Había tanta oscuridad que no pudo reconocer el inmenso castillo más que por su silueta.
—¡Camina!—la empujó uno de los guardias haciéndola entrar por un pasadizo oculto, donde, con antorchas, los soldados y esos tres pomposos vestidos de seda, la guiaron en un perpetuo silencio, las paredes eran de piedra grande y negra.
Hijo de perra—con una mirada homicida lo repetía una y otra vez, luchando contra las ganas de gritar para desahogarse; todo seguía yendo en picada, ella no podía calmar el temblor en su cuerpo.
¡Necesito salvar a Drea!—cerró los ojos con fuerza, muerta de miedo—a mi hermano, a mí misma. Maldición, ¡¿cómo salgo de esta?! ¡¿Cómo nos protejo?!
Mordió su lengua hasta el dolor; por su culpa siempre sufrían, y estaban, en aquel momento, peligrando como nunca.
Llegaron a una pesada puerta de hierro que dos guardias empezaron a abrir. Los soldados detrás de ella la cogieron de los brazos y sin ningún cuidado, la arrastraron dentro del desconocido y extraño recinto, igual de oscuro y triste.
—¡Aquí está la princesa, su majestad!—gritó uno de los de seda. Maeda abrió los ojos de par en par; aun la creían la princesa. Los soldados la soltaron en medio de la habitación, haciéndola caer arrodillada como un saco de papas. Por instinto, ofreció una reverencia, pegando la frente al suelo con manos húmedas.
—La princesa Taité Marathea de Sorin, su sierva, saluda al más benévolo entre los reyes—siguió el ridículo protocolo sin aliento, sintiendo que quería llorar al estar ante el verdadero conquistador de naciones, alguien a quién debía temerle.
No grites, por favor—aulló en su cabeza, pues odiaba perder el control de la situación, como ahora, que se aferraba a la mentira que podía costarle el cuello.
—Está intacta, Majestad; sus consejeros le hemos cumplido—así que esos tres sí eran consejeros.
—No tanto, mi señor—interrumpió uno de ellos—los rumores son ciertos, encontramos al príncipe mancillando el honor de la dama.
Uf.
El sudor le corría en gotas por la nuca, era demasiado para ella, todo, no sabía por quién estar más preocupada; Drea, Suré o ella.
El Rey, al que no había visto aun, guardó un rígido y agrio silencio.
Bien, por el momento se preocuparía más por su cuello.
Pero no podía comprenderlo, si ellos pensaban que era la princesa Taité, ¿Por qué la trataban como a una delincuente? Ni la difunta—hasta donde sabía—o ella, habían actuado mal.
—Así que, ¿Cuantas veces mi hermano te ha hecho el amor?
Dejó de respirar, abriendo los ojos hasta que los parpados le dolieron.
¿Qué... dijo?
Maeda era una analfabeta criada en porquerizas, pero hasta ella sabía que era inaceptable para cualquiera, hasta para un Rey, hablarle así a una mujer.
—Si fuiste capaz de revolcarte con él desde Sorin hasta aquí, en las narices de mis súbditos, mis soldados, insultándome con descaro, vas a responder con claridad—había una dominancia insoportable en su tono—y cuidado con negarlo, mis espías los han seguido muy bien; dieron un informe detallado.
¡¿Cómo demonios?! Pasaron las tres semanas de viaje casi sin hablarse.
—N-no...—apretó los dientes, sabiendo que jugaba con fuego—no lo recuerdo, majestad.
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AZUL ARDIENTE |Completa|
RomancePara salvar a su pueblo de ser masacrado, Maeda es entregada a un hombre que acaricia con sangre y lleva muerte hasta en sus besos. Mientras suplanta a la difunta princesa para salvarse, ella tendrá que enfrentar el mundo sobrenatural y traicionero...