Capítulo 12: Último intento

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Balin no podía dejar de darle vueltas al significado de la historia que le había contado Bilbo y los vacíos que había en ella. Empezaba a imaginar la verdad, pero esta era quizás tan inverosímil que se negó a aceptarla como una posibilidad y no tenía el valor para volver a preguntar al hobbit.

Si la verdad era que se había aliado de algún modo con el dragón, fuesen cuales fuesen los motivos, enfermedad, magia o engaño, tendría que contárselo a Thorin y el viejo enano imaginaba cuál podría ser la reacción de su rey si se enteraba de aquello, por tanto prefería no saber y pensar a ratos que seguramente el que se estaba volviendo loco era él.

Entretanto Thorin se impacientaba, pues los caminos por los que Bilbo le conducía solo llevaban a otros senderos que desembocaban en arterias desiertas por los que solo el eco de la montaña fluía, pero ni rastro del dragón ni las joyas.

Se había vuelto irascible: su lengua tenía veneno y su furia era temible. Sus propios compañeros comenzaron a mostrarse temerosos y recelaban de dirigirle siquiera la palabra.

Bilbo sentía compasión, tanto o más que dolor en sus entrañas. ¿Qué sentido tenía, de todas formas, prolongar lo inevitable? De un modo u otro los enanos acabarían llegando a Erebor y pasarían por encima del cadáver del dragón o el dragón pasaría por encima de ellos, si es que aún le quedaba un soplo de vida para mover su cuerpo. El hobbit deseaba con todas sus fuerzas que así fuera. Rezaba en silencio porque Smaug aún viviese, pero al mismo tiempo temía y se preguntaba qué debía hacer.

La Piedra del Arca era una pesada carga entre sus ropas y a ratos pensaba en entregársela a Escudo de Roble con la esperanza de que desistiese su búsqueda a cambio de ella, pero entonces recordaba lo que Smaug le había dicho la primera vez que hablaron. La joya corrompería aún más el alma del Rey bajo la Montaña y aunque no sentía su influjo sí lo comprendía, porque el anillo de Sauron ejercía a ratos en él un celo similar.

—¡Sigamos avanzando! — apremió Thorin con una voz que helaba la sangre, pero todos estaban cansados y arrastraban los pies después de deambular durante horas.

—No daré un paso más. Necesito descansar. — dijo Dwalin empezando a sentarse, pero Escudo de Roble lo cogió de la ropa y tiró de él hacia arriba con brusquedad antes de que llegara a hacerlo.

Se gritaron y forcejaron tan violentamente que el resto de los enanos temieron que comenzasen a estrangularse y se interpusieron para detenerlos.

El hobbit pegó su espalda a la pared, tanto que sintió la textura de la roca a través de la ropa, asustado y jadeó cuando apartaron a Thorin y el rey lo miró por casualidad un instante, antes de mascullar entre dientes maldiciones.

—Muy bien, seguiré yo solo. — sentenció antes de darle la espalda y marcharse por el sendero.

Ya no podía soportarlo más, Bilbo temblaba y las lágrimas corrían por sus mejillas mientras acallaba a duras penas unos sollozos.

—No tengas miedo, Bilbo. Se le pasará. — intentó consolarlo Balin.

Sus palabras, lejos de calmarlo, lo sumieron aún más en la desgracia. Se movió con dificultad, trastabillando, y salió corriendo por uno de los túneles opuestos al que había tomado Thorin hasta que se estrelló contra un saliente de la pared, deteniéndose en seco.

Golpeó la roca una y otra vez, sin dejarse tiempo para sentir el dolor en sus nudillos, ensordecido por la sucesión de impactos. Desde fuera formaba una estampa patética, pues nada hacía a la piedra salvo teñirla con su sangre. Una sensación de debilidad e impotencia le embargó dejándolo al poco lánguido y agotado. Los hobbits no estaban hechos para la guerra ni se criaban aprendiendo sobre ella de modo que tal rabia destructiva no era natural y Bilbo pronto se vio sin fuerzas y eso le hizo sentir aún más miserable.

El secreto bajo la montaña [Smaugbo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora