Inmune

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—Ahí está ella. Vamos es tu oportunidad, hazlo antes de que se vaya.

Con la mirada puesta en la chica, curioso e indeciso, pero con las ganas al borde del abismo, Cupido lanzó la flecha hacia ella.

Prontamente ella sintió un piquete, pero no le tomó importancia, era algo ya normal en su vida. Ella lo consideraba como un tic o algo que sucedía con frecuencia. Ya no sé asombraba.

Decidió marcharse, caminando por la acera y con la vista puesta en sus botas negras.

—Vamos, qué sucede

—Espera que el elíxir haga efecto.

Luego de unas horas notaron que el encantamiento de la flecha de cupido no surtió efecto alguno.

—¿Qué ha pasado?

—No tengo idea. Nunca fallan mis flechas, esto es muy extraño.

—A ver, lanza otra.

Decidido intento una segunda vez, obteniendo el mismo resultado.

—¿Por qué no sucede nada? Oye tus flechas no sirven. Lanza otra. -ordenó el mortal con enojo.

—Ya, ya, ya. Está bien, pero suelta mis alas.

Una tercera vez sin éxito.

—No sé qué sucede, nunca antes había sucedido algo como esto. De una, mis flechas hacen que las personas se enamoren. —expreso con desesperación Cupido. Tenía razón, él nunca fallaba y el elíxir de sus flechas era exquisito, jamás había sido un problema. —Creo que ella es inmune.

—¿Inmune? ¿A qué te refieres con inmune?

—Ella no puede ser atrapada por el encanto de las flechas. Ya no siente, ya no sabe que es enamorarse. —Justo a lo que Cupido le temía.

—¿Ella no siente el efecto de las flechas? —cuestiono con curiosidad el mortal; cómo era posible que está vez fallará el gran Cupido, el dios del amor. —¿Eso es posible?

Hasta el momento Cupido no se había preguntado tan semejante cosa. Era confiado a la hora de lanzar sus flechas  hacia alguien, mas no podía evitar pensar en esa extraña posibilidad; si era así por qué nadie le había dicho algo al respecto.

Luego de observar a la chica, en su habitación, recostada sobre su cama, pensando en qué fue lo que hizo mal para merecer la vida tan inútil e insignificante que tenía que cargar sobre sus hombros.

—Si tan solo no hubiera sido tan tonta, nada de esto estaría pasando —Expreso con odio en su ser. Sentía rencor de la persona que la había maldecido a vivir una vida llena de penumbras y sombras. Era inevitable sentirse culpable por su propio destino.

—¿Qué quiso decir con eso? —Ahora la curiosidad había aumentado en un nivel extremo al escuchar las furiosas  y desconcertantes palabras de la chica.

Fue entonces en qué Cupido comprendió que sucedía con la chica y sus flechas. No era nada de un defecto en el elíxir, no era mala puntería o una mala visión, tal como él consideraba. Era exactamente lo que Cupido había dicho. Ella ya no sentía amor.

—Creo saber qué sucede. —Dijo observando a la chica derramar lágrimas negras sobre sus mejillas. —Le han roto el corazón tantas veces que ha dejado que su corazón se endurezca, cerrándose hasta el punto de bloquear salida y entrada a sentimientos como lo son el amor, la alegría, el gozo y la bondad. Dejando así que el sufrimiento y el dolor se apoderen de su alma y la lleven a sentirse inútil ante la sociedad.

Cupido observó a los ojos al mortal, con sus ojos marrones.

—¿Y sabes cuál es la principal razón?

Al no recibir respuesta alguna continuó.

—Ella estaba dispuesta amar, con todo su corazón al chico que yo escogí para ella. La fleché una vez, y funcionó a la perfección. Ella sonreía, era muy amable y reía, reía de todo y pensaba que su vida era asombrosa. Mas el chico se enamoró de otra persona, fuera de mi control. Yo no lo había predicho así.

El mortal observó a Cupido con lágrimas en sus ojos y luego vio por la ventana a la chica que amaba.

—Ella espero mucho, por una oportunidad, una efímera oportunidad de que él se fijará en ella, que la tomará en cuenta, que pudiera conocerla y enamorarse de ella algún día. No sabes cuántos deseos pidió, cuántas veces resó, cuántas veces me suplico que yo pudiera unirlos algún día, empero ese deseo estaba fuera de mi alcance porque el chico estaba hechizado por la otra chica.

—¿Qué dices? ¿Ella espero mucho? ¿Pero cuánto tiempo espero?

—Dos años, porque llegará y ella poderle decir todo lo que sentía, cuando al fin lo hizo, cuando al fin logró sacar y expresarle con mucho amor, y miedo intercalado, sus sentimientos, algo que ella nunca en su vida había hecho por nadie más, recibió el peor rechazo que pudo existir. No solo se rió de ella, sino que también la despreció por no ser de la misma "sociedad" como ustedes los mortales lo llaman. Le expresó que tenía una novia a la cual amaba con todo su ser y jamás la cambiaría por alguien tan baja como ella. Sin saber que al final su novia lo terminaría dejando por alguien más. No fue suficiente y tuvo que contárselo a todo el mundo. Fue la peor de las humillaciones. ¿Ves ese cartel de por allá? —señalo un viejo, corroido y mohoso pedazo de cartulina al final de una calle. —Esa es una de las cosas más horribles que un ser humano puede hacer.

En el cartel, ya amarillento por las lluvias y la resequedad del sol, se expresaba con una horrible descripción

La perdedora se ha enamorado de mí.

Seguido de una foto muy vergonzosa de la chica, simpática y agradable, antes de convertirse en la más apartada y amargada de todas.

El mortal comprendió todo, en verdad estaba avergonzado. Destrozó en más de miles de pedazos el corazón de su amada. Él mismo había escrito ese cartel e hizo muchas copias para que todos en la cuidad se dieran cuenta, como si no le había bastado lo descarado que había sido al burlarse en su cara.

Las amargas lágrimas que corrían por sus mejillas quemaban, ¿Por qué lo hacían? ¿Sería ese el dolor que la chica estaba pasando y ahora el tendría que pasar? Era una posibilidad, tal como la posibilidad inexistente, que ella no lo hubiera conocido y su vida hubiese sido mejor de lo que era ahora.

–¿Ahora comprendes el porqué las flechas no sucumben un efecto en ella?

Se sentía apenado, torturado. Sin saber que tendría que cargar con ese pesar por el resto de su vida, ya que la chica había jurado que su dolor lo padecería aquel que la había destrozado, aquel que la hizo sufrir, aquel que la hundió hasta lo más profundo del abismo sin fondo en el que había caído y hasta el momento no había podido salir.

El, sufriría hasta el día de su muerte el hecho de amar a alguien y jamás, jamás, poder estar con esa persona. No podría amar de verdad, no podría querer a nadie más que no sea ella. Hasta el final de sus días pensaría en ella como el aire que respiraba, como el agua que necesitaba, como el vacío que jamás se llenaría en su ser, porque desde el momento en que él rompió su corazón ella se volvió inmune a los hechizos del amor.

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