Cuando me preguntan cómo fue que me enamoré de mi esposa les digo que fue por culpa de una paleta de cereza. Debo admitir que siempre me han gustado los dulces. Soy una adicta, pude dejar de fumar, incluso no extraño beber hasta olvidar fragmentos de esas noches de locura. Pero si alguien me enseña un dulce, muy posiblemente se lo arrebate de las manos.
Pero me estoy adelantando, yo tenía cinco años, era mi primer día en la escuela y como la gran mayoría de los niños pequeños no quería separarme de mi mamá. Así que ahí estaba, llorando porque me habían dejado en la escuela, porque ya era hora de que empezará a aprender cosas. Así que ni todas las maestras juntas podían calmarme, hasta que llegó ella.
Una niña con el cabello trenzado y grandes ojos color caramelo, de ese que le ponen al helado o el que tiene dentro el Milky Way. Se sentó junto a mí, me sostuvo la mano y con su mano libre se sacó la paleta que estaba comiendo y la metió en mi boca. Fue asqueroso, pero cuando tienes cinco años no sabes de los microbios ni nada de esas cosas que pensamos cuando somos adultos. Después de ese día ansiaba ir a la escuela para poder sentarme junto a la hermosa niña, sostener su mano y luego compartir una rica paleta de cereza.
Las maestras hablaron con mis padres, les recomendaron que antes de entrar a la escuela me dieran una paleta para así dejar de compartirla con mi amiga Sara. Pero, aunque mis padres me dieron mi paleta, ambas seguíamos compartiéndolas, porque ya no solo era una, ahora eran dos.
Sara se volvió mi inseparable compañera de aventuras, la defendía del odioso Josué que siempre buscaba molestarla. Pronto nuestros padres se hicieron amigos, así que no fue raro que ella estuviera en mi casa o que yo me quedará a dormir en la suya. Cuando mi mamá me dijo que vería a Sara después de la escuela, le pedí que nos comprará una paleta, mi madre compro dos paletas, pero como siempre acabamos compartiendo una antes de abrir la segunda.
"Ya se les pasará, además así agarran refuerzos" Fue lo que dijo mi Abu, ya saben esos remedios médicos de las abuelitas, dónde compartir babas con tu mejor amiga solo ayuda a reforzar tu sistema inmunológico. Pero no se nos pasó esa manía de compartir paleta, nos duro años.
Teníamos diez años cuando nuestros compañeros empezaron a hacernos burla, más de uno nos dijo que el compartir nuestra ya acostumbrada paleta era asqueroso "Es como si se besaran"
Había visto en las películas como la princesa era besada por el príncipe, pero nunca había visto que dos chicas se besaran. Ese día mientras hacíamos la tarea le pregunté a Sara "¿Crees que los besos sepan a cereza?"
Sara dejo de escribir "Yo creo que sí, mis papás siempre se están besando. Si los besos no supieran ricos ellos no lo harían"
"¿Quieres intentarlo?"
Sara se encogió de hombros "Bueno, pero no sé que hacer, así que no te rías Jessica o me enojo contigo"
Tampoco sabía qué hacer, me acerqué a ella, cerré los ojos y solo juntamos nuestros labios. El beso no sabía a cereza, realmente no sabía a nada, pero miles cosquillitas invadieron mi panza.
"No, no saben a cereza" Me dijo Sara, antes de seguir con su tarea.
Tal vez a ella no sintió nada, pero para mí fue totalmente diferente.
Sara y sus padres se mudaron un mes después. El padre de Sara consiguió un nuevo trabajo y entonces ellos se fueron, ambas lloramos cuando llegó el momento, prometimos escribirnos, porque en ese entonces no había como hacer vídeos llamadas. Pero cuando tienes diez años poco a poco vas olvidando tus promesas, aunque no pude olvidar a mi amiga, con la que compartía paletas de cereza.
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SERENDIPITY
RomanceAquí encontraran historias cortas que cada mes subiremos. Todas de amor entre mujeres.