XIII-LAS PATAS DE MOSCA

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Dejamos caer la carroña: se abatió con ruido sobre el piso. Sir Ed- mond, Simona y yo estábamos animados por la misma determinación tomada a sangre fría, unida a una exaltación y ligereza de espíritu increíbles. El sacerdote había descargado y yacía, apretando los dien- tes, contra el piso, rabioso y avergonzado: con los testículos vacíos su abominable situación era aún más terrible.

Decía gimiendo: ¡Miserables sacrílegos!, y otras quejas incomprensi- bles.

Sir Edmond lo sacudió con el pie; el monstruo se sobresaltó y reculó, sonrojándose de rabia, de manera tan ridícula que empezamos a reír.

-Levántate, ordenó Sir Edmond, vas a cogerte a esta girl.

-Miserables, amenazaba Don Aminado con voz estrangulada, la justicia española... la cárcel, el garrote.. .

Pero olvidas que es tu semen, observó Sir Edmond. [99]

Una mueca feroz, un estremecimiento de bestia acorralada fue la respuesta... después. El garrote también para mí... Pero primero para ustedes tres...

-Pobre idiota, repitió con sorna Sir Edmond: ¡Primero! ¿Crees que voy a dejarte esperar tanto tiempo? ¡Primero!

El imbécil miró a Sir Edmond con estupor: una expresión zafia se dibujó en su hermoso rostro. Un gozo absurdo le abrió la boca, cruzólos brazos sobre su pecho y nos miró con expresión extática: ...el mártir. Un extraño deseo de purificación lo visitaba y sus ojos estaban como iluminados.

-Antes te voy a contar una historia, le dijo entonces con calma Sir Edmond. Es sabido que los agarrotados y los ahorcados tienen una erección tan grande que cuando les cortan el aire eyaculan. Tendrás el placer del martirio mientras le haces el amor a la muchacha.

Y como el sacerdote, aterrorizado de nuevo, se levantara para defen- derse, el inglés lo arrojó brutalmente sobre el suelo, torciéndole un brazo.

En seguida, Sir Edmond pasó sobre el cuerpo de su víctima, le ama- rró los brazos detrás de la espalda, mientras que yo le detenía las piernas y se las ataba con un cinturón. El inglés mantuvo sus brazos apretados al tiempo que le inmovilizaba las piernas atenazándolas entre las suyas. Arrodillado, detrás, yo lo sujetaba entre los muslos.

-Y ahora, le dijo Sir Edmond a Simo-[100]na, monta a caballo sobre esta rata de iglesia.

Simona se quitó el vestido y se sentó sobre el vientre del curioso mártir, acercando su culo a la verga vacía.

-Bueno, continuó Sir Edmond, apriétale la garganta, el conducto que está detrás de la nuez, con una presión fuerte y graduada.

Simona apretó y un terrible temblor recorrió el cuerpo totalmente inmovilizado y mudo: la verga se puso erecta. La tomé entre mis manosy la introduje sin dificultad en la vulva de Simona, que mantenía la presión en la garganta.

La joven, totalmente ebria, hacía entrar y salir con violencia la gran verga erecta entre sus nalgas, por encima del cuerpo, cuyos músculos crujieron entre nuestros formidables tornillos.

Simona apretó entonces con tanta fuerza que una sacudida aún más violenta distendió el cuerpo de su víctima; sintió el semen chorrear en el interior de su culo. Soltó su presa y cayó postrada por el tormentoso gozo.

Simona permanecía extendida en el piso con el vientre al aire y el muslo manchado con la esperma que había salido de su vulva. Me acosté a su lado para violarla a mi vez, pero no pude mas que besarla en la boca y estrecharla entre mis brazos a causa de una extraña parálisis interior, causada por el exceso de amor y por la muerte del innombrable. Nunca había sido tan feliz.

Historia del ojo Georges batailleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora