Las nubes grises se cernían sobre la cabaña esa mañana, al igual que sobre todo Aezerune de forma extraña, amenazando con comenzar un aguacero, casi advirtiendo los sucesos que tendrían lugar ese día.《Genial, como si necesitara ensuciarme aun mas con la cosecha》, pensó Arthur mientras observaba el exterior de su hogar desde la ventana de su habitación, con una expresión de desgano recordando todo lo que debía hacer ese día. Quizás si se apresuraba, podía ir al pueblo con Lucano, su amigo de la infancia, pero lo veía poco probable, sus padres siempre encontraban nuevas cosas para que él ocupe su tiempo libre. Los terrenos alrededor de su hogar se extendian hacia el horizonte, con un verde esmeralda apagado por las nubes, y habitado por algunas cabras y ovejas repartidas en las hectáreas de campo. A lo lejos podia verse el Arbaro de Labirinto, el bosque que separaba las tierras humanas de el dominio de los orejas puntiagudas.
La vida de su familia no era lo que tenía en mente cuando era niño, en los tiempos donde la raza humana aún tenía su propio reino y no eran dependientes de la amabilidad de criaturas que los odiaban. Ellos no poseían preciosas gemas como los Nad Ki, o grandes maquinarias que faciliten su trabajo como los Kirk'e. Ahora su única oportunidad de avanzar en su estilo de vida era labrando la tierra y rogando que algún comerciante Yung Pi se apiade de ellos y compre sus materias primas, cosa que él veía imposible ya que aquellos comerciantes ya tenían gente de su propia raza que vendieran la misma mercancía y de mejor calidad, pero si algo había aprendido con el tiempo es que una persona no puede cambiar el pensamiento de una civilización entera, y allí se encontraban, hundiéndose en su propia trampa sin siquiera notarlo.
-Arthur, levántate de una vez y ayuda a tu padre con el arado, ¿o es que piensas que tenemos que hacer todo por ti?- le reprocho su madre desde la cocina de la casa.
-Bien podrían pedírmelo amablemente alguna vez- susurró para sus adentros. Pero solo se engañaba a si mismo pensando que eso pasaría, pues sus padres lo odiaban, o mas concretamente, odiaban su don. El chico se levantó de su cama, haciendo a un lado un tomo de magia que había conseguido por un módico precio en el pueblo de Paraje de la Roca, y había estado hojeando la noche anterior. Arthur tenía aptitudes mágicas, que para su pesar, era una desventaja en su vida diaria.
Mientras atravesaba la cabaña hacia la puerta trasera que daba al sembrado de la familia, pudo ver su reflejo en uno de los trozos de vidrio colgados en una pared que servía como espejo. Su cabello negro seguía creciendo de forma intrínseca, como si tuviese vida propia, y a pesar de que pasara mucho tiempo bajo el sol ayudando a su familia, su piel seguía pálida como de costumbre. Sus ojos claros que en algún momento irradiaban vitalidad, ahora se convertían en un celeste apagado y monótono.《Por lo menos algo concuerda con mis ánimos》, aventuró mentalmente, y continuó hacia su destino.
-Eh chico, ven aquí y haz uno de tus conjuros para que las azadas trabajen por si solas, por lo menos algo bueno tiene que salir de eso- ordenó su padre en cuanto lo vio salir del hogar.
-La magia no funciona así, no puedo hacer que todo se mueva por si sólo ¿sabes?- le espetó Arthur, pero al instante deseó no haberlo hecho.
-Bah, si no puedes ayudar con ello a tu familia de que sirve que lo tengas. Y no creas que voy a soportar más tus faltas de respeto, si no puedes hacerlo con magia, mejor que pongas manos a la obra y lo hagas manualmente, como una persona normal. Y cuando termines, guarda todo en el cobertizo, no quiero que la lluvia arruine mis herramientas por tu culpa- sus ojos denotaban un claro desprecio y acto seguido volvió por el mismo camino que Arthur había llegado y entró a la cabaña.
-Ignorante, como si no supiera exactamente lo que puedo hacer con mi magia- dijo el chico con una expresión que mezclaba furia con tristeza. Tomo la azada y comenzó a labrar la tierra antes de que alguno de sus padres vuelvan a salir.
El caso es que la magia no estaba bien vista por la raza humana en general, y tenían razones para temer de ella o despreciarla. La primera es que tanto los Kirk'e como los Nad Ki eran mucho mas diestros en su utilización, y para una raza que se cree superior a simples razas bestiales, es mas fácil desacreditar esa habilidad antes que aceptar que existen cosas en las que los humanos son inferiores. Y la segunda razón existe desde el Gran Hundimiento de Ithara, donde los humanos perdieron su reino y su principal centro de poder, como también su segunda ciudad mas grande Ebonburg. Toda esta destrucción se cree que fue culpa de los Valathir, o magos renegados que buscaban poder y terminaron encontrándose con algo que ellos no pudieron controlar. Los padres de Arthur son grandes creyentes de esta ultima teoría, despreciando todo lo relacionado con la magia, incluso a su hijo, sabiendo que los nacimientos mágicos son al azar.
-¿Me dejaras plantar mis tomates esta vez si te ayudo?- dijo una voz aguda que sacó a Arthur de sus pensamientos.
-Buenos días Angelique, primero eso ¿no crees?- respondió el chico con una sonrisa ocultando su humor.
-Solo son buenos si la respuesta es que si, aunque también me conformaría con ver uno de tus trucos con flores-. La niña no se daría por vencida fácilmente, eso es seguro.
-Sabes que a nuestros padres no les gusta que te muestre esas cosas, no puedo arriesgarme a que otra vez nos castiguen- dijo el joven hablando por lo bajo para que nadie escuche mas que su hermana.
-Entonces no te queda mas remedio que dejarme plantar mis tomates- respondió Angelique mientras sonreía victoriosa. Su hermana era la única que no veía su don como algo negativo, y siempre que tenía la oportunidad lo alentaba a que le enseñe todas las cosas que sabia hacer con él. Normalmente se quedaba despierto hasta altas horas de la noche, leyendo y practicando a escondidas leves hechizos y conjuros para sorprender a su hermana sin que sus padres se enteren, como hacerse invisible a si mismo, hacer levitar pequeños objetos ya que con objetos de gran tamaño le resultaba mas complicado o conjurar pequeñas bolas de fuego celeste que asombraban a la niña cada vez que éste se las mostraba. Arthur apreciaba mucho que hubiese en los ojos de su hermana algo diferente que el odio y la desconfianza a la que estaba acostumbrado de su familia.
La lluvia comenzó siendo una leve brisa húmeda, pero en poco tiempo aumento su intensidad, creando lodo bajo los pies de ambos y ensuciando sus atuendos más de lo que normalmente estaban. Arthur le dijo a su hermana que entrara dentro de la cabaña, a lo que ella hizo caso porque sabía que se ganaría un escarmiento si aparecía empapada frente a sus padres. Él, por su parte, prefería quedarse en el campo antes de escuchar a su padre quejándose por como dejó su trabajo por unas cuantas gotas.
La tormenta se escuchaba cada vez mas fuerte, incluso los truenos eran inusualmente ruidosos, y cada vez se escuchaban mas cerca de donde se encontraba Arthur. Un estallido considerablemente mas ruidoso que los anteriores hizo que el chico levantara la vista de sus interesantes botas llenas de lodo unos segundos, solo para darse cuenta que los sonido cercanos no eran truenos, sino estallidos provenientes de una explosión púrpura en el horizonte, tan enorme que podía verse desde esa distancia con facilidad. A esta le siguieron mas estruendos del mismo color, todo indicaba que se produjeron donde Nueva Ithara, la nueva capital humana, estaba siendo construida.
Arthur dio un paso hacia atrás, tratando de procesar lo que estaba viendo, pero su cuerpo se paralizó cuando observó que las explosiones se dirigían hacia varios lugares con rapidez, uno de ellos su cabaña, trazando una línea de humo púrpura en el suelo en todas esas direcciones. Para cuando salió de su trance, las explosiones estaban a metros de él, y en un segundo llegaron hasta su posición. Arthur intento cubrirse con sus manos en un intento desesperado por sobrevivir, y para su suerte una débil barrera invisible lo protegió de gran parte del estallido, pero no evito que su cuerpo se elevara y cayera varios metros hacia su izquierda, golpeándose su espalda y cabeza en la tierra mojada y fría, mientras se quedaba sin aire por la caída. Sintió como sus ojos ardían por la explosión, sus oídos retumbaban y sus manos y antebrazos sangraban con cortes en todas las direcciones. Intentó débilmente inclinarse hacia adelante, y se encontró con un panorama terrorífico. Donde se encontraba su cabaña, ahora solo yacía un cráter humeante, los restos de la choza se encontraban esparcidos alrededor de éste, trozos de madera y paja humeantes salpicaban el terreno y la destrucción seguía de forma irregular mas allá de lo que él podía ver. Decenas de emociones y pensamientos pasaron por su cabeza, agotándolo mas aún, hasta que volvió a caer hacia atrás, con su cabello ahora embardunado de lodo y mugre, y mientras cerraba los ojos desmayándose, un ultimo recuerdo de la sonrisa traviesa de su hermana Angelique hacía que una lágrima cayera por su mejilla.
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Aezerune: La Voluntad de los Rechazados
Fantasy"Las peores decisiones en la vida son las que tomamos basándonos en el miedo." -Sherrilyn Kenyon-. No hay profecías. No hay un elegido. Ya no quedan caballeros en brillantes armaduras ni nadie que se oponga a la oscuridad. El mundo ha sido devastado...