Querida Shirley:
Veintitrés días han pasado desde que te marchaste.
Siempre quisiste ser libre. Siempre quisiste dejarlo todo atrás y arrancar los recuerdos de raíz. No creo que te importasen las personas a las que abandonabas. Si no, no te hubieses ido, arrancándoles una parte de su alma que nunca podrán reemplazar.
Estoy entre esas personas. Pero creo que soy la única que conoce el por qué de tu marcha. Y también el sitio en el que estás ahora. Te imagino caminando descalza por las rocas, amenazando con caer al mar, con la lluvia golpeando en tu rostro imperfecto que siempre quisiste pulir, y quizá esas gotas de agua reemplacen a tus lágrimas ahora que estás lejos. Te imagino sonriendo a los extraños como nunca sonreías a los conocidos. Te imagino siendo feliz.
Sé que no querrías que fuera a verte, porque las personas traen recuerdos, y los recuerdos no ayudan cuando lo que necesitas es olvidar. No voy a ir a verte. Pero el trozo de papel sobre mi mesa parecía gritarme para que fuera a ensuciarlo con la tinta de la máquina de escribir, y eso he hecho. Sé que estas cartas no te harán volver. Sólo espero que te hagan pensar.
Porque esas personas, esas almas ahora rotas, esas fuentes de recuerdos, te extrañan más de lo que tú pensabas. Y quizá si lo hubieses sabido aún estarías aquí. Pero no quiero pensar en lo que podría haber pasado. Sólo quiero contarte el presente, y a lo mejor así te das cuenta de que importabas. De que calabas en la gente. De que no solo eras, sino que eras querida.
Con cariño,
-Ariel