Se besaron, abrazaron y acariciaron. Recordándose. Sus almas se saludaban. Se alegraban de estar juntas otra vez. Cuando se separaron, Gouenji no dejó ir al albino, se quedó tan cerca que podía verlo todo a través de sus ojos.
Sólo quería recordar cómo era antes de graduarse de la universidad.
Antes de empezar a trabajar y mucho antes de perder la motivación.
Se había perdido a sí mismo y él lo permitió.

Aunque habría disfrutado aquel encuentro casual, Gouenji no podía despejar su mente. Su abogado, un chico más joven que Fubuki y más ingenuo también, le decía lo que NO debía hacer. Le aseguraba que podía dejarle todo en sus manos, que ni siquiera hacia falta que hablara. No es que confiara en ese niño, pero realmente no tenía más alternativa, el padre de su esposa lo había asignado para salvarle el pellejo. Que confiara o no, realmente no era importante. Él sólo quería irse de allí. Volver al hospital, con sus pacientes, a los pasillos blancos y desinfectados. Quería volver a su vida normal.
–No fue tu culpa, Gouenji. Fue un accidente. Un error, pero no fue tuyo, ¿okay?
Asintió, pero no estaba seguro de ello.
Un accidente.

Durante el juicio, Shirou Fubuki había evitado dirigir alguna pregunta directamente a Gouenji, este gesto fue tomado por arrogante y soberbio, pero Shuuya Gouenji se lo agradeció en silencio.
Las cosas no mejoraron para Gouenji. Ni para los demás acusados.
Quién podría salvarse era, con mucha seguridad, el director del hospital. Pero nada más.
Y Gouenji ya no sabía qué hacer para apartar esas acusaciones que lo bombardeaban sin parar. Incluso las personas del estrado lo miraban con ceños fruncidos y narices arrugadas, como quien huele mierda. Pero él no se intimidaba, porque sabía que nadie allí era perfecto.
–Dice usted que no estaba segura de si acusar o no al señor Gouenji Shuuya, ¿por qué? – La pregunta del juez, va dirigida a la mujer, que se mantiene ecuánime con las manos cruzadas en la mesa. Parece una pintura, con su cabello recogido y su falda larga. No parece real. Es una enfermera que acompaña a Shuuya Gouenji en la mayoría de sus operaciones. Si alguien sabe cómo funcionan las cosas dentro del pabellón, es ella.
–Siempre se mostró muy amable.– inició, como si eso en realidad no tuviera importancia. –Parecía preocuparse genuinamente por los pacientes. Le leía libros a los niños de oncología.
Fubuki Shirou siente una punzada ante aquella confesión.
Él no quiere ser arrogante. No quiere pensar en la manera que lo está haciendo.
Sabe que Shuuya Gouenji le muestra ese gesto de amabilidad a los niños con cáncer, no porque sea una persona intachable, sólo lo hacia porque se aferraba a los recuerdos. Igual que él lo hacía. Todos tienen una manera.
De igual manera, el juez no había sido considerado con este aspecto, pues era un hecho que carecía de peso.
–¿Cuál era el modus operanti para seleccionar a los pacientes que debían ser atendidos de emergencia?
La enfermera pareció levemente sorprendida por la pregunta, pero no tardó en responderla.
–El doctor encargado simplemente aparecía con el historial del paciente.– dijo. –Es todo lo que sé, asumo que se llevaba a cabo por orden de llegada o cita previa.
Esto último tampoco tuvo mucho peso en la salvación del médico en cuestión.

Gouenji Shuuya podía ir entregando su bata de laboratorio y su estetoscopio.

UN AMANTE BAJO LA LLUVIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora