Parte 61

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Mansión Agreste, habitación de Félix

Domingo 7 de Mayo del 2017

10:22

—Cuando éramos jóvenes, integrábamos un grupo de muchos amigos de su madre. Emilie y Marcos, eran novios antes de que yo me integre al grupo. Ella era un poco más chica que yo, por dos años, y Marcos era más grande que los dos, me llevaba cuatro. Ellos se conocieron en el hospital, su abuela Lucia que no sé si tú –Me mira– Félix, llegaste a conocerla de donde vienes, aquí si lo lograste, Adrián no llegó... Ella tenía una extraña enfermedad hacía muchos años, su madre nunca supo que padecía o nunca quiso decirme.
En esos tiempos, por muy loco que parezca, existía una heroína nocturna, fue apodada “La dama del dulce sueño”, se decían muchas cosas sobre ella, que dejaba una estela verde azulada al pasar, que su cabello dorado y sus ojos esmeralda lograban que cualquier persona durmiera el mejor de los sueños por esa noche, que al volar todos se podrían curar hasta del peor insomnio o miedo que los atormentara.

Mira hacia la ventana con una sonrisa que nunca había visto, sus ojos están iluminados como si fueran a llorar.

Creo que sigue enamorado o con el corazón roto.

—Muy tarde por una noche del noventa y cinco, luego de haber jugado hasta las cuatro de la mañana en un pool con unos amigos, estaba volviendo solo caminando a mi departamento, las calles no eran tan peligrosas, o eso creía. Estaba atravesando por unas calles donde un foco chispeaba, me llamó la atención y me acerqué, daba para un callejón pequeño. Allí había una pareja, no me hubiera detenido de no ser que la chica llevaba un traje brillante de colores azul y verde, su cabello dorado recogido en una cola baja estaba alborotado y se encontraba encorvada con los brazos cruzados debajo de su busto, una figura la cual interpretaba como masculina por su porte, la estaba arrinconando. Me acerqué a ellos y le dije al hombre “Basta amigo, la estás intimidando”.

Mi padre suspira con una risa entremezclada.

—Esta figura me metió un puñetazo en el pecho, la sensación que sentí fue muy extraña y dolorosa. Sentía como si hubiera deslizado toda mi energía fuera de mi centro y me encontraba paralizado hasta la mitad de mis extremidades. Luchaba por levantarme porque, a pesar del dolor, me preocupaba la chica. Al mirar hacia arriba, aprecié como esta figura oscura y sin rostro se desvanecía, y la chica tenía sus manos en frente, como lo hubiera tocado y la criatura hubiera desaparecido por el simple tacto. Se desplomó en el frío suelo, la escuchaba jadear y como se arrastraba hacia mi. “No lo hagas” le dije “yo estoy bien”, le estaba mintiendo, continuaba doliéndome el pecho pero poco a poco sentía mis brazos y piernas nuevamente. La chica no me hizo caso, me intenté levantar, me desesperaba un poco escucharla sufrir y no poder hacer nada. Logré sentarme, ella sólo tenía su mano derecha extendida, llevaba un anillo en medio, el cuál se unía con la manga de su extravagante traje. Lo primero que hice fue tocar ese anillo, me encontraba muy invadido por la curiosidad aquella noche. “No me lleves a un hospital”, seguía boca abajo. Me acerqué lentamente a ella, mi fuerza no era mucha y me daba más miedo golpearla por querer ayudarla, así que no me animaba a tocarla. “¿Segura que no necesitas ayuda médica?”, “Ningún médico puede ayudanos a nosotros.”

★★★

Memorias Perdidas (2#CB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora