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10 años después.

-Estás segura de que el convento es por aquí? – estábamos subidos en el caballo, llegado al convento donde supuestamente el rey vecino nos estaba esperando.

-Si, por aquí me ha enviado Paula – Samuel detuvo su caballo – que sucede?

-Has dicho Paula? – comenzó a gritar mientras desenfundaba su espada – Paula! Paula ¡

-Por que la llamas? – miraba a Samuel como si estuviera loco.

-No creo que salgamos con vida – miré hacia el norte y vi un montón de hombres llegar.

No nos dio tiempo a escondernos aunque intentamos correr, nunca pensé que mi hermana había vuelto a las andadas pero ahí estábamos, a punto de perder la vida.

Samuel bajó del caballo corriendo y conmigo hizo lo mismo.

-Mírame, mírame Ibeth – le hice caso – gracias por todo este tiempo juntos. Te veré arriba. Te quiero.

-Te quiero.

De reojo vi una lluvia de flechas y lo supe, este era nuestro final. A mi me alcanzó una atravesándome el corazón y a Samuel el cuello. Sin apartar la mirada, sin soltarnos la mano, caímos al suelo. Me arrastré como pude antes de morir y apoyé la cabeza en su pecho, quería morir abrazada a él, quería que mis hijos supieran que sus padres habían muerto juntos, al igual que todo había empezado, juntos.

Eros.

No supe como reaccionar cuando vi los cuerpos de mis padres ahí tendidos. Sabía algo de mi tía Paula. Recordé la conversación con mi padre de hace unos días.

-Hijo, nos queda poco tiempo.

-Que dices papá.

-Escucha, tu tía no va a parar hasta que no estemos muertos. Lleva años intentando envenenar a tu madre y lo ha conseguido. Lo ha conseguido con los dos. Estamos a nada de perder la vida hijo, pero prefiero algo rápido antes que una muerte dolorosa.

-Papá – las lágrimas asomaron a mis ojos, no podía renunciar a ellos – que haré yo? Seguramente vaya también a por nosotros.

-No hijo, a por vosotros nunca va a ir, solo quiere mi muerte y la de tu madre y se la tendremos que dar, pero quiero una muerte digna para nosotros, una muerte juntos.

Miré otra vez hacia el ataúd que ahora se bajaba en los agujeros que habían preparado en la tierra. Tenía a Ibeth al lado pero miré hacia la torre donde Paula estaba ahí siendo torturada.

Con 15 años me tocaba sentarme en el trono pero desde luego no sería eso lo que haría. Sé que mi padre estaría decepcionado pero me daba igual, no estaba preparado.

Los vi descansando, pero por poco tiempo. Cuando todos se fueron, me quedé ahí un rato más mirando la tumba de mis padres y pidiéndoles perdón.

Me encerré en mi habitación, haciendo lo que se esperaba que hiciera un crio, llorar por sus padres pero no lo hice. Robé todo el oro que pude del tesoro que le pertenecía a la corona y esa misma noche cogí el caballo para fugarme a Europa.

Cómo fue mi vida?

Pues me dedique a la mala vida, llegando incluso a perder toda la fortuna con 19 años. A los 25 años morí de un coma etílico.

Sí, llegué a Rusia, me llevó mucho tiempo y sobre todo llegué a vivir de noche y dormir escondido de día, habían puesto precio a mi cabeza, un precio bastante alto, pero no me importó.

Una vez ahí, me dediqué a jugar, a disfrutar de la vida como nunca me fue permitido. Varias prostitutas me robaron y el poco dinero que me quedaba lo perdí jugando a las cartas. Comencé a mendigar para así poder comer algo hasta que un día, en vez de comer, me dediqué a beber. Sí, un hijo de Reyes muerto por un coma etílico.

Sí, fui y soy la vergüenza de mis padres, la vergüenza de todos mis ancestros y de todos aquellos reyes cuya sangre corre por mis venas.

Ibeth.

Mi hermano desapareció la misma noche que enterraron a mis padres. Al principio se puso en el trono un regente, que poco después al cumplir la mayoría de edad y acostumbrándose al título de Rey, me obligó a casarme con él. Sobre mi cabeza había una maldición, que se cumplió. Me tiré desde la torre donde mataron a mi tia y por fin descansaba en paz.

ENZO.

Siempre dijeron que era hijo de la Reina, que fue mi padre el que me apartó de ella pero nunca me lo llegué a creer, nunca llegué a hablar con esa señora para escuchar su versión, para saber que fue lo que pasó. No puede ser, no llego a comprender ni a creer que mi padre, aquel buen hombre que huía de algo, me apartase de los brazos de mi madre pero ya da igual. Después de 15 años de su muerte, viendo como mis supuestos hermanos no estaban, uno desaparecido y la otra muerta, que más importaba.

Sí, sé que me llamaron Laird de estas tierras que fue donde mi madre pasó su infancia, que fue su casa y esto a mi me había quedado en herencia, pero que herencia más triste. Ahora la población estaba metida en una guerra civil. De los Reyes Samuel e Ibeth no quedaba procedencia alguna y el caos se había impuesto. Qué más daba, yo era feliz cuidando de la pequeña parcela que a mi me había quedado, pero como no, me habían llamado a la guerra.

Era el único descendiente vivo directo de la reina y estaba obligado a ir. Una guerra en la que yo también perdería la vida.

-Ellos murieron juntos hijo – me hablaba mi nana, como ella me pidió que la llamase cuando realmente fue más madre que la propia Reina – fue muy romántico, fue un final feliz para ellos.

-Madre mia nana – miré a la mujer que envejecía cada vez más – los años te están afectando.

-No hijo, es peor cuando sufres la muerte de tu compañero, de tú amor. Cuando mueres junto a él, sientes libertad o por lo menos eso me hubiera gustado sentir a mi si hubiera muerto junto a tu padre.

IBETH. Saga BethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora