Capítulo 3

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Rayos.

No sabía muy bien que estaba pasando, pero había aceptado algo realmente peligroso.

Ethan quería enamorarme... A mí.

¿Por qué? Aún no lo tenía claro. Sin embargo, no podía evitar pensar cómo resistirme a él. Era el amor de mi vida, el chico de mis sueños, mi primer amor. ¿Cómo podría negarle algo? ¿Cómo podría mantenerme fiel a mi promesa?

No era el mejor momento en mi vida para escapadas románticas, no sabía cómo haría con la cafetería, pero bastaba con mandarle algún mensaje a Hannah para que se encargara. Necesitaba un poco de espacio, un poco de tiempo. Mis heridas dolían, pero más me dolía el corazón.

Estaba frente a la chimenea, intentando calmar aquel dolor que se había alojado en mi costilla. Lo mejor sería que viera a un doctor, pero las heridas eran demasiado obvias. Muchas veces Rupert me mandó a un hospital, pero siempre podía inventar alguna excusa. No esta vez.

—¿Te sientes mejor? —preguntó, saliendo de la cocina con una bandeja, cargando dos copas de vino y algunas frutas. Asentí en respuesta, no me sentía capaz de hablar en ese momento—. Mañana iremos a comprar algunos víveres, por el momento, tendremos que sobrevivir con esto.

—Está bien, la verdad es que está más que bien para mí.

Esa mansión era mágica, era como si pudiera dejar todos mis problemas atrás, disfrutar solo de aquel cálido ambiente. Todo era de madera, pero eso no quitaba lo lujoso de la cabaña. Claro, había sido decorada por Charlotte Hart.

Ethan se sentó junto a mí y me tendió una de las copas. Le di un sorbo corto, no era muy fanática del alcohol, aunque admitía que una copa no me vendría mal.

—¿Por qué te casaste con él? —preguntó, pero no estaba juzgándome, de hecho, parecía curioso.

¿Le contaría todo? Los seres humanos siempre necesitábamos desahogarnos, para así aligerar la carga que llevábamos encima. Era un instinto, una necesidad. Todos necesitábamos un hombro para llorar de vez en cuando.

—Estuvimos saliendo durante unos seis meses —comencé, sin verlo a la cara—. Él era una buena persona con todo el mundo, me gustaba su amabilidad, su forma de ver la vida. Todo el mundo creía que me casé con él por el dinero, pero en realidad fue todo lo contrario. Me gustaba su simpleza, no era uno de esos snobs, era sólo Rupert.

Él me escuchaba atentamente, sin interrumpirme. No parecía estar juzgándome, que eso era lo que yo más temía.

—Sigue —pidió, recostándose en la alfombra frente a la chimenea.

—Mi mamá enfermó en ese tiempo —Las palabras no querían salir de mi boca, pero lo mejor era soltarlas de una vez por todas—. La cafetería iba muy bien, pero no nos alcanzaba para todos los exámenes, mucho menos para los tratamientos. Rupert me chantajeó —confesé en un susurro—. Dijo que, si me casaba con él, entonces no tendría que preocuparme por los costos del hospital. En ese entonces veía a mi mamá apagarse cada vez más, no tuve más opción que aceptar su propuesta.

—Pudiste decirle a Alissa —dijo, un poco molesto—. O Hannah. Incluso pudiste decírmelo a mí, Mel.

—No quería molestarlos con mis problemas. En ese momento Hannah estaba embarazada, Alissa no recordaba nada y aún no podía hablarte sin morir de la vergüenza. ¿A quién le diría? —susurré.

Él envolvió sus brazos en mi cuerpo una vez más, atrayéndome a su pecho. Era tan cálido, tan fuerte. Me hacía sentir a salvo, como si nada jamás pudiera dañarme.

En un mal movimiento de mi parte, aquel golpe en mi costilla me hizo jadear, quizás estuviera rota, jamás me había dolido tanto el cuerpo.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación, intentado ver en donde me dolía.

Yo no te olvidé © ||Trilogía recuerdos: 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora