Era un día apacible en la Comarca, que es lo mismo que decir que era un día normal y corriente en aquella tierra plagada de cotidianidad y tranquilidad.
Los hobbits eran seres afables y menudos de costumbres fijas y Bilbo Bolsón no era una excepción a esta regla ancestral.
Fumaba su pipa en el jardín delantero de su agujero-hobbit, que así es como se conocen sus casas excavadas en colinas, tal como solía hacer todas las mañanas después del primer desayuno y antes del segundo desayuno, entreteniéndose realizando anillos de humo de los que se sentía muy orgulloso. Como veis una ocupación nada peligroso y ni siquiera demasiado animada.
Su aspecto, a propósito, no era nada sorprendente. Como todos los hobbits, medía la mitad que un hombre, o puede que menos, y su pelo era castaño claro y rizado, como el de todos los hobbits, hasta su nariz era corta y respingona del mismo modo que sus pies eran grandes y peludos, y, como todos los hobbits no tenía un solo pelo en la barba, lo que le otorgaba eternamente un aspecto infantil a pesar de la edad y él ya contaba 50 nada menos.
Lo único, tal vez, a propósito a destacar eran sus ojos. De lejos parecían castaños, incluso negros, pero cuando alguien se acercaba podía comprobar que en realidad eran azules. Grandes y brillantes, jugaban curiosos con el espectador del mismo modo que el mar incita a los marineros incautos en la noche.
No tenían nada de calmados y sosegados, contrastando con el resto de su apariencia, pero ni él ni nadie de aquel lugar le daba demasiada importancia, después de todo debía de ser un indicio de su herencia Tuk, una familia realmente atípica de hobbits con la que estaba emparentado por parte de madre.
Se decía que uno de ellos, tiempo atrás, se había casado con un hada y había engendrado una estirpe de lo más estrafalaria, acostumbrada a hacer cosas de lo más inesperadas.
Por supuesto, nadie creía esa historia, al menos Bilbo no.
De este modo estaba él, sentado cómodamente aspirando el humo de su tabaco, cuando un extraño se detuvo frente a él. Era un viejo vestido con túnica gris y un sombrero picudo, además de una larga barba blanca. Bilbo no lo reconoció, pues no lo había visto desde que era niño.No era otro que Gandalf, el mago gris, al que conocía por sus fuegos artificiales, aunque por esas tierras también tenía fama de haberse llevado a muchos Tuk en varias ocasiones a vivir aventuras inesperadas, algo que desde luego no estaba en los planes de Bilbo, pero a Gandalf poco le importaban los planes del pobre hobbit.
Sabía que el destino le había reservado otro camino y el mago sabía además que el destino no es algo que se pueda ignorar a la ligera.
"Bilbo Bolsón, no sabes cuán necesario eres aún, muy lejos de aquí, ni quién lleva siglos esperándote. Pero todo a su debido tiempo, aún no estás preparado" pensó Gandalf, callándose todas esas palabras y urdiendo un plan para embaucar al nada receptivo hobbit, que lo único en lo que pensaba era librarse de toda molestia para poder irse a tomar su bien merecido segundo desayuno.
Si me preguntáis para qué creía Gandalf que Bilbo no estaba preparado os diré que no lo sé. Es difícil saber con certeza qué es lo que está pensando un mago y más uno de la talla de Gandalf. Tal vez pensaba que no estaba preparado para saber el verdadero motivo por el que lo escogió para la aventura o que aún ni siquiera estaba preparado para esa aventura, pero fuera lo que fuese estaría preparado a su debido tiempo del mismo modo que la fruta después de verde madura.Bilbo emprendió el viaje dos días después porque tampoco fue como si pudiese ir en contra de la voluntad del mago después de presentarse con doce enanos en su casa, todos ellos muy convencidos de que él era un saqueador profesional. No mentiría al decir que prácticamente lo obligaron, pero cabe destacar también que una parte de él, seguramente la parte procedente de la rama Tuk, encontró cierto regocijo en encaminarse por fin a vivir una aventura como aquellas que conocía solo por los cuentos.
Pronto descubrió que estos relatos tienden a embellecer los hechos y adornarlos para hacerlos más atractivos, y también que no era lo mismo hablar del peligro refugiado en la apacible tranquilidad del hogar que vivirlo en carnes propias.
Sin embargo, después de varios meses de viaje, que parecían siglos por el millar de peligros que había corrido, al fin estaba allí, preparado para hacer lo que se suponía que debía hacer. Después de todo, eso es lo que estipulaba el contrato que tenía con Thorin Escudo de Roble.
"¿Por qué estoy aquí si yo no ansío riquezas? ¡Bilbo estúpido! Te mandan a enfrentarte a un dragón y tú accedes, ¿acaso tienes serrín en el cerebro? ¡Ojalá me acompañe la suerte!" se lamentó para sí mismo el hobbit mientras contemplaba la efigie del dragón dormido desde la puerta de la cámara del tesoro.
Se había sentido confiado hasta entonces, creyéndose invencible con su anillo que le hacía invisible y que le había servido tantas otras veces para escapar del peligro. Ahora se daba cuenta de su error.
El dragón era enorme, una majestuosa bestia descomunal cuyas escamas refugian como joyas de sangre a las que la tenue luz arrancaba destellos de oro. Bilbo no estaba seguro si se debía al inmenso tesoro sobre el que reposaba o a que su armadura, de hecho, era así de hermosa, un tesoro en sí mismo. Si no hubiese sentido tanto miedo quizás se hubiese entretenido en maravillarse ante su esplendor, pero de momento tenía suficiente con conseguir mantenerse en pie sobre sus cortas piernas trémulas.
La primera vez que había entrado en la cámara ni se había atrevido a mirarlo, pero ahora que volvía por segunda vez habiéndole robado un copa, causado su ira durante todo un día, la amenaza parecía aún mayor y real. Y efectivamente lo era. Smaug ya no estaba desprevenido y solo fingía dormir con uno de los ojos entornados.
La enorme orbe dorada se abrió y clavó su pupila afilada en la oscuridad. No podía ver a Bilbo, pues llevaba puesto el anillo en el dedo, pero podía sentirlo.
— Bueno, ladrón. No puedes esconderte. Puedo olerte, oigo tu respiración, siento tu aliento.
Bilbo intentó contener inútilmente el aliento pero una aspiración demasiado profunda alteró el aire a su alrededor. El dragón giró entonces la cabeza en su dirección y el hobbit decidió que no tenía sentido ocultarse, aunque no tuvo valor para quitarse el anillo.
—¡Oh, gran y poderoso Smaug! ¡Estoy aquí, aunque no puedas verme! ¡No he venido a robarte! ¡He venido a ver si las leyendas sobre tu magnificencia eran ciertas! ¡No me lo creía! — mientras hablaba, él mismo se sorprendía de su propia osadía. Algo lo impulsaba, no sabía si curiosidad, insensatez o una inesperada confianza, puede que quizás incluso algo más que no podía entender. Simplemente las palabras nacieron.
Smaug se movió lentamente, bamboleando el tesoro bajo él. La montaña de moneda y joyas se deslizó como las dunas en el desierto hasta que algunas llegaron hasta los pies de Bilbo y chocaron con él, que pegó su espalda a la columna de la entrada, aferrándose a ella mientras notaba como su corazón se aceleraba cada vez más.
— ¡¿Lo crees ahora?!
— ¡En verdad las canciones y relatos quedan del todo cortos frente a la realidad, oh Smaug, la Más Importante y Grande de las Calamidades! — y realmente así era.
— Tienes buenos modales para ser un ladrón y un mentiroso. ¿Quién eres y de dónde vienes? No eres un asqueroso enano, no hueles como ellos. ¿No me dirás tu nombre antes de morir?
— Vengo de debajo de la colina y sobre la colina los caminos me han traído. — comenzó a decir Bilbo, quién a aquellas alturas no podía deternese y enumeró un sinfín de hazañas que había llevado acabo durante el viaje y concluyó con: — y soy el Jinete del Barril.
Aquella sarta de ingeniosidad dichas en definitiva para ocultar un nombre verdadero y el poder de la sabiduría que contenía complacieron mucho al dragón, que lanzó una risotada realmente interesado y maravillado por el intruso al que no podía ver. Nunca había olido a un ser como él, de hecho, ni siquiera sabía lo que era un hobbit, aunque diré también que Bilbo tenía su propio aroma distintivo.
Era como una brisa fresca otoñal, plagada de olores tenues de hortalizas dulce como las calabazas. Nunca había olido antes nada más agradable, y eso que conocía el aroma de los elfos, y le recordó su juventud, tiempo atrás, cuando la avaricia aún no lo había consumido y vivía bajo la luz del sol, muy lejos de allí. Estaba seguro que su sabor sería extraño y delicioso.
— Muy bien, "Jinete del Barril" - lo llamó no sin socarronería, estaba disfrutando genuinamente de aquella conversación. Pensándolo bien no hubiera podido ser de otro modo, hacía siglos que no hablaba con nadie y su propia voz le sonaba extraña. — Creo cierto que vienes de muy lejos, de debajo de las colinas y por encima de ellas, ¡y a robarme nada menos! — esta observación, lejos de resultarle molesta como en un principio empezaba a parecerle divertida. — ¿Dónde están tus amigos los enanos?
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El secreto bajo la montaña [Smaugbo]
Fiksi PenggemarBilbo era un hobbit corriente y respetable hasta que apareció Gandalf en su vida. Todos conocemos a grandes rasgos su aventura, pero todo cuento tiene más de una versión.