ii - la chica de la cafetería.

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Querida Shirley:

No sé si te acordarás de ella. Supongo que sí, solíamos ir a su café cada día. Era la chica de los vestidos de lunares, ojos marrones y cabello pelirrojo en un recogido deshecho. Era la que siempre nos sonreía al traer las tazas a nuestra mesa, la que que ponía canciones decentes en la máquina, la que cada día de lluvia se apoyaba en la barra, suspiraba y miraba a través del cristal a las gotitas que se deslizaban.

Ella lo supo hace seis días. Lo siento.

Aquella noche no iba precisamente a tomar café, Shirley. Pedí algo que pudiera hacerme perder el conocimiento -sabes lo poco que tolero el alcohol- y me senté en nuestra mesa de siempre, mirando tú asiento con un nudo en la garganta. Y bebí. Y lloré. Y lloré todavía más.

La chica de la cafetería me miraba, pero no preguntaba. Yo se lo agradecía. Al menos, hasta que decidí parar con aquello y pedí una taza de café, como las que solíamos tomar cuando todavía estabas. Ella trajo la taza a mi mesa y antes de dármela me preguntó en silencio por ti. Miró hacia tú asiento vacío y después hacia mi, y no hizo falta más. Negué con la cabeza y ella entendió.

Aquella chica debía de quererte más de lo que tú creías. Cuando comprendió que te habías ido, sus ojos marrones se volvieron cristalinos. La taza de café cayó al suelo. Creo que no fue lo único que se rompió.

Sabes que se me da bien comprender a las personas (te entendí a ti, el rompecabezas humano más complejo que existe, ¿recuerdas?). Cuando levantó la mirada, vi en los ojos de la chica de la cafetería la misma expresión que cada día lluvioso cuando miraba al cristal. Nostalgia. Tristeza. Miedo. Esta vez había algo más. Soledad.

Al ayudarla a recoger los pedazos de porcelana del suelo, dije algo. “Está bien.” No lo estaba. Nada estaba bien aquel día. Nadie estaba bien aquel día.

Con cariño,

-Ariel

[Sin ti]tulo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora