Capítulo 1: Necesidades

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Arthur se despertó, sobresaltado por la pesadilla que acababa de experimentar. Tenia el cuerpo sudado y la respiración acelerada, aunque aquello fuera una pesadilla recurrente. Sentía ese ardor en sus ojos como aquel día, a pesar de que no había nada fuera de lo común ese mediodía. Sus cicatrices, ahora casi imperceptibles, experimentaban un dolor fantasma, casi como si la explosión hubiese ocurrido hace horas. Luego de frotarse la vista para tratar de volver a la realidad, inclinó su cuerpo hacia adelante, sentándose en el frio piso de madera en el que había estado durmiendo. Las azadas, las mazas y demás herramientas lo rodeaban. Se encontraba en el cobertizo de herramientas de su familia. O al menos eso era en su momento. Arthur tuvo suerte de que la explosión no llegara también allí ese día, aunque no es suerte la palabra que el utilizaría. Trato de secar el sudor frío que recorría su cuerpo con su vestimenta, pero el haber usado la misma durante cinco años, una túnica de arpillera verde y unos pantalones de tela remendados, no ayudaba a su causa. Emanaba un desagradable olor, la ultima vez que pudo alejarse del terreno de su antigua casa hacia un lago cercano había sido hace seis días ya. Estaba acostumbrado a estar sin higienizarse aun mas tiempo, pero eso no quitaba la constante incomodidad de no hacerlo.

Intentó levantarse al recordar el lago. Sus labios secos y agrietados habían sido seducidos por el pensamiento de una fuente de agua, pero al intentar hacerlo su estómago gruñó, como si fuese un pedido de ayuda de una criatura hambrienta. Se maldijo interiormente por caer presa de algo tan inútil como un recuerdo, y se dejo caer de vuelta en el suelo, apoyando su cabeza sobre una bolsa de harina guardada allí hace mas tiempo del que podía recordar.《Debería simplemente morir de hambre aquí, sería lo mas práctico y no estaría sufriendo cada día un poco más》pensó para sus adentros, intentando acallar su sed y hambre. Sus cicatrices aun dolían, aunque el sabia que el dolor no era mas que el recuerdo de aquél día en el cual lo perdió todo. Levanto su mano derecha sobre su rostro y se quito el guante que llevaba puesto, revelando efectivamente unas cicatrices ya sanadas y difíciles de percibir, pero sobretodo una mancha color vino, provocada por una quemadura que se extendía por toda su mano y subía por su antebrazo. Alejó los recuerdos de aquel incidente y se colocó nuevamente el guante, esperando así no revivir esas situaciones en su mente. Luego de horas de indecisión y dar vueltas en el suelo, tratando de silenciar a su estómago, y mas que nada a su mente, finalmente se rindió y se puso de pie con dificultad, insultándose a si mismo por no aguantar hasta el final y simplemente morir.

-Parece que ni siquiera eso puedo hacer correctamente- susurro sin fuerzas con una voz ronca y cansada. Su cuerpo hace tiempo había perdido su vitalidad, en su cara y torso se marcaban los huesos bajo su piel, y sus brazos y piernas ahora eran escuálidos y frágiles. Una apariencia no muy favorecedora para una persona de veinte años apenas.

Caminó hasta la puerta del cobertizo, temblando con cada paso, y al abrirla contemplo el mismo panorama de todos los días. Un cielo gris, amenazante y lúgubre que no había cambiado en todo este tiempo. La tierra se había vuelto árida y resquebrajada, como si ya se hubiese rendido hace mucho tiempo, y los pocos árboles que había cerca de su antiguo hogar, ahora no eran mas que simples ramas secas y erguidas solo porque el tiempo aún no termino de matarlas. A unos doscientos metros aún se encontraba el cráter donde en su momento se encontraría su cabaña. Aparto la mirada y comenzó a buscar en el suelo cualquier cosa que pudiese comer, una rutina que ya había normalizado. A escasos metros de distancia divisó un pequeño tomate, de un rojo apagado, con moho y de no muy buen aspecto, eso siendo positivos. Un nudo se formo en su garganta, y el chico estuvo a punto de romper en llanto. Recuerdos fugaces de su hermana vinieron a su mente, y cerrando los ojos con fuerza trato de descartarlos lo mejor que pudo. No necesitaba mas recordatorios mortificantes de su antigua vida. Se acerco a la fruta y la recogió del suelo.《Esto es lo mejor que la tierra puede darme en estos momentos》intentó convencerse al examinar mas de cerca su aspecto. Procedió a darle un mordisco, y su boca experimentó un sabor horriblemente desagradable, amargo y que le quemo las papilas gustativas. Se inclino apoyando sus manos contra sus muslos y vómito pura bilis en ese instante. No había otra cosa que expulsar, no había comido nada en días.《¿Que creías que iba a pasar eh, genio?》pensó para si mismo. Se irguió y soltó un grito de frustración, que hizo que toda su garganta doliese, para después arrojar el tomate lo mas lejos posible, y con lágrimas en los ojos volver a entrar en el cobertizo y recostarse en el mismo suelo frío y duro en el que había dormido. Sin ganas de hacer nada mas en el día, Arthur cerro los ojos y trato de dormir.

Aezerune: La Voluntad de los RechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora