Capítulo XI

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Había sido una tarde muy divertida en compañía de su padre: Lucky, finalmente, había aprendido a pescar, por lo que caminaba con mucho orgullo en su mirada y una sonrisa de autosuficiencia en sus labios. ¿Qué diría su madre cuando vea aquel par de grandes peces que llevaba colgando en una vara a sus hombros?

— ¡Seré el hombre de la casa! —Susurró el pequeño, que no tenía más de diez años.

— ¡No tan rápido, hombrecito! —Le dijo su padre con una sonrisa, sacando así al niño de sus cavilaciones, pues había logrado escucharlo—. ¿Acaso estoy tan viejo como para que pretendas reemplazarme tan pronto? —Protestó el hombre, que no tenía más de 40 años: muy robusto y fuerte a simple vista.

— ¿Eh? ¡No, padre! ¡No me refería a eso! —Dijo el niño entre titubeos, causando las risas de una pequeña Grace, quien, a pesar de la oscuridad de la noche, estaba demasiado emocionada como para sentir miedo. Claro, eso, y el hecho de que la presencia de su padre la hacía sentir segura.

— ¡Tranquilo! —Le dijo su padre, aún más entre risas, por la reacción del niño—. Sé muy bien a lo que te refieres —le dijo ya con seriedad, a la vez que ponía una de sus manos sobre la cabeza de su primogénito—. Y no dudo de que llegarás a ser un buen hombre y padre. Así como tú llegarás a ser una excelente mujer y madre —dijo también a su hija, haciéndolos sentir orgullosos a ambos, aunque la niña tenía un leve sonrojo en sus mejillas: agradecía que la noche no estuviera muy iluminada.

La pequeña, que no tenía más de ocho años, ya estaba muy instruida en el arte de la cocina, gracias a su madre, quien, seguramente, debía estar esperándolos en casa. El abuelo, por parte de su madre, había estado enfermo en los últimos días, debido a su avanzada edad. Por esa razón, ella había decidido quedarse y cuidarlo, prometiendo tener listo todo para cuando ellos volvieran con la pesca. Grace habría preferido quedarse en casa y colaborar en lo que pudiera, pero su madre, una mujer muy sabia, le dijo que no debía olvidar que aún era una niña, y que debía disfrutar de su juventud, ya que esta terminaría eventualmente, y es algo que no se puede recuperar. La pequeña, como todo lo que escuchaba de labios de su madre, no dejaba de considerar aquellas palabras. Admiraba mucho a esa mujer: no solo por su sabiduría, sino también por su belleza.

— ¿Crees que algún día llegue a ser tan bonita e inteligente como mamá? —Preguntó la niña, nerviosa, pero con mucha ilusión.

— ¡Por supuesto! —Exclamó su padre entre risas, pero sin dejar lugar a dudas en su declaración—. Lucky tendrá que cuidarte muy bien, hasta que encuentres a alguien que sea digno de ti —sentenció con seriedad—. ¡Claro! ¡Eso, si yo ya no estoy con ustedes para entonces! —Dijo, nuevamente entre risas, causándole un mayor sonrojo a la niña, mientras que Lucky asentía con seriedad.

—Entonces voy a necesitar tu espada, padre —dijo Lucky, con sus pensamientos en aquella nueva tarea, cosa que su padre comprendió al instante. Lucky siempre había admirado su espada: a sus ojos, no había mejor espada que aquella. Apenas aprendió a caminar cuando ya mostraba interés en aquella arma, y fue cuestión de que aprendiera a articular palabras, para que empezara a insistirle a su padre que le enseñara el arte de la pelea con esta. Ya había aprendido bastante bien, pero no veía el momento en el que aquella espada pasara a ser de su posesión: claro que amaba a su padre, pero, vamos, era "La espada", se decía a sí mismo.

— ¡Oye! —Exclamó entre risas el aludido—. ¡Dije que, eso, si yo ya no estoy entre ustedes! Parece que tienes prisa por reemplazarme, hombrecito —le reprochó con falsa indignación.

— ¿Eh? ¡No, padre! —Intentaba aclarar el nervioso niño, sin caer en cuenta de que su padre solamente lo molestaba, como lo evidenciaba su divertida sonrisa.

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⏰ Última actualización: Feb 20, 2020 ⏰

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