Capítulo 7: Verdad ignorada

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La fuerza de la costumbre genera extraños efectos sobre los seres sometidos a una rutina.

Bilbo nunca habría imaginado que llegaría un punto en el que dejaría de tener miedo de Smaug, pero también había descubierto en su viaje con los enanos que era prácticamente imposible compartir cama con un compañero y no desarrollar una conexión con él. Ahora lo corroboraba con Smaug.

Ya no solo no tenía miedo, sino que notaba, con bastante inquietud, que disfrutaba de la compañía de su anterior enemigo y quería hablar constantemente de él, saber más. Al principio se autoconvenció de que era un mecanismo para combatir el miedo, luego determinó que debía tratarse de compasión, y finalmente se dijo que él era un estúpido por pensar que era solo eso.

Las historias que Smaug le contaba sobre sí mismo le causaban simpatía, era cierto, pero eso no explicaba por qué lo buscaba constantemente y le encantaba verle sonreír, aunque fuese porque se estaba riendo de él. En esos momentos no parecía un dragón ni siquiera un poco, ni tampoco un elfo, mucho menos un hobbit, claro está, era simplemente Smaug, sin ningún tipo de armadura que le cubriese, ni siquiera una suave piel, y Bilbo se sentía extrañamente poderoso cuando eso ocurría, y muy vanidoso, pensando que quizás fuese el único ser de la Tierra Media que lo hubiese contemplado de ese modo.

El hobbit se había adaptado muy bien a su nueva vida y cada vez se entendía mejor con el otrora dragón en un esfuerzo conjunto por amoldarse el uno al otro.

Superado el primer momento de aprensión porque la ciudad del interior de la montaña fuese más bien un siniestro cementerio, Bilbo consiguió convencer a Smaug de incinerar los cadáveres para darles algo parecido a un entierro digno y así poder volver a hacer las calles unos senderos bonitos aunque lóbregos por los que pasear. Al hobbit le encantaba ir por todos los rincones en busca de cosas útiles que aún se pudiesen usar y Smaug a veces se volvía loco buscándolo, pues era tan silencioso que se escabullía sin hacer ruido. En esos momentos a veces sentía que se había ido para siempre, y eso le causaba ansiedad, y no quería para nada experiementar ese sentimiento ni mucho menos pensar en su explicación.

En una de sus expediciones, Bilbo encontró bebida. Normalmente solía ignorar todo elemento ingerible que encontraba por miedo a que estuviese contaminado o por simple asco, pero puesto que en este caso se trataba de un barril de cerveza sellado,  apareció de repente en la empinada calle principal arrastrando el enorme barril hasta que este comenzó a rodar por inercia.

— ¡No, no, no! — gritó alarmado viendo como el tonel comenzaba a rodar a toda velocidad, echando a correr detrás de él.

Smaug, que se encontraba al final de la calle, contempló la escena con la boca un tanto abierta por la sorpresa. Resultaba bastante cómico como se movían las cortas piernas de Bilbo mientras él resoplaba como un caballo minúsculo de carreras detrás de un barril que lo superaba con creces en tamaño a pesar de que, en realidad, no era demasiado grande. De hecho, cuando llegó hasta él Smaug solo tuvo que agacharse un poco para poner la mano sobre él para hacer que se detuviese.

Poco después llegó el hobbit, quien por la inercia de correr en cuesta no pudo detenerse antes de chocar con el barril y quedarse tumbado aplastado sobre él con los brazos en cruz.

Smaug se echó a reír con ganas, y su risa grave y musical resonó por toda la cavidad de la montaña como campanas anunciando una buena hora.

— Así que a esto te referías cuando decías que eras "Jinete del Barril". — bromeó sin poder contenerse, y Bilbo se sintió enrojecer desde la punta de sus grandes y bonitas orejas hasta la planta de sus grandes pies.

— No creo que a esto se le pueda llamar "montar en un barril" por muy generoso que se sea con el término. — le respondió incorporándose con toda la dignidad que pudo mientras se sacudía los raídos pantalones. Todo hobbit tiene un aire siempre elegante hasta en las más adversas o absurdas circunstancias, no uno con toques solemnes como un elfo, pero sí una entrañable elegancia hogareña que transmite tranquilidad y hace sonreír. Smaug se había percatado pronto de ello y contagiado de esa enfermedad.

El secreto bajo la montaña [Smaugbo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora