Capítulo 8.

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                          A las cinco de la mañana, un relajado Milo, dormía en la cama con Afrodita recostado sobre su pecho. El lecho, los juegos de sábanas, el vestidor, la mesa y el resto de elementos de decoración de aquel dormitorio eran blancos, lo único que había de color eran los pétalos rojos de las rosas, que se esparcían por toda la estancia en una distribución bastante llamativa: en espiral y con la pareja en el centro.

Los ojos del griego, estando con sus párpados cerrados, se movían a gran velocidad, como síntoma de estar dentro de un profundo sueño. Lo curioso era que aquellos pétalos, que lo rodeaban y tenían aquel efecto tan relajante, comenzaban a separarse de él, tal como si alguien los estuviera apartando.

Milo, en su estado de inconsciencia, volvía a estar en aquel paraje rebosante de vida, solo que esta vez no detectaba la voz de alguien. Se puso a pasear por el vergel y quedó fascinado por las maravillas vegetales que había allí, pues había plantas que no tenía idea de que existieran.

Escuchó el sonido de una cascada y se dirigió hacia su origen, separando la vegetación sin causarle daño. Al llegar a los pies de aquel torrente, ahora estaba frente a un lago generado por la caída incesante de la cascada y no encontraba palabras para describir lo bonito de aquella estampa, pues era fascinante.

Bajo las aguas cristalinas descubrió una mujer, que margullaba desnuda y su larga melena pelirroja le llegaba hasta la altura de los muslos. Llegando a la orilla, emergió y salió del agua sin pudor alguno. Su cuerpo era admirable, rasgos finos e increíble belleza, no había otra palabra para definir a aquella mujer que la perfección encarnada.

Estaba con los pies dentro del agua y entonces se fijó en la intromisión del rubio, que la observaba sin intenciones de parecer un mirón, solo alguien que se la encontró de paso. En ese momento pareció que se elevó la temperatura corporal de la muchacha, pues se secó en aquel instante, descubriendo que su larga melena no era lisa, sino ondulada.

En un momento dado, la vista de la bella jovencita se fijó en algo que estaba detrás de Milo. El invitado en aquella visión no podía darse la vuelta y ver quién estaba allí; estaba imposibilitado para hacerlo y solo sentía la presencia de un varón tras de sí.

Aquel personaje pronunciaba una palabra: "Ven" y su tono de voz era de alguien tan joven como ella. Parecía estar pidiendo a la chica que acudiera a su lado y, como esta no le obedecía, lo repetía cambiando su tono de suave a severo. No obstante la pelirroja seguía ignorando su evidente enfado y le sonreía, para a continuación lanzarse otra vez al agua y nadar tranquila por el enorme lago.

En un momento dado del sueño, todo se desmaterializó y ahora Milo estaba en la base de un espacio infinito en altura y extensión. Estaba ahora en el centro de un círculo, formado por quince colosales pilares que, por su magnánimo tamaño, le hacían parecer una simple hormiga a su lado.

Aquellas columnas se alzaban hasta donde le alcanzaba la vista y tras ellas no había nada más que oscuridad. El griego permanecía expectante en el centro de los quince pilares y aguardaba algo que no tardó en aparecer pues, una colosal voz distorsionada y colérica retumbó por todos lados y pronunció: "¡¡¡No tienes derecho a soñar con ella!!!"

La intensidad del sonido fue tal que consiguió despertar a Milo y se encontró en aquella cama mullida. No se había percatado que no quedaba un solo pétalo sobre ella y tampoco le dio mucha importancia. Se frotaba la cara, tratando de espabilarse y separaba al otro joven con delicadeza para no despertarle.

Poniéndose en pie, silencioso e imperceptible, cogió sus ropas y salió de allí lo más deprisa que pudo, pues no sabía qué hora era y no quería llegar tarde a la jornada de entrenamiento. Por parte del que seguía durmiendo, estaba tan exhausto de lo que habían hecho durante la noche, que no se despertó en ningún momento.

Las Crónicas de MiloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora