APÉNDICES

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OJO

Golosina caníbal: Es bien sabido que el hombre civilizado se caracte- riza por una hipersensibilidad al horror, a veces poco explicable. El temor a los insectos es, sin lugar a dudas, una de las más singulares y extendidas; además, es sorprendente encontrar, entre ellas, al ojo. No parece haber mejor palabra para calificar al ojo que la seducción; nada es más atractivo en el cuerpo de los animales y de los hombres. La extrema seducción colinda, probablemente, con el horror.

En este aspecto, el ojo podría vincularse con lo cortante, cuyo aspec- to provoca también reacciones agudas y contradictorias: es lo que debieron haber experimentado, con terror y oscuramente, los autores de El perro andaluz1 cuando decidie-[118]ron, durante las primeras imágenes de la película, los amores sangrientos de dos seres. Unanavaja que corta en vivo el deslumbrante ojo de una mujer joven y hermosa, produciría la admiración lunática de un hombre joven que, teniendo una cucharita en la mano y acostado al lado de un gatito, tuviese de repente el deseo de poner un ojo dentro de ella.

Deseo curioso entre los blancos, quienes apartan los ojos de los bue- yes, corderos y puercos cuya carne comen con placer. El ojo, golosina caníbal, según la exquisita expresión de Stevenson, es objeto de tanta inquietud entre nosotros que nunca lo morderemos. El ojo ocupa un lugar extremadamente importante en el horror, pues entre otras cosas es el ojo de la conciencia. En el célebre poema de Víctor Hugo aparece el ojo obsesivo y lúgubre, vivo y espantosamente soñado por Grandville durante una pesadilla que precedió a su muerte1: el criminal 'sueña que acaba de gol-[119]pear a un hombre en un oscuro bosque... Ha derra- mado sangre humana y, utilizando una expresión que evoca en el espíritu una imagen feroz, ha hecho sudar a un roble. No es un hom- bre, en efecto, sino un tronco de árbol... ensangrentado... que se agita y se debate... bajo el arma mortífera. Las manos de la víctima se levantan suplicantes, pero en vano. La sangre sigue corriendo'. Entonces aparece el ojo enorme que se abre en un negro cielo, persiguiendo al criminal a través del espacio, hasta el fondo de los mares, donde lo devora des- pués de transformarse en pez. Innúmeros ojos se multiplican entre las olas.

Grandville escribe en este sentido: '¿Serán los mil ojos de la muche- dumbre atraída por el espectáculo del suplicio que se prepara? ¿Por qué otra cosa se verían atraídos esos ojos absurdos, como nube de moscas, sino por algo repugnante? Y ¿por qué uno de nuestros semanarios ilustrados, perfectamente sádico, aparecido en París de 1907 a 1924, ostenta en primer lugar un ojo, que figura regularmente sobre un fondo encarnado encabezando los espectáculos sanguinolentos? ¿Qué otra cosa es el [120] ojo de la policía, semejante al ojo de la justicia humana de la pesadilla de Grandville, sino la expresión de una ciega sed de sangre? ¿No es parecido, también, el ojo de Crampon, condena- do a muerte y que, un instante antes del hachazo que pedía el capellán, se mutiló regalando con jovialidad el miembro así cercenado, porque su ojo era de vidrio?'1 [121]

METAMORFOSIS

Animales salvajes. Los sentimientos equívocos de los seres humanos alcanzan su máximo de derisión frente a los animales salvajes. Si existe la dignidad humana (por encima de toda sospecha, aparentemente), no hay que ir al zoológico: cuando los animales ven aparecer la muche- dumbre de niños seguidos por sus papá-hombres y sus mamá-mujeres. En contra de lo que se supone, ni la costumbre puede impedirle a un hombre sabio que mienta como un perro cuando habla de la dignidad humana entre los animales. Pues en presencia de seres ilegales e intrínsecamente libres, los únicos seres verdaderamente outlaws (sic.), el deseo más turbio vence hasta el sentimiento estúpido de superiori- dad práctica deseo que se confiesa entre los salvajes mediante el tótem y se disimula cómicamente bajo los sombreros de plumas de nuestras abuelas de familia). Tantos animales en el mundo y todo lo que hemos perdido: la inocente crueldad, la monstruo-[122]sidad opaca de los ojos -apenas diferentes de las pequeñas burbujas que se forman en la superficie del lodo-, el horror ligado a la vida como un árbol a la luz. Quedan todavía las oficinas, los documentos de identidad, una existen- cia de criados biliosos y, a pesar de todo, una locura estridente que, en el curso de ciertos descarríos, alcanza la metamorfosis.

Se puede definir la obsesión de la metamorfosis como una necesidad violenta que se confunde con cada una de nuestras necesidades anima- les, excitando al hombre a abandonar de repente gestos y actitudes exigidos por la naturaleza humana: por ejemplo, un hombre en medio de los demás, en un departamento, tirándose por el suelo para devorar la papilla del perro. Hay en cada hombre un animal encerrado en una

prisión, como un forzado, y hay una puerta: si la entreabrimos, el animal se precipita fuera, como el forzado, encontrando su camino; entonces, y, provisionalmente, muere el hombre; la bestia se conduce como bestia, sin ningún cuidado de provocar la admiración poética del muerto.1 Es en este sentido que puede verse al hombre como una prisión de apariencia burocrática.

Historia del ojo Georges batailleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora