Estaba negro y no lograba distinguir nada… todo era tinieblas y obscuridad… hacía frío. Me froté los brazos y me arropé con un suéter. Avancé un paso… nada. Me quedé parada en el lugar y luego de examinar todo con la mirada por si lograba ver algo, di otro paso. Esta vez el suelo comenzó a moverse debajo de mí… y comenzó a caer en pedazos. El mundo se rompía bajo mis pies y yo no sabía qué hacer… me desesperaba…
Mi respiración se volvió agitada y comencé a correr a través de la oscuridad. Me caí varias veces, pero no sentía dolor alguno… seguí corriendo desesperada mientras jadeaba y sudaba, el labio inferior me temblaba al igual que mis manos, pero seguía corriendo.
Hasta que algo me cegó por completo, era algo demasiado brillante… ¿una luz? Sí, una luz. Me detuve al instante y me llevé las manos a los ojos intentando ver de dónde provenía esa molesta luz. Mis ojos se acostumbraron poco a poco a la claridad y el brillo; hasta que por fin pude distinguir algo… una silueta. Me acerqué con miedo.
No sabía quién era… pero mis pies se movían automáticamente como si fuesen independientes. Pude distinguir entre la brillante luz a un chico. Él me sonreía con cariño. Nunca, ningún hombre me había sonreído con cariño… no… en realidad, solo me sonreía Chloe. Me mordí los labios y negué con la cabeza… no podía ser él… caminé un paso hacia atrás y él avanzó hasta mi lentamente. Me tendió la mano…
Desperté sudando y con la respiración agitada. Había sido una pesadilla, no había sido real. Puto Fuentes, ¿era necesario que él estuviese en todas partes? Sacudí la cabeza intentando olvidar ese horroroso sueño.
Me incorporé en la cama y miré a mí alrededor. Había una tenue luz que traspasaba las cortinas de la habitación y gracias a esa luz pude distinguir a Chloe y Emma dormidas profundamente en sus respectivas camas. Me levanté y caminé silenciosamente al armario. Busqué una camiseta y unos short de tela y me los puse. No tenía sueño, por lo que decidí salir a caminar por el instituto. Calculé que debían ser alrededor de las 12 o 1 de la madrugada, todos estarían durmiendo. Me dirigí a la tercera planta, la de los chicos, desde allí había una escalera por la cual podría ir al desván y en el desván una puertecilla por la que podía subir a la azotea. Me gustaba ese lugar. No lo visitaba desde el año anterior y ya lo comenzaba a extrañar. La azotea era “mi santuario” y yo iba allí cuando necesitaba meditar sobre mis cosas, cuando necesitaba escaparme del mundo y sumergirme en el mío propio.
Subí con mucho cuidado las escaleras, no quería caerme y despertar a todo el internado… una vez llegué a la tercera planta, me dirigí directamente a la escalera que me llevaría al desván. Subí intentando hacer el mínimo ruido posible.
Una vez en el desván, subí por la vieja escalera de madera que conectaba a la puertecilla de la azotea. Me sorprendí al darme cuenta de que estaba abierta, generalmente la tenía que forzar, pero esta vez fue diferente. Aun así, me decidí por subir a mi lugar secreto.
Al asomar la cabeza en la azotea sentí como el viento pegaba fuertemente contra mi rostro, aspiré profundamente, se sentía bien…
Seguí subiendo mientras el viento me provocaba escalofríos.
Pude distinguir a alguien sentado en el borde, sostenía un cigarro con una mano y observaba el cielo repleto de pequeños puntitos brillantes que le daban luz y hermosura.
Caminé hacia el borde y me senté a su lado, nos habíamos encontrado allí un par de veces antes, pero no habíamos cruzado palabra alguna, por lo que esperaba que él guardara silencio como todas esas otras veces en el año anterior.
Suspiré mientras miraba el cielo, estaba precioso…
–Hola Maydeli. –Me saludó, yo giré la cabeza y lo observé. Su rostro estaba tranquilo…