Tiempos vacíos

26 2 0
                                    

Mayo 30, 1923

Apreciado Arturo,

Hoy más que nunca he decidido que en mi vida he de hacer cambios. Y el primero, para suerte suya y mía, es acabar con esta rutina que se que a ambos abruma.

No me robe más mi tiempo, yo le dejo libre el suyo. No me robe más mi tiempo, es que usted no sabe escuchar, ni siquiera hablar. Señor, usted que habla de todas las vidas menos de la suya; que borra los sueños de todos pero no construye los suyos, no tengo porque llenarle ni serle compañía cuando en el fondo solo nos sentimos más solos. No estoy lleno ni yo mismo. 

No me robe de mi tiempo buen hombre. A veces, dudo que yo también lo sea por el hecho de querer dejarle pero ya no me interesa darle de mi tiempo.
Me deja intranquilo que usted también me de del suyo porque al final ambos terminamos perdiéndolo.

Quiero aclararle que no lo hago por cobardía o porque me haya aburrido de usted, me aburrí de seguir estando anclado a un lugar al que no pertenezco. No puedo ser yo mismo con usted.

Ahora, lo invito a que piense ,por un momento y antes de que la ira le impida seguir leyendo, que con este tiempo mal invertido ambos podríamos hacer mil y un cosas; tantos libros para leer, incluso, para escribir; tantas canciones para escuchar, para amarlas o para odiarlas; tantas comidas para probar, cualquiera, con una buena compañía, una que esté y quiera estar.  Pero no nos engañemos, ni yo soy buena compañía para usted, ni usted lo es para mí.

Se que lo más difícil, para ambos, será quitarnos de la mente la costumbre de sentarnos por horas a hablar de nada, a comentar lo de otra gente, a ir extinguiendo el tiempo juntos, comentando de lo que no importa. Y no porque yo se lo diga, o porque usted lo haga, pero debe saber, y se que lo sabe, que lo que se habla entre usted y yo nunca construye, por el contrario, siempre me pesa, me hace querer huir de inmediato; no seguir escuchando más; me hace sentir inconcluso y que cualquiera sería mi lugar menos esa silla que compartimos.

Y, ¿qué puedo esperar de mí mismo?, dígame, si no puedo lograr que mi alma, cuerpo, razón y subconsciente estén a gusto en un mismo tiempo y espacio.
Con usted no me pasa señor. Le digo señor porque no creo que pueda seguirlo llamando mi estimado amigo.

Debo decirle, sin embargo, que no hay nada malo en sus charlas, quizá a otro entretengan. Pero, por primera vez en mi vida, quisiera a mi tiempo llevármelo lejos y resguardarlo en alguien que sí escuche, que no solo comente, sino que converse conmigo. Que no hablemos de nadie más que de nosotros y de lo que siempre callamos por miedo a hablarlo con quien no entiende.

Temo que no hay más que decirle, y espero no quede nada sin explicar.

Su compañero de tiempos vacíos,
Por primera vez sincero.

Ariosto.

-Sofía Solórzano

Poemas a la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora