vi - el chico de la playa.

3K 324 26
                                    

Querida Shirley:

El tiempo pasa rápido, pero los recuerdos no se van. No te vas, aunque estés lejos. Es como si hubiera rastros de ti por todas partes. ¿Cómo no te dabas cuenta, Shirley, si por donde pasabas, dejabas huella? Creo que nunca voy a comprenderlo.

Ya hace más de un mes. Hoy he sacado las fotografías que me regalaste de esa vieja caja de cartón que escondía debajo de mi cama. Son tantas... Tantos momentos que parecen haberse ido para no volver nunca. Sé que no me hago un favor al recordarte. Cada recuerdo duele, como pequeñas espinas clavadas dentro hasta que sientes que no puedes seguir respirando. Pero el dolor está bien. Si no estuviera, ¿qué me quedaría por sentir?

Las imágenes parecían ser de otro mundo. Un mundo en el que tú estabas. En el que éramos felices, o al menos, podíamos intentarlo. Aunque tú no lo intentabas, ¿no es así? Nunca pudiste hacerlo. (Y espero que ahora, donde quiera que estés, lo intentes. Y que lo hayas conseguido.)

Algunas fotos están tomadas en la playa. Recuerdo que odiabas la playa, pero sólo la mayor parte del año. En invierno, era nuestro refugio. Huíamos a aquella playa fría y solitaria cada vez que podíamos, nos escondíamos en las rocas, reíamos con el sonido de las olas rozándonos. Aquellos pequeños momentos sí que fueron como pedacitos de felicidad para mí, y espero que para ti también lo fueran. Ahora, todo eso se ha ido, y todo lo que nos queda son estas fotografías. Trozos de papel con momentos capturados. Atrapados. Para siempre.

Estuve a punto de quedarme allí, parada frente a algo que no podría recuperar nunca, mirando a aquella fotografía sin ver realmente nada, dejando que mi mente volara lejos y que mis ojos se llenaran de lágrimas, pero entonces lo vi. En una de las imágenes, detrás de ti.

Era el chico que solía sentarse a unos metros de nosotras, en una de las enormes rocas, con los pies descalzos. No hablaba con nadie, ni dibujaba, ni escribía, simplemente miraba al mar con las manos sobre sus rodillas, durante horas.  Siempre pensamos que estaba incluso más loco que nosotras. Siempre pensé que podía ser un poeta reprimido, o un prisionero de su propia mente. Pero tú le conocías más que yo.

De vez en cuando me fijaba en él, en su mirada perdida, en su cabello desordenado y en las pecas de sus mejillas. Entonces, tú solías mirarme con una sonrisa, y después murmurábamos sobre aquel desconocido (o, bueno, para una de las dos lo era). Y cuando él acababa por darse cuenta y se volvía hacia nosotras, clavándonos aquella mirada oscura, tú simplemente alzabas el brazo y le saludabas. Como si fuera lo más normal del mundo.

Creí que él simplemente te ignoraba, pero ahora recuerdo que yo siempre me marchaba de allí antes que tú. Y ahora he descubierto qué hacías cuando me iba.

Ha caminado hacia nuestra playa en cuanto me he fijado en él. Me he quitado los zapatos y he andado sobre la arena, y el agua está igual de fría que cuando andábamos juntas, pero ya no es lo mismo. Cuando he llegado a las rocas, él estaba allí. Mismos ojos marrones, mismas pecas salpicadas por esa tez pálida, mismo cabello claro. Pero creo que no me equivoco al decir que su mirada parecía más perdida.

Me he acercado a él, con las manos en los bolsillos de mi chaqueta y sin una sola palabra en la boca. Al final ha acabado hablándome él primero.

Ha preguntado por ti, Shirley. Ha sido lo primero que ha hecho. Y sus ojos marrones son más bonitos de cerca. Me he sentado junto a él y se lo he contado. Tus planes, tus esperanzas, tu huida. Todo. Ha dicho que se lo había imaginado. No ha llorado. Parece una persona incapaz de derrumbarse, pero desde que te fuiste, trato de ver más allá. Él está tan perdido como su mirada.

No escribe, pero se le dan bien las palabras. Dice que siempre supo que eras efímera. Que eras como un copo de nieve que tratábamos de guardar entre nuestras manos. Que, algún día, ibas a convertirte en agua y a escaparte entre nuestros dedos.

Le he preguntado por vosotros, y ha recontruido con todo detalle cada uno de los momentos que vivísteis. Las conversaciones hasta que la marea volvía a subir. Las noches mirando a las estrellas. Tuvísteis que estar muy unidos. No sé cómo has podido arrancar tantas raícesde una sola vez.

También me ha dicho que, cuando nos veía caminar sobre la arena, lanzarnos agua la una a la otra, reír, y todo aquello que solíamos hacer, le parecíamos libres. Como si fuéramos dos pájaros surcando el cielo, uno al lado del otro. Creo que yo lo era. Me duele que tú hayas tenido que irte a buscar eso en otra parte.

Con cariño,

-Ariel.

[Sin ti]tulo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora