El páramo oscuro de los sueños grises

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Lo anterior narrado era nada más y nada menos que su rutina antes de dormir.

Akerot es un hombre tan común que pareciera que lo único singular en su persona es su enorme mal humor y su insólito olor a whisky.

Eran las 7 am y lo primero que siempre percibe es el enorme desorden de su pequeña habitación, la cuerda colgada en el techo y a su gato acostado en la ropa sucia.

Por alguna extraña razón, tenía un temor horripilante a estar solo. Tal era su miedo que tenía que encender la televisión a todo volumen.

Lo único que comía eran cosas fáciles de preparar como salchichas o Nuggets. No era pereza, sino sus bajas expectativas de su aburrida y rutinaria vida las que le impedían hacer algo más.

El pequeño departamento difícilmente estaba limpio.

Tenía una pequeña moto, que con muchísimos sacrificios compró.

Su cabello jamás lo peinaba y la única cosa que lo hacía levantarse de la cama era la música que escuchaba pero luchaba con su enorme sentimiento de vacío.

***

Trabajaba en servicio al cliente. El trabajo en esa oficina era totalmente aburrido. No lograba encajar con las variadas personalidades con patrones similares que solo pensaban en cosas poco relevantes como un simple programa de televisión, paginas populares en redes sociales y sus vidas rutinarias y simples.

El personal siempre se dividía en pequeños grupos sociales, invadidos por las envidias, rivalidades y ciertos detalles que los hacían chocar. Akerot no era bienvenido en ninguno de estos grupos.

-¿Iras a la fiesta de este viernes? –Expresó una mujer bajita, morena y con caderas anchas.

-¡Shhh! –Dijo en voz muy baja aquella mujer también morena pero con un cuerpo totalmente descuidado- Te puede oír el idiota de Akerot.

-¿Y qué? De todas formas dice que somos poca cosa para estar con "su majestad, don perfecto" ¡Ja, ja, ja!

Eran las típicas conversaciones que escuchaba cuando el tema de conversación era justamente nuestro amargado y solitario hombre.

Con el paso del tiempo ha intentado aprender a ignorar esos comentarios. A pesar de ello, se le rompía el corazón y la rabia y la tristeza lo invadían.

***

Después de soportar los múltiples rechazos y el sentir que su soledad crecía, seguía un patrón: Comprar una botella de whiskey, vodka o un six de cerveza, ir en su motocicleta hasta el mirador del muelle 23 y observar la puesta de sol mientras bebe lentamente.

La brisa en su rostro, y sus pocas arrugas formadas a sus escasos 28 años de edad, eran azotadas por una cierta tranquilidad, la cual percibía como una pequeña voz que le decía "Y quien sabe, a lo mejor y todo cambia mañana".

Tomaba su motocicleta y sin estar totalmente ebrio, conducía a casa con cierto cuidado. Ser tan precavido le hacía olvidar por un momento el hecho de no poder morir.