Capítulo 10.

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             Milo ascendía por las escaleras que lo conducían directo a la casa de Géminis y entre más se aproximaba, más pesado se sentía. Era la primera vez que divisaba la fachada del templo, pues durante la mañana salieron de allí sin mirar a atrás, y en ella estaban los dos hermanos significativos de dicha constelación: Pólux y Cástor, en relieve y flanqueando la entrada principal.

Por algún motivo, la gravedad de por allí era inusual. El ambiente era denso y cargante, lo pudo percibir durante la mañana pero no le dio importancia por la repentina aparición del guardián de esta. El rubio se detuvo un segundo, pues pareció percibir una sensación conocida, divisaba a todo lado del templo y su mirada se volvió intrigante, pues pareciera que hubiera detectado algo.

Adentrándose por el corredor principal, el trayecto era de un único sendero y por eso presupuso que no debía de estar por allí su misterioso vigilante. Al cabo de unos minutos sin detenerse y no dar con el final del corredor, supuso que ya había vuelto a caer en una de las ilusiones del Santo de Géminis; entonces fue cuando se detuvo en seco y emitió unas palabras en alto.

—Buenas noches Saga —pronunció y su voz se extendió por todo el lugar, en forma de eco sombrío.

—Se bienvenido de nuevo a mi casa, Milo de Escorpio —la voz del santo se pudo escuchar retumbando por todos lados, pero con un tono cordial y amigable.

— ¿Me permites atravesar tu templo?

— ¿No tienes tiempo para hablar con un compañero? —le seguía hablando sin que detectase donde estaba su presencia.

—Por supuesto, pero estoy algo cansado y me gustaría llegar a mi casa.

—Yo puedo tele trasportarte, el tiempo que pasarías visitando las diferentes casas lo puedes invertir hablando conmigo.

— ¿Sabes algo nuevo de cómo está la situación con nuestros enemigos?

—Creemos que los secuaces del dios del averno son los responsables de los acontecimientos que amenazan la paz en el mundo —dejaba unos segundos de reflexión—. Deidades, siempre amenazando la existencia en sus disputas por el poder. Lo más curioso es que las víctimas de sus conflictos seamos los humanos.

Mientras le hablaba, pareciera que estuvieran ahora dentro de una ilusión mayor y las paredes del templo desaparecieron, para mostrarle una imagen a todo color de las diferentes guerras en el mundo y sus consecuencias. Milo pudo ver escalofriantes escenas, sin censura alguna, de lo que la guerra hacía y como trasformaba al ser humano.

—El don que Ares otorgó al hombre —le dijo mientras le mostraba las peores consecuencias de los conflictos armados del planeta.

Toda la proyección cambiaba de nuevo; ahora mostraba sequía y hambruna. Multitud de desgraciados pasando sed, escuálidos y con los estómagos hinchados de no ingerir alimento, viviendo en tierras tan áridas, donde no crecía nada. Después cambió a una donde la gente estaba obesa, viviendo en tierras tan fértiles que daba para mantenerlos a todos y repartir si quisieran. Pero aquellos afortunados eran tan egoístas que no compartían lo que sobraba y se lo comían antes que dárselo a quien lo necesitara.

—Deméter y sus caprichos. Ella podría arreglarlo todo y convertir el desierto en un vergel, crear un mundo igualitario y ¿qué hace? Primar a una parte del planeta mientras desatiende a la otra. ¿Es eso justo a caso?

Ahora le mostraba enfermedades de toda índole, las peores conocidas y de consecuencias tan severas que asqueaba la vista. Epidemias brutales, que se cobraban millones de vidas, entre multitud de imágenes que había que ser de piedra para no sobrecogerse.

—Un regalo que nos dieron para contener nuestro propio potencial; nos enferman para recordarnos que solo ellos gozan de la inmortalidad suprema. Cuando una sociedad avanza lo suficiente como para cuestionarse quienes son ellos para jugar con nuestro destino: liberan una pandemia que los castiga por su atrevimiento y advierte a otras que no se les debe discutir.

Las Crónicas de MiloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora